Gaspar contra el Cupo

No era suficiente con el cada vez más crecido figurín figurón naranja. Ni con los susánidos de las Caciquelandias Bética y Penibética. Faltaba para el duro centralista ese gran reventador de todo lo que toca que atiende por Gaspar Llamazares. De fracaso en fracaso hasta la hostia final, el médico a palos que se cargó Ezker Batua antes de convertir en excrecencia de alquiler a Izquierda Unida Federal funge ahora como portavoz de su grupúsculo en la Junta General del Principado de Asturias, es decir, el parlamento de aquellos lares. Su penúltima hazaña en calidad de tal ha sido sacar adelante una proposición que abre la puerta, ojo al dato, a que el gobierno regional denuncie la última actualización del Cupo vasco ante el Tribunal Constitucional. El Convenio navarro parece que se libra. Tósanle al Rasputín natural de Logroño.

¿Con 5 de los 45 escaños? ¿Cómo ha sido posible? Sí, eso tiene también su miga. Sumen los 3 de Ciudadanos y los 9 —oh, sí— de Podemos, descuenten la abstención vergonzante de la mayoría socialista (14), y les salen los números de la tiña. PP y Foro Asturias votaron en contra, lo cual no deja de componer un peculiar retrato.

Como de costumbre en estos casos, la justificación del berrinche es la vaina de la insolidaridad y los privilegios. Hay que tenerlos blindados para salir por esa petenera desde el lugar al que se le ha venido sufragando el acero y el carbón a precio de caviar iraní. Una pena, que el capo sindical Villa ya no esté —eso dicen— en condiciones de responder por la lluvia de millones a cambio de la paz social y los votos. Es lo que tiene que nos conozcamos tanto.

Privilegios que no lo son

Del interminable catálogo de polémicas recurrentes, una de las más cansinas es la de los supuestos privilegios que conllevan el Concierto de los tres territorios autonómicos y (citado con menos frecuencia) el Convenio de Navarra. Harta una hueva ver al figurín figurón Rivera, le petit Macron, haciendo la gracieta del cuponazo para denominar a lo que no tiene ni puta idea de cómo va. Y qué decir del entrañable Baldoví o de su compañera de tiñas Mónica Oltra, autitulados nacionalistas valencianos, enfadándose y sin respirar como si los malvados vascones tuvieran algo que ver con la rapiña sistemática a orillas del Mediterráneo. Pueden dar gracias en aquel terruño por no haber tenido un sistema fiscal parecido al que envenena sus sueños, porque el pufo actual iba a ser broma en comparación con el que habrían adquirido con una herramienta que en manos de ladrones compulsivos conduce a la ruina en un par de años.

Que se apliquen el cuento, de paso, la sultana socialista de Andalucía y su conmilitón extremeño Fernández Vara, émulo menor del cacique Rodríguez Ibarra, motejado el bellotari en sus días de mandato. Dadas las costumbres manirrotas acreditadas por los gobernantes de sus respectivas ínsulas, habría sido hasta gracioso ver cómo se las ingeniaban sin poder gastar ni un euro más de lo que se ingresa. Por no hablar de cómo se habrían recaudado los impopulares impuestos, ya tú sabes, cuando cultivas el voto en cautividad.

Y fuera de concurso, los locales del sí pero no o no pero sí, venga va, me abstengo, exhibiendo los inveterados complejos que explican que la hegemonía cada vez quede más lejos.

Cobrar por ser españoles

¡Milagro, milagro! El baranda de la Comunidad Valenciana ha visto la luz de la financiación territorial y ya no piensa que los ciudadanos de la CAV y Navarra son unos morrudos que viven a cuenta del sudor de los sufridos españoles. Gracias a la intercesión del lehendakari —¡Santo súbito!—, Ximo Puig salió de Ajuria Enea predicando que el Concierto (y entendemos que también el Convenio) no tiene nada de injusto ni es insolidario. Es verdad que, aún un poco apegado a su fe antigua, sostuvo que la prueba de la bondad del régimen propio está en que cabe en la Constitución española.

Le perdonaremos la minucia en atención a la rápida enmienda de su comportamiento anterior. Eso sí, a modo de penitencia, le sugerimos que haga labor de apostolado con su vicepresidenta, Mónica Oltra, que desde que se firmó el acuerdo sobre el Cupo no ha parado de soltar cargas de profundidad tiñosas. Y en las mismas anda el compañero de Oltra en Compromís, Joan Baldoví. Quién iba a sospechar que un tipo generalmente tan razonable, militante del Bloc Nacionalista Valencià, esté tan ofuscado con el supuesto privilegio. ¿Se ha parado a imaginar qué habría ocurrido en su Comunidad, donde se han batido récords siderales de mangoneo, si hubieran tenido que recaudar impuestos?

Claro que, en orden a decepciones, a este servidor le ha resultado especialmente doloroso, aunque nada sorprendente, que Carles Puigdemont haya escupido que hay españoles que cobran por serlo. Con amigos así, quién necesita enemigos. Qué reveladora, por cierto, la ovación que le han dedicado al president los notables del terruño que ustedes están pensando.

Más allá del IBI

El PSOE, que se ha alojado en Moncloa durante 21 de los últimos treinta años, se acuerda ahora —vaya por Dios y el Espíritu Santo— de que la Iglesia no paga el IBI. Como con tantísimas cosas que dejó de hacer cuando pudo, ha convertido su atronadora omisión en ariete antimariano. No deja de tener un punto chistoso que personajes a los que hemos visto dando lametones a anillos cardenalicios o sumisamente arrodillados ante un tipo con báculo se vistan de comecuras. Colaría si lo hicieran guiados por la convicción, pero ni a las piedras se les escapa que tras este repentino fervor laicista hay ocho de ruido y cero de nueces. El problema no es ya que el PP le haya desplazado del Gobierno, sino que con su torpísimo estreno de legislatura, le esté birlando también el papel de oposición. En esas, para hacerse notar no queda otra que sacar la artillería demagógica de mayor calibre y apuntar a las sotanas. Por lo que sea, son un pimpampún muy pero que muy resultón.

Si el embate fuera algo más que una pose, no se quedaría en un impuesto que, suponiendo un buen pico, no deja de ser calderilla al lado de la torrentera de millones que van directamente de las arcas públicas a la buchaca eclesial. El melón que hay que abrir es de la financiación. A calzón quitado y sin apriorismos ni maximalismos. Simplemente, echemos cuentas y veamos qué actividades de la Iglesia tiene sentido subvencionar —hay decenas de ellas imprescindibles para la sociedad— y qué caprichos y vicios se deberían pagar de su cepillo. No es lo mismo un comedor de Cáritas o el huerto que trata hacer realidad una misionera en Mozambique que montarle un Star Tour a Ratzinger para que criminalice el uso del condón.

¿Entramos ahí? Sospecho que no hay lo que tiene que haber. Y nadie me malinterprete, porque tan sólo me refiero a las ganas de acometer un debate serio y sosegado sobre un asunto que, sencillamente, tendemos a dejar estar.