Euskadi hoy

Hoy me van a permitir que les hable de mi libro, o sea, de mi programa de radio, que en realidad no es mío, sino de tantas y tantas personas que lo han venido forjando durante seis años. Empezando, faltaría más, por Xabier Lapitz, que es quien le ha puesto voz, cara, alma, corazón y vida a Euskadi Hoy de Onda Vasca desde su heroico nacimiento. Ahora que no nos lee nadie, les confesaré que, egoístamente, habría preferido que las cosas siguieran como estaban.

Yo era feliz en Gabon, pequeña y manejable locura nocturna compartida con militantes de la comunicación. Ni éramos ni aspirábamos a ser la releche. Siempre me ha provocado un pudor indecible venderme como lo que Cortázar llamaba la última chupada del mate. Más, sabiendo que a diestra y siniestra del dial hay productos —públicos y privados— que se pulen en una hora de emisión lo que a nosotros nos llegaría para un mes. Con encontrarnos cada noche a los cómplices a uno y otro lado de las ondas, teníamos de sobra. Y —les decía antes de dispersarme— habría seguido así lo que dieran de sí su paciencia o mi garganta.

Pero, como en la canción de Silvio, las causas y los azares nos fueron cercando, hasta que un día me  vi aceptando la mudanza, no niego que con la esperanza recóndita de que Xabier cambiara de idea en el último minuto. Como no lo hizo, desde el lunes pasado me tienen levantándome a la hora a la que antes me acostaba. Me acompaña un cóctel de vértigo y miedo, pero también las impagables sensaciones de trabajar con personas que humana y profesionalmente superan el diez, y de poder saludarles a ustedes con un Egunon, Euskal Herria!

Mi perplejidad griega

Además de un tanto imbécil, me siento un defraudador cada vez que en Gabon de Onda Vasca me toca informar sobre Grecia, lo que como imaginarán, ocurre prácticamente todos los días. Sin rubor les reconozco que en no pocas de las ocasiones pío de oído a partir, en primer lugar, de lo que nos transmite nuestra corresponsal comunitaria —¡Tres hurras por Silvia Martínez!— y de las noticias u opiniones que he ido recopilando aquí y allá. Lo terrible es que no coinciden. No digo ya entre fuentes o medios diferentes, algo que sería medianamente comprensible, dado que cada cual cuenta las cosas —no les revelo ningún secreto, ¿verdad?— en función de sus propios intereses. O de los del patrón, vamos. Lo verdaderamente despistante en este caso es que la divergencia se da en la misma cabecera y apenas con una distancia de minutos.

Así, este lunes, lo que a las siete de la tarde era un nuevo fracaso negociador, a las siete y media cambió por una luz de esperanza que antes de las nueve estábamos vendiendo ya como un más que probable acuerdo. Sin querer ser prolijo, en las horas que han transcurrido desde entonces hasta el momento de redactar estas líneas, el posible entendimiento entre los supercatacañones y el gobierno griego ha pasado otra docena de veces por la fase Barrio Sésamo: ahora cerca, ahora lejos, y vuelta a empezar.

Es inútil que escriba cómo está ahora el asunto porque para cuando se publique la columna puede haber cambiado otras veinte veces. Sí comparto con ustedes mi sensación de estar siendo perplejo espectador de una realidad que no es posible contar. Imaginen lo que tiene que ser vivirla.

Vienen los verificadores

Esta no vez no esperamos a Godot, sino a los verificadores internacionales, que traen un mensaje de ETA. Concretamente, mañana a las dos de la tarde en el hotel Carlton de Bilbao, lugar de enorme poder simbólico y al tiempo, con el lujo suficiente para satisfacer los gustos de los portadores de la nueva, que no son gentes fáciles de ver en hospederías de tres al cuarto. Y ya, díganme, como me soltó con bastante razón Juan Mari Gastaca el otro día en Gabon de Onda Vasca, que así hablaba Basagoiti. Pero yo ya me entiendo, y creo que muchos de ustedes también, aunque no sean cosas que se pregonan en público, en parte por no parecer cavernarios y en parte para que no se diga que no somos rumbosos. Por lo demás, tampoco queda claro quién afloja la mosca, y uno ya imagina que este curro de la mediación y tal no lo puede hacer cualquier baldragas. No podemos racanear cuando está en juego el cierre de esa página que arrastramos como un baldón desde hace tanto tiempo. Lo importante es que se cumplan las expectativas.

¿Será así? Vaya cuestión más delicada, partiendo de un hecho que debemos dar por cierto de saque: no pocas de las reacciones al anuncio están listas sin aguardar a su contenido. Nos conocemos lo suficiente para saber que habrá quienes saludarán lo que sea como el recopón de la baraja y quienes bufarán que es una mierda pinchada en un palo. Confieso que, aunque tiendo por naturaleza (y experiencia acreditada) al escepticismo, en estas horas previas a que se abra el sobre lacrado, me permito fantasear con que escucharemos algo una gota convincente. ¿Pero qué? Hasta ahí, sinceramente, no llego.

Encrucijada foral

Perdonen que hoy les venga a hablar de mi libro, es decir, de mi programa de radio. Esta noche abandonamos el terreno conocido de los estudios de Onda Vasca y trasladamos Gabon a la sede de Diario de Noticias de Navarra. Ya, no es ninguna heroicidad porque seguimos jugando en casa y —eso espero— con red, que una cosa es pellizcarse las neuronas para que no se adocenen y otra, a las edades que va gastando uno, jugarse la angina de pecho por exceso de entusiasmo y adrenalina.

¿Y qué le trae al Viejo reyno a un pecador confeso aunque no recalcitrante de CAVcentrismo? Pues, aparte del empuje insistencialista de nuestro factótum y navarro de pro, Daniel Sánchez, precisamente una gota de mala conciencia diluida, eso sí, en litros de propósito de enmienda y, por encima de todo, unas inmensas ganas de encontrarnos cara a cara con algunos de los protagonistas de lo que va a ser un momento histórico. O yo estoy muy equivocado —preguntaré con denuedo y reiteración al respecto a los muchos invitados que nos acompañarán—, o lo que estamos viendo durante los últimos meses en los titulares no es una suma de episodios circunstanciales ni de coyuntura. Algo se mueve y da la impresión de que esta vez no van a servir de tope los socorridos muros de contención que se siguen sacando a paseo en los discursos de los que se han investido en defensores de la fortaleza. Ya se ha visto, por cierto, que el alcázar no guarda las esencias sino intereses contantes y sonantes.

Y por ahí justamente puede caer la plaza, porque ya no son los malvados vascos del topicazo foralista los que la asedian. De hecho, lo identitario, sin dejar de estar ahí, es solo un ingrediente más de la creciente marea que reclama y acabará consiguiendo el cambio más temprano que tarde. Claro que lo que anoto puede ser la visión de uno que vive a 150 kilómetros. Esta noche pediré opiniones mejor fudamentadas. Les espero a partir de las diez.

Gabon

Estas notas que me siento a redactar tienen algo de esas cartas póstumas que dejan algunos suicidas. Quienes las lean lo harán después de que haya ocurrido lo inevitable. Nadie se alarme. Hablo sólo de mi reestreno radiófonico, que por esas paradojas espacio-temporales, habrá tenido lugar horas después de que yo envíe estas líneas al periódico, pero horas antes de que ustedes las lean. Me voy haciendo una idea de que aprender a vivir entre hoy y mañana será una de las principales tareas que me aguardan en los próximos meses.

No les puedo contar, por tanto, cómo fue el nacimiento de Gabon en Onda Vasca. Espero que lo noticiable, en todo caso, se quedase en la deliciosa sensación de vértigo y miedo de las auténticas primeras veces y en cuatro anécdotas para aburrir dentro de un tiempo a cualquier víctima propiciatoria. Convenientemente exageradas, naturalmente. Por lo demás, ayer entre las diez y las once y media de la noche no debería haber ocurrido nada más -y nada menos- que la inauguración de un espacio donde las palabras se sientan cómodas, valoradas, seguras y, lo más importante, libres. La última, eso debe quedar claro, la tendrán siempre las y los oyentes, que habrán elegido libre y voluntariamente sintonizar ese punto del dial y que tendrán al alcance de sus dedos la facultad de abandonarnos sin que nadie les pida cuentas.

Simple: información y opinión

No hay programa -nuevo o veterano- que no se anuncie como la reinvención definitiva de la radio, el bálsamo infalible contra todos los males y el generador instantáneo de la felicidad de quienes reciben sus benéficas ondas. Me temo que no es el caso de Gabon. Lo nuestro es más modesto, pero también sincero. La receta que combina información con opinión es, con total seguridad, la más utilizada ahora misma de este a oeste y de norte a sur del espectro radioeléctrico. Si algo nos distinguirá, y en ello sí que nos aplicaremos, será la preparación, la forma de servir la mesa, y el paladar exquisito de quienes nos presten su tiempo desde el otro lado. Las ruedas de molino quedan fuera del menú.

Guiados por la experiencia, hemos comenzado con lo mínimo imprescindible. Los formatos chachipirulis de los arranques suelen convertirse en mazmorras inexpugnables para cualquier brizna de creatividad que brote después. Será una estupenda señal que el programa que vino al mundo ayer, minutos antes de que la renovada Onda Vasca cumpliera su primer año, no tenga mucho que ver con el que escuchen dentro de unas semanas. Sé que nos ayudarán a conseguirlo.