Con mano izquierda

Ahora que, previsiblemente, Gemma Zabaleta va a disponer de más tiempo, me permito el atrevimiento de recomendarle un libro. Se titula Con mano izquierda y lo escribió, oh sorpresa, ella misma junto a su compañero de filas e idealismos Denis Itxaso. Palabra que no pretendo ser irónico ni hacer una guasa. A los que vamos por la vida dejando el pensamiento impreso nos ocurre con frecuencia que olvidamos lo que alguna vez salió de nuestra pluma o nuestro teclado. De pronto, un día vuelve a caer en tus manos por cualquier azar o, tal vez siguiendo las leyes del caos ordenado, y te sientes Proust delante de la madalena. Ahí sale, a veces con extrema crueldad, quien fuiste y ya no eres. Puede ser un trago muy duro, pero si vences la tentación de apartar la vista, el premio es recordar de golpe muchos cuándos, varios cómos y, allá al fondo, un porqué. Con cierta probabilidad, tu porqué, ese que se ha ido diluyendo por el paso de los calendarios, las pequeñas claudicaciones que engendran otras cada vez mayores, los sobreentendidos, la obediencia debida, la inercia o el puntito de pereza y apuro que te da ser siempre la nota discordante.

Han pasado diez años desde la publicación de aquellas páginas. Un mundo o un suspiro, según se mire. Eran en su partido los tiempos del post-redondismo más cerril, para colmo, enrabietado por la dolorosa derrota del mayo anterior. Como siempre, Ares era el dueño del botón nuclear. López —mi memoria no falla— también atendía por Patxi-sí-señor. Por sorpresa, una minoría ínfima con Zabaleta a la cabeza dio un paso al frente y presentó su candidatura a la secretaría general con un discurso que entonces sonaba a herejía. Perdió con estrépito ante el aparato, pero no fue en vano del todo. Parte de sus ideas, convenientemente descafeinadas, pasaron a ser bandera de un PSE que empezó a virar el rumbo. De lo que sobrevino después, seguro que se acuerda ella mejor.

Rojos sobrevenidos

Ya lo escribió Larra hace cerca de dos siglos: todo el año es carnaval. No esperen, pues, que con este miércoles de ceniza llegue el finiquito de los bailes de máscaras. Al contrario, tiene toda la pinta de que en las fechas que vienen aumentará el número de los que se embozarán en el disfraz de moda que, mal que le pese al EBB, no es el de escocés, sino el de rojo sobrevenido. El pasado fin de semana los hemos tenido a decenas en las calles, empotrados entre miles de personas que salieron a mostrar su digno y justificado cabreo. Menudo cante daba, por ejemplo, el último ministro de Trabajo del PSOE, chupando pancarta como si él mismo no hubiera tenido nada que ver en la escabechina de derechos sociales que no cesa.

Al menos, ese pisó el asfalto. Los que nos tocan más de cerca se han conformado con ir de boquilla y acrecentar la antología de los rostros marmóreos con arengas de plexiglás. Qué despiporre, sin ir más lejos, ver a Roberto Jiménez, sujetatijeras de Barcina, clamando contra la impía reforma laboral que a él no le rozará ni un pelo… ni le hará abandonar su condición de monaguillo del Gobierno más retrógrado a este lado del Volga. De nota también lo de Gemma Zabaleta, responsable convicta y confesa de un buen puñado de tajos en Patxinia, sacando ahora a paseo la mano izquierda y sentenciando que la situación invita, como poco, a una huelga. Pena que no haga ella una indefinida para dar un respiro a la nutrida legión de víctimas de su gestión. Eso sí sería revolucionario.

Pero abandonemos toda esperanza y dispongámonos a presenciar durante mucho tiempo el obsceno espectáculo de las sopas gubernamentales y el sorber opositor. Los mismos que nos rasurarán el cogote dirán que ellos no han sido y nos despacharán a las barricadas a protestar por la ignominia. Una vez allí, claro, nos mandarán a los guardias para devolvernos, hechos un puñetero lío, a la casilla de salida.