El gesto

Hace unos días, les lloraba aquí mismo las penas de Murcia, o sea, las de la Carrera de San Jerónimo, por los deplorables espectáculos que nos depara, con creciente frecuencia e intensidad, el Congreso de los Diputados de Madrid. O las Cortes, incluyendo esa peculiar cámara que es el Senado, donde lo mismo sestean los viejos elefantes que tratan de hacer su trabajo contra los elementos varios entusiastas de la política que todavía se lo creen. Era el mío un llanto a beneficio de inventario, casi una pataleta impotente, al ver cómo los supuestos representantes de la soberanía popular se han entregado a una competición ya decididamente alocada por hacer el mayor ruido posible para tapar su incapacidad —¿O será su falta de voluntad?— de encontrar soluciones a los problemas de la ciudadanía que los ha colocado ahí.

Por supuesto, la descarga no era de aplicación a la totalidad de los ocupantes de escaño. Ya dejaba caer que había algunos que clamaban en el desierto contra esa impostura desbocada y pedían un cambio de actitud a sus compañeros. Añado aquí y con doble subrayado entre los dignos titulares de acta de diputado al representante canario de Unidos Podemos, Alberto Rodríguez, que en esa misma bronca sesión de la que les hablaba el otro día, tuvo la gallardía de dedicarle unas emotivas palabras a su adversario del PP, Alfonso Candón, que se despedía de la cámara. “Nunca pensé que diría esto en el Congreso, y menos a alguien del Partido Popular. Le vamos a echar de menos. Es usted una buena persona y le pone calidez humana a este sitio”, dijo Rodríguez desde el atril. Un gesto que merece un enorme aplauso.

Gernika, 80 años

Gernika, 80 años, y sigue sin llegar el menor gesto de reconocimiento del Gobierno español. Bastarían unas palabras, ni siquiera demasiado escogidas. Podrían copiarlas de las mil instituciones de cualquier lugar del mundo que no han perdido los anillos por pronunciar unas frases balsámicas allá donde sus antecesores habían cometido una injusticia. No se trata, en ningún modo, de asumir la responsabilidad a título personal de los actuales dirigentes. Nadie es tan bruto como para atribuirles la autoría de una barbarie que ocurrió cuando ni siquiera habían nacido. ¿A santo de qué, a estas alturas, la cerril negativa, tantas veces acompañada de aspavientos. Es imposible que no parezca un signo de conciencia culpable.

Claro que tal vez sea algo más que la conciencia. Ahí tienen a Juan José Imbroda, militante del PP y máxima autoridad civil de ese vergonzante parque temático del franquismo llamado Melilla, acudiendo en pleno 2017 al entierro de pompa y circunstancia de los despojos del tres veces golpista José Sanjurjo Sacanell. Cuando es descubierto, en lugar de bajar la testuz abochornado, todavía se atreve a porfiar que volvería a hacerlo una y mil veces porque el genocida frustrado —recordemos que palmó, quizá por intercesión de los suyos, solo dos días después de la sublevación— había defendido o así la ciudad en 1921.

Y abundando en homenajes fúnebres que lo explican casi todo, el patético Cara al sol de unos energúmenos casposos ante el féretro de José Utrera Molina, orgulloso esbirro del bajito de Ferrol, muerto de viejo sin arrepentir y sin rendir cuentas. Gernika, 80 años. Y los que pasarán.