Que pidan perdón

Me van a permitir que yo me alegre mañana o pasado. No dudo de que habrá motivo para el alborozo, pero en el primer bote está la bilis hirviente por la colosal tomadura de pelo de la que hemos sido víctimas. Y ojalá fuera solo eso, la sensación de haber sido tratados una vez más como puñeteros secundarios de esta película de serie Z. Más graves son las consecuencias. Seis meses tirados a la basura, un pastizal gastado y otro mayor dejado de ganar por culpa de la provisionalidad, la paralización de mil y una cuestiones urgentes y, como remate que habremos de pagar muy caro, la caspa ultramontana convertida en tercera fuerza en el Congreso de los Diputados.

Todo, como precio a no sé qué supuesta imposibilidad para llegar exactamente al acuerdo que hemos visto cerrar en menos de una jornada. De pronto, Sánchez, que decía que no dormiría tranquilo con Iglesias en su gobierno, mete al líder de Unidas Podemos en su cama y hasta se abraza con él como si fuera un osito de peluche. Una broma pesadísima de quienes se pueden permitir gastárselas así a la ciudadanía que los ha colocado donde están. Ellos son Tarzán y nosotros, Chita. Mucho ojo con quejarnos, porque la alternativa puede ser peor: otro bloqueo y terceras elecciones. Para chulos, sus pirulos.

“No es tiempo para reproches”, dice el probable vicepresidente que acaba de descubrir que los cielos no se toman al asalto sino que se llega a ellos por los caprichos de asesores políticos sin medio escrúpulo. Insisto en que será para bien si es que la suma acaba consumándose —yo todavía no lo tengo tan claro—, pero el mensaje es tremebundo. No les importamos un carajo.

Gobierno de coalición

Empiezo exactamente donde lo dejé ayer. Anoté, sin más, que sonaba creíble la filtración del PSOE respecto a la exigencia de Iglesias de una vicepresidencia. La reflexión iba sobre el error de comunicación del líder de Podemos que provocaba que buena parte de la opinión pública esté convencida de que los morados priorizan el ego y los sillones a la consecución de un programa progresista. O traducido, que en este minuto del partido, Iván Redondo, el José Luis Moreno que hace hablar a Sánchez, Ábalos, Lastra y compañía, va ganado por goleada la batalla del relato. Bien es cierto que más le vale no confiarse. La ciudadanía no es tan párvula como presumen los gurús y también empieza a olernos a cuerno quemado la estrategia de Ferraz de hacer que parezca que no hay más remedio que ir a la repetición electoral. Las urnas las carga el diablo, avisados quedan.

Cumplido el prolegómeno, voy al grano. No me parece en absoluto censurable que una fuerza política de la que depende una mayoría de gobierno quiera estar en el Consejo de Ministros. Es una aspiración del todo legítima que no cabe criticar como hambre de poltrona. Se hace política para cambiar las cosas y las cosas se cambian —en la medida de lo posible; no nos pasemos de pardillos— desde los gobiernos. Más en llano: Unidas Podemos tiene todo el derecho del mundo a reclamar un ejecutivo de coalición en el que participe de acuerdo a la proporción de votos y escaños. Naturalmente, para tratar de llevar a cabo un programa consensuado y de conocimiento general. Lástima que esta última parte, la esencial, es la que no se ha abordado en este punto de la negociación.

Vicepresidente o nada

El psicodrama de la investidura entre Sánchez e Iglesias va teniendo banda sonora de Pimpinela. El matiz acongojante es que la interpreta la orquesta del Titanic mientras el transatlántico avanza con decisión hacia el iceberg de la repetición electoral. Ninguno de los dos gallos parece dispuesto a apartarse el primero. Al contrario, la paradoja física es que con cada intento de acercamiento acaban un poco más lejos.

Hay una teoría, entre cínica, cándida y voluntarista, que sostiene que todo forma parte de un estudiado guión que concluye con la salvación en el último segundo, un suspiro de alivio y un beso de tornillo con fundido a negro. Aparte de la falta de respeto hacia la ciudadanía que implica un planteamiento así, el riesgo de que el espectáculo se vaya de las manos es demasiado alto. Humildemente les confieso que, pese a mi larga experiencia de espectador de estas pantomimas, ahora mismo soy incapaz de asegurar cuánto hay de sobreactuación y cuánto de cabreo auténtico en las posturas de los protagonistas y sus respectivos séquitos.

Por lo demás, me desconcierta que quien hemos tenido como genio de la comunicación política, Pablo Iglesias, se esté dejando comer la merienda ante la opinión pública. Fuera de los muy forofos, el común de los mortales que atiende a la representación está convencido de que el escollo del acuerdo es la obsesión ególatra del líder de Podemos por hacerse con un puesto en el gobierno al precio que sea. Su contrincante en la negociación, el PSOE, aprovecha este flanco débil. Ayer filtró que en la reunión en el Congreso se llegó a exigir una vicepresidencia. Y sonó muy creíble.

Un poco de memoria

Ya casi nadie lo recuerda, pero en los meses inmediatamente anteriores a las elecciones de 2009 se daba por hecho un pacto PNV-PSE. Estaba tan asumido, que se hablaba con naturalidad del reparto de carteras y organismos públicos, a la espera de certificar la correlación de fuerzas. Por entonces, las encuestas reflejaban una cierta igualdad entre ambas formaciones de cara a unos comicios en los que se tenía muy claro que la izquierda abertzale no podría participar bajo ninguna denominación; lo de EHAK no volvería a ocurrir.

¿Y qué desvió el plan? Ahí tendrían que aportar su testimonio los protagonistas —la mayoría de ellos aún en activo—, aunque mi interpretación es que hubo dos factores fundamentales. Por un lado, gracias al arrastre del candidato Juan José Ibarretxe, la ventaja del PNV sobre el PSE fue mayor de la prevista. Más decisivo diría que fue, si cabe, el mero hecho aritmético. Cuando, terminado el escrutinio, Patxi López cayó en la cuenta de que sus 25 escaños y los 13 rascados por el PP de Antonio Basagoiti sumaban los 38 exactos que marcaban la mayoría absoluta, la situación giró 180 grados. En ese punto se fue al garete la célebre promesa electoral de no pactar con el PP. La posibilidad histórica de ser lehendakari y formar gobierno bien valía el incumplimiento de la palabra dada.

A la misma hora en que ya se había tomado esa decisión, en Sabin Etxea se celebraba lo que resultaría una amarga victoria. En los días que siguieron, el PSE, con Jesús Eguiguren como ariete principal, no aceptó las generosísimas ofertas jeltzales. Se abrió así una brecha que parece que se acaba de cerrar.