Sigue el timo eléctrico

Hoy llega al pleno del Congreso la convalidación del Decreto-placebo que rebaja el IVA del recibo de la electricidad. Obviamente, menos da una piedra, y sería del género bobo votar en contra, pero habremos hecho un pan como unas hostias si todo se queda en este parche chapucero para la galería. Como estamos comprobando entre la incredulidad y el horror, cada día se bate un nuevo récord del precio, partiendo siempre de cantidades estratosféricas que resultan, amén de una burla, un abuso intolerable. Y lo peor es que, según nos alertan los que entienden algo de esta suerte de nigromancia, la escalada vertical va a seguir durante meses, como se refleja en los mercados de futuros. El gas natural, señalado (confieso que no sé con qué base) como culpable de los sablazos que nos atizan, no dejará de subir.

¿Y qué hay que hacer? Evidentemente, no se lo va a decir este humilde e ignorante juntaletras. Lo que sí tengo es memoria para recordar cómo en tiempos de Mariano Rajoy, los dos partidos que componen el Gobierno español de coalición se quejaban amargamente de que nadie pusiera coto a las eléctricas y parecían tener clarísima la receta para hacerlo. Ahora, sin embargo, se limitan a encogerse de hombros, pontificar que es una cuestión muy delicada, y, como mucho, dictar rebajas como esta que al final no la pagarán las compañías sino que son recursos que dejan de ingresar las arcas públicas. Mientras, al otro lado de la línea ideológica, Casado, Maroto, Teodoro, Ana Beltrán y toda la troupe pepera susceptible de ocupar silla en un consejo de administración de una firma del sector energético se lo pasan en grande.

Amor y sensatez

Nuestras queridas autoridades —da igual cuáles— siempre se van a equivocar. Si flexibilizan las restricciones, mal. Si las refuerzan, mal. Si las dejan como están, mal. En cada uno de los supuestos se escucharán las agrias quejas de los descontentos por esto, por aquello o por lo otro. Y lo divertido a la par que revelador es que no pocas veces las protestas vendrán de los mismos eternos disconformes.

Anoto, para que no me digan que me escapo, que de tener voz y voto en los órganos decisorios, en este momento yo optaría por la máxima prudencia. Comprendo la necesidad de hacer malabarismos con mil bolas políticas, económicas y sanitarias, pero se me ponen las rodillas temblonas al pensar que podemos estar comprando a plazos la tercera ola. Claro que también es verdad, y es lo que venía a contarles, que a estas alturas de la pandemia yo no necesito que venga ningún gobierno a decirme lo que tengo que hacer. Vamos, que independientemente de lo que esté permitido o no esté expresamente prohibido, sé qué tipo de actitudes y comportamientos debo evitar. Y me conforta no ser el único. Me consta, sin ir más lejos, que en más de una familia se ha decidido sin esperar al boletín oficial que este año tocan cenas y comidas en casa y solo con los convivientes. No se me ocurre mejor prueba de amor y sensatez.

Diario del Covid-19 (1)

Empiezo estas anotaciones a vuela pluma con la intención de dejar constancia para el futuro de los días excepcionales que nos ha tocado vivir. Termine como termine esta pesadilla, que ojalá sea bien, merecerá la pena no perder la memoria de los datos, los sentimientos, las sensaciones, la respiración contenida, las escasas certidumbres y las toneladas de dudas entre las que tratamos de llevar una existencia normal.

Qué nostalgia de aquellos tiempos, apenas anteayer, en que nos hacíamos lenguas del pin parental, el episodio nocturno de Ábalos en Barajas o el fulminante Alonsicidio. Aunque ya por entonces el bicho hacía estragos en China y se presentaba en sociedad en otros lugares de globo, poco sospechábamos —o quizá no queríamos hacerlo— que lo tendríamos no en la puerta de casa, sino dentro, muy dentro: en el instante de teclear estas líneas, 197 contagios en la demarcación autonómica y 22 en la foral, sumando seis muertos.

Más allá de las cifras, todavía infinitamente menores que las de la gripe común, las medidas que no hubiéramos sido capaces de soñar. Clases suspendidas en Gasteiz y Labastida, las fuerzas del orden tratando de garantizar el confinamiento de algunos infectados especialmente hostiles, partidos de fútbol a puerta cerrada, eventos cancelados en cascada, toma casi al asalto de supermercados, o unas autoridades sudando la gota gorda para evitar el reventón social. Y cómo no, con brotes de otro virus paralelo e igualmente letal, el del politiqueo chichipocero a cargo de estadistas de regional que dicen saber lo que hay que hacer porque no es a ellos a quienes les toca tomar las decisiones.

Pues otra más

Las huelgas generales en mi país son previsibles de cabo a rabo, y la de ayer no ha resultado excepcional. Aseguran los convocantes que fue un éxito apoteósico. Al otro lado, gobierno, patronal y esta vez también las muchas organizaciones incluso de izquierdas que no se han sumado pregonan que ha sido un fiasco del quince. La cuestión es que es inútil tratar de explicarles a estos y a aquellos que ni tanto ni tan calvo. Como en tantas cosas por estos y otros lares, el asunto va de construirse la realidad al gusto y/o de acuerdo a los intereses.

Empezando por mi, no tengo empacho en confesar que probablemente mi sensación de que la movilización se quedó en gatillazo tiene que ver con mis juicios previos, o sea, con mis prejuicios, siguiendo la etimología de la palabra. Por lo demás, la cosa creo que fue literalmente por barrios. En mi pueblo, Santurtzi, sin ir más lejos, Kabiezes y el centro lucieron prácticamente como cualquier otro día, mientras que en Mamariga predominaban las persianas bajadas. Puro retrato sociológico, supongo.

En cuanto al temor que anoté aquí el otro día sobre el derecho a parar y el derecho a no parar, me temo que hay pocas dudas. No entenderé jamás que si estás convencido de que tu causa es justa, tengas que coaccionar a los demás para que se sumen en lugar de esperar que se apunten voluntariamente. Paradojas, digo yo, como lo es también la encendida proclama a favor de la huelga no ya del tipo de bolsillo desahogado que les conté en la columna anterior, sino de un millonario con todas las de la ley que aprovechó para colarnos como heroico seguimiento del planto el día de descanso de su club.

Bendita modorra

¡Ay, esos esfuerzos baldíos que conducen a la melancolía! Miren que nos empeñamos los del gremio plumífero en echarle épica con sifón a la cosa, pero ni por esas. ¿A quién pretendíamos engañar con lo del pleno de política general más importante de los últimos años en el Parlamento vasco? Que sí, que vale, que ecuador de la legislatura, elecciones forales, municipales y europeas a la vista, nuevo estatus cociéndose a fuego lento, presupuestos con olor a prórroga que es un primor, y lo que te rondaré, moreno, pero de un tiempo a esta parte, la política del terruño se ha instalado entre la placidez y la calma chicha a la que no estábamos acostumbrados. ¡Y que dure!, hemos de pedir, si de verdad conservamos memoria de aquella crispación que nos atizábamos no hace tanto desyuno, comida, merienda y cena.

De momento, y hasta nueva orden, bendita modorra y bendita previsibilidad del Gobierno, que incluso el lehendakari mentó, entre la retranca y la confesión de parte, en un discurso que contuvo exactamente las sorpresas con las que contábamos: cero. En justa correspondencia, los portavoces de los grupos —y especialmente, los de la oposición— cumplieron hasta la última coma con un guion que, en algún caso, llegó a la autoparodia, cuando no a la antología de la vergüenza ajena. Cómo decirles, cómo contarles, que la cámara, sin necesidad de ser un Templo, no puede parecer tampoco un aula de segundo de BUP.

Y lo demás lo tienen en los titulares, cada cual, incluidos los nuestros, arrimando el ascua a la sardina propia y dopados con hormona del crecimiento, a ver si hay suertecilla y el común de los mortales supera la indecible pereza que le provoca la cuestión.

Casi impecable

Vaya, un tanto anticlimático lo de Maxim Huerta en Cultura, cuando la progresión de los anuncios parecía prometer, como poco, a Antonio Banderas o, qué sé yo, a Iniesta. Y más en serio, bajón con interrogante respecto a la elección de Grande-Marlaska para Interior. La bibliografía que tiene presentada el superjuez en lo que nos toca más de cerca no invita a albergar grandes esperanzas respecto a esos cuatro asuntillos —o sea, asuntazos— que tenemos pendientes por aquí arriba. Claro que pasan de media docena las ocasiones en que hemos comprobado que los hechos más audaces han tenido los protagonistas menos esperados. Veremos. Es decir, ojalá veamos.

Por lo demás, comentario puntilloso arriba o abajo sobre Borrell o sobre la ministra Montero, tan poco amiga de Concierto y Convenio, no tengo el menor empacho en reconocer que es el mejor gobierno español que soy capaz de recordar. Y recuerdo todos, ojo, que empecé con pantalón corto a chutarme en vena la farlopa politiquera. Ni de lejos podía imaginar una composición así, y solo puedo quitarme el cráneo ante quienes se la han sacado de la sobaquera en tiempo récord. Toma y vuelve a tomar con el Gobierno Frankenstein.

En la cita anterior es donde nos encontramos con un PP en pánico y con Albert Rivera al borde del llanto incontrolable. Él, que ya tocaba con la yema de los dedos el pelo monclovita, se ha quedado con el molde y, de propina, con la angustia de pensar que a lo peor se queda para vestir santos. En cuanto a Pablo Iglesias, también cabe imaginarlo rascándose la cabeza y barruntando lo que casi todos, que aquí el más tonto hace relojes.

A vueltas con PISA

Esto del Informe PISA va por barrios. Cada tres años se cambian los papeles celebratorios o plañideros según haya caído la lotería de unas pruebas que nadie acaba de explicar cómo funcionan y para qué carajo sirven realmente. O quizá sea que también los mayores de 15 abriles, todos y cada uno, andamos peces en comprensión lectora. Total, que ocupándonos de lo más cercano, ahora mismo tenemos fiesta mayor en la demarcación foral y luto riguroso con reproches adosados en la autonómica. En Navarra, faltaría más, se disputa a hostia limpia dialéctica la paternidad del éxito, mientras que en la CAV la competición consiste en ver quién le atiza la mayor guantada a los dirigentes políticos.

Empecemos por ahí. ¿Son los gobiernos responsables para bien o para mal de los resultados obtenidos por la chavalada en estas olimpiadas del saber con ínfulas? Es difícilmente negable que alguna influencia tienen sus normas educativas y el modo en que se aplican. “¡Y la pasta, oiga, la pasta!”, añadirá alguien, perdiendo de vista que varias de la comunidades de cabeza invierten mucho menos que algunas que se han dado la piña.

Anotemos, en todo caso, la cuota de culpa de los que mandan. Es curioso que la lista se pare ahí, excluyendo a las personas encargadas de transmitir el conocimiento, a las destinatarias de su trabajo y a sus progenitores, que algún pito deberían tocar en todo esto. Si queremos hacer un diagnóstico todavía más completo, propio de notable alto en el PISA, y aunque esto es común a los lugares con buenos y malos resultados, habrá que reflexionar un ratito sobre el valor que le damos al esfuerzo.