Brexit is Brexit

¡Vaya por God! Según se desprende del rasgado ritual de vestiduras y las coreografías de manos crispadas a la cabeza, el torpe pueblo británico ha vuelto a equivocarse al meter la papeleta en la urna. Y no será porque la legión sabionda que cacarea en Twitter, el programa de Ferreras y alguna que otra cátedra de postín no ha venido contando a los tozudos isleños qué era lo que les convenía y lo que no. Pues ahí tienen la enésima cuchufleta a los predicadores de lo correcto: victoria aplastante del presunto analfabeto que se desinflaría el segundo día de campaña y hostión histórico de la gran esperanza zurda europea. Sobre esto último, por cierto, no sé si reír o llorar cuando oigo o leo a los fans locales del trasnochado Corbyn que “no se trata solo de ganar elecciones”. Literalmente, el chiste de Eugenio: “Me gusta jugar al póker y perder”.

Pues no. Como ha quedado meridianamente claro, se trataba de ganar. Igual que en cualquier contienda electoral, pero mucho más en una como esta, planteada casi como ese segundo referéndum que ya sabemos que, salvo en Escocia e Irlanda del Norte, no tiene sentido celebrar ni pedir. El veredicto de la ciudadanía del Reino Unido ha sido contundente: su deseo es abandonar la Unión Europea, y de entre las fórmulas para la separación disponibles en el mercado, han optado por la que les proponía Boris Johnson. ¿Que va a ser un error del que se arrepientan? ¿Que la decisión va a perjudicar a terceros que pasaban por allí? Ni merece la pena planteárselo. Si, como tanto nos gusta proclamar, creemos en la soberanía popular, deberíamos simplemente asumir que se ha ejercido. Y ya.

Yihad de proximidad

Gran espectáculo, el que están dando los dos supuestos líderes principales de Gran Bretaña. Ni un minuto después de llamar a la unidad para vencer al terror y blablablá, Theresa May y Jeremy Corbyn se lían a tirarse de los pelos en público y a culparse mutuamente de la barra libre con la que actúan los que asesinan en nombre del Islam. Si es por razón, ambos la tienen. Fue la primera ministra, en su época de responsable de Interior, la que dio un buen tajo al presupuesto de Seguridad. Por su parte, el extravagante líder laborista era de los bocazas que denunciaba como intolerables ataques a la libertad individual cualquier investigación en los pútridos caldos de cultivo de los matarifes. Pero llegan tarde sus reproches cruzados a la caza del penúltimo voto ante las elecciones de mañana. Gran ironía, por cierto, que suspendan la campaña como acto de respeto a quienes han dejado la piel en el asfalto, y la reemprendan en su versión más sucia cuando todavía quedan víctimas sin identificar.

Y mientras, a los atribulados espectadores se nos hiela la sangre y nos hierve la bilis ante la enésima reiteración del fiasco policial. De nuevo muy tarde, nos enteramos de que había mil y un avisos sobre los criminales, pero en un siniestro juego de lotería, se decidió que no eran peligrosos. Para colmo de pasmo e impotencia, nos cuentan que uno de ellos llegó a salir en un documental televisivo titulado “Los yihadistas de la puerta de al lado”, programa que valió al Canal 4, la cadena que lo emitió, y a las personas que aportaron su testimonio durísimas acusaciones de xenofobia e incitación al odio. ¿Les suena?

Brexit

De entrada, Brexit me suena, supongo que por proximidad fonética, a brasa. También a complejo vitamíco para vigoréxicos, producto de limpieza para devolver el brillo a las vitrocerámicas castigadas o chicle de a doblón el paquete. Eso, en cuanto al nombre. Si voy por la coreografía que he visto en este par de días de cumbre de barandas que se hacen selfies comiendo pizza, la cosa se me queda en un Gran Hermano VIP, una Isla de los famosos o un Bruselas Shore cualquiera.

Dirán que menuda profundidad de argumentación, y me harán reconocer que, efectivamente, ninguna. Si en otras ocasiones escribo en el filo de la navaja, en esta lo hago desde el más grosero desconocimiento de lo que implica o deja de implicar que (la) Gran Bretaña abandone la Unión Europea, que es lo que se supone que han conseguido evitar los superhéroes de barrio alto, incluido el que lleva un congo de semanas en funciones.

Desde mi osada ignorancia recién confesada, empiezo preguntando si eso es verdad. De entrada, el referéndum se va a celebrar, y ya hemos visto a media docena de ministros de Cameron —que solo llevó tres camisas a la cumbre, por cierto— torciendo el morro y diciendo que menuda mierda había aceptado su jefe. Al otro lado, sin embargo, contemplamos a Juncker y Tusk (excuso anotar sus cargos) dando a entender que habían cedido un riñón y medio hígado, pero que había merecido la pena. Y ahí llega mi (repito) indocumentada duda, y no me la mezclen con ya saben ustedes qué: cuál es el motivo de tanta insistencia en mantener en el club a quien, aparte de estar como si no estuviera, no parece muy interesado en seguir.

Los que nunca fallan

Me pongo cárdeno de la vergüenza al recordar la cantidad de veces que hasta el mismo jueves por la noche repetí que Gran Bretaña afrontaba las elecciones más reñidas en 70 años. Con qué convicción, oigan, lo fui diciendo en cada entrega de la portada informativa de Gabon de Onda Vasca, apuntalándolo con comentarios sobre el casi seguro panorama de desgobierno que se cernía sobre las islas y bla, bla, bla. Total, para que a las once de la noche llegara la encuesta a pie de urna de la BBC que descuajeringaba la cantinela, y en las horas sucesivas —que hay que ver lo que duran los recuentos por allá, oh my God!—, la confirmación de la mayoría absoluta del Partido Conservador de David Cameron. De lo que iba a ser, como mucho, un empate raspado a la victoria aplastante e incontestable, dejando por el camino los cadáveres políticos de sus tres principales rivales, ahí queda eso.

Tras un patinazo de tal medida, lo siguiente que uno imagina es una disculpa pública de quienes llevaban semanas vendiendo como cierto exactamente lo opuesto a lo que ocurrió. Porque no crean que la profecía fue solo cosa de plumillas sin pedigrí como el que suscribe. La habían echado a correr los analistas más sabiondos, los que beben en las mismísimas fuentes originales, los que están al cabo de la calle de cada secreto y de cada matiz. Comprobada la inmensidad de la pifia, ni siquiera  se han dado por aludidos. Al revés, han aprovechado el viaje para currarse floridos teoremas sobre por qué han fallado las encuestas, mientras alumbran nuevas martingalas como que a Cameron le va a ir peor que si hubiera perdido. Qué hachas.

Escocia, del no al quizá

En apenas tres meses, los contrarios a la independencia de Escocia han perdido más de veinte puntos. De la goleada de época a un empate que, con razón, ha puesto a un tris de la ebullición la proverbial flema británica. El mismo Cameron debe de estar ciscándose por lo bajini en ese profundo sentido de la democracia que tanto le hemos alabado los que algún día quisiéramos votar sobre lo mismo en nuestro país.

Se me queda muy corta la explicación de los eruditos basada en la pésima campaña y el exceso de confianza de los unionistas. Me valdría si lo que se dilucidara el próximo jueves fuera el tamaño de las señales de tráfico o, por citar algo que nos suene familiar, la opción entre el puerta a puerta y la incineradora. Entiendo que en tales cuestiones la comunicación y/o la propaganda puedan inclinar la balanza. No me entra en la cabeza, sin embargo, que sean capaces de hacer variar (y además en esa proporción) lo que uno suponía que debería ser una convicción hondamente arraigada. Quiero decir que alguien no se hace independentista (casi) de la noche a la mañana. ¿O sí? A la vista de los sondeos, que ya no son uno ni dos, habrá que concluir que tal posibilidad existe.

Lo anoto como uno de los muchísimos aprendizajes que le debemos a la convocatoria de este referéndum. Dado que soy un cenizo impenitente, pese al arreón del sí —con el que simpatizo por motivos obvios—, tengo malas vibraciones respecto al resultado final. Ojalá esté equivocado, pero aun no estándolo, tras el berrinche correspondiente, celebraré haber podido ser testigo de este momento histórico. Algún día nos tocará a nosotros.