Para delirio, lo de Alsasua

Qué oportuno, Rajoy hablando de delirios autoritarios en relación a Catalunya, apenas 24 horas después de que sus terminales judiciosas en la Audiencia Nacional hayan pedido descomunales penas de cárcel para los presuntos autores de la paliza —yo no lo diré de otro modo— a dos guardias civiles en Alsasua. 62 años para uno, 50 para otros seis y 12 y medio para la que, hay que joderse, sale mejor librada. ¿Quién delira ebrio de autoritarismo norcoreano en este caso? Por desgracia, los únicos que tienen la capacidad para hacerlo. Suyas son las leyes y suya, la facultad de retorcerlas hasta donde les salga del níspero.

Impotentes, los escandalizados espectadores clamamos que no es justicia sino venganza y nos quedamos patéticamente cortos. Ni siquiera lo hacen por resarcirse de la vieja afrenta. O no solo. Simplemente, les pedía el cuerpo un escarmiento ejemplarizante y se han pegado el capricho de darlo en las carnes de los primeros pardillos que les han salido al paso. Para que se vea quién sigue mandando aquí, como aviso a navegantes y, de propina, como provocación a ver si alguien muerde el cebo y tenemos unos sanfermines calentitos, como aquellos de hace 39 años.

Echa uno de menos en este lance, igual que en tantos, a los campeones siderales de la democracia y el requeteprogresismo molón. Quizá es que en mi tele ponen otra cosa, pero no veo a la siniestra exquisita montando el cristo en los programas postureros que ustedes y yo sabemos. Como exceso, una leve queja a media voz o un tuit de aluvión envuelto en burbujitas de plástico, no nos vayan a confundir con los malos. ¡Vaya con la revolución!

¡A mi la Guardia Civil!

Mientras Cristina Cifuentes iba de tele en tele echando pestes sobre la Guardia Civil por el informe que, según ella, la difamaba gratuitamente a base de fabulaciones, me preguntaba qué más me quedaba por ver. Ni de lejos imaginaba lo poco que tardaría en llegar la abracadabrante respuesta. Apenas un par de días después, en el Parlamento vasco, y en medio del debate de una de esas propuestas chorras a mayor gloria de los efímeros titulares, Joseba Egibar soltó la bomba. Como si estuviera añadiendo un verso al poema de José Agustín Goytisolo sobre el mundo al revés que inmortalizó Paco Ibáñez, el portavoz del PNV desveló que cuatro eximios miembros de EH Bildu habían acudido a pedirle sopitas a la últimamente tan nombrada UCO, es decir, la Unidad Central Operativa de la Guardia Civil.

En concreto, se solicitaba al normalmente motejado como cuerpo de ocupación (en la versión suave, claro) que hiciera su magia habitual para demostrar que los perversos gestores jeltzales de Bidegi se habían llevado crudos treinta kilos de las obras de la AP-1. Ocurría que dos años y pico después de la estentórea denuncia, las evidencias supuestamente imposibles de ocultar seguían sin aparecer, y alguien debió de pensar que nadie como la Benemérita Institución para encontrar —¿o era fabricar?— las pruebas de lo que fuera menester.

Escojan ustedes si anécdota, categoría o, sin más, pura normalidad. Yo me abstengo. Me limito a sonreír ante el peculiar episodio mientras pienso que esta vez sí tiene razón Bob Dylan. Los tiempos están cambiando. El PP se cisca en la Guardia Civil y la Izquierda Abertzale pide su auxilio.

Desarmes y chapuzas

Nuevo golpe contra los arsenales de ETA. Eso dicen los titulares a la diestra de la línea imaginaria. “Golpe”, de verdad. Como si se tratara de una acción heroica arrostrando peligros sin número. Tremenda gesta en comandita de las policías de La France y L’Espagne. Después de un tiempo fisgoneando una probablemente tan bienintencionada como chapucera operación secreta para mostrar al mundo —vía exclusiva a ciertos medios, temo— que ETA está dispuesta a destruir unos cuantos cachivaches de matarile, los uniformados se suman a la fiesta. Para cargársela, claro. Aparecen en la suerte de chatarrería, se incautan del material de desecho y detienen a las personas que, con su mejor voluntad, se habían avenido a participar en lo que entendían que podría contribuir a agilizar de una vez el embrollo sin fin del desarme.

Esos son, poco más o menos, los hechos. Contados, lo reconozco, desde mi cada vez más resabiado prisma, pero sin alteraciones en lo básico. A partir de ahí, la conocida coreografía. Estos lo presentan como una gran hazaña en nombre del Estado de Derecho y aquellos como un intolerable ataque de los “enemigos de la paz”. Llama la atención que tal categoría comprende no solo a los ejecutores y ordenantes de la maniobra policial, sino a cualquiera que no esté dispuesto a comprar la moto de la bondad infinita de lo que queda de la banda frente a la maldad de los demás. Sueltan la milonga, como no me cansaré de subrayar, individuos que tiraron de pipa directamente o aplaudieron a quienes lo hicieron. Hablan, además, en nombre de un pueblo que no le ha dedicado a este asunto ni medio pensamiento.

Escarmiento en Alsasua

Así se hace querer y respetar la Guardia Civil en Alsasua. Con una operación de exhibicionismo chusquero a mayor gloria del teledelirio de las tres de la tarde y sus correspondientes clones, incluyendo los de las cadenas megaprogres, que en esto de la una y grande no se salen del carril. Qué bien dan en las pantallas amigas las apoteosis verdeoliva, la caza y captura del lebrel desafecto casa por casa cuando bastaba y sobraba una citación monda y lironda para declarar en el tribunal de excepción que dicen Audiencia Nacional.

Pero claro, hay ministro nuevo al mando y tiene que marcar paquete justiciero, ayudado por las aguerridas togas que se hacen puros con las páginas del código penal. ¿Una de delito de terrorismo, Don Camilo? ¡Venga! Y allá que se van los beneméritos sedicentes de safari por las pecaminosas tierras del norte. Para que el regüeldo sea completo, el cachondo que bautiza las hazañas bélicas de los tataranietos del Duque de Ahumada le pone a esta Ausiki, es decir, Morder. Hay que ser algo que no me atrevo a escribir porque sé cómo las gastan los amos del calabozo hispanistaní.

Acción, reacción, acción. Pierdo la cuenta de las veces que he anotado la tríada en estas columnas de desahogo. Empieza a acongojar este vertiginoso regreso al pasado, con los tirios y los troyanos encantados de conocerse nuevamente, aquí repitiendo las rancias soflamas y allí montando pifostios entre el escarmiento y la pirotecnia.

Como consuelo y esperanza, me quedan los versos de Neruda. La mayoría de nosotros, los de entonces, ya no somos los mismos. Esta vez no va a colar. No podemos dejar que cuele.

Linchamiento en Alsasua

El pasado nos persigue. A punto de cumplirse cinco años de algo que ocurrió en 2011 (aquel comunicado largamente esperado), volvemos, como poco, a 1998. Alsasua, un solo hecho y dos versiones radicalmente opuestas. Ninguna creíble porque una y otra son de parte y arrojadizas. Juegan al viejo acción-reacción-acción, y a los hechos que les vayan dando morcilla. Cuádrese cada cual junto a su mástil y entone su cántico de guerra. Todo lo empezaron los de enfrente, faltaría más.

En triste y un tanto cobarde consonancia, dos declaraciones institucionales en el Parlamento de Navarra. La primera, en términos épicos entre el verdeoliva y el rojigualda; arriba España o así, todo por la patria. Votos a favor: UPN, PPN, PSN. La segunda, meliflua, de silbido a la vía, como al despiste, a ver si colaba y la esponjosa ambigüedad arrastraba también a EH Bildu. Ni por esas. Abstención y gracias. Votos a favor: Geroa Bai, Podemos e Izquierda Ezkerra. ¿El Gobierno del cambio? Bien, gracias. Los desacuerdos pactados, ya saben, no vayamos a darle pisto al Antiguo Régimen.

Lástima que esta vez no se haya conseguido tal objetivo. Por casualidad, puse ayer la tele en el canal progre por excelencia, y me encontré a Eduardo Inda con una apreciable erección neuronal mientras lanzaba los sapos y culebras de rigor. El resto de contertulios presentes, los mismos que habitualmente se le echan a la yugular, le hacían palmas. Digo yo que alguna conclusión deberíamos sacar de esa unanimidad. Bien es verdad que resulta más cómodo hacer como si no supiéramos que, ocurriese como ocurriese, el linchamiento del sábado no tiene un pase.

Pablo y el benemérito

La conmemoración del 23-F hace ya tiempo que es la continuación del propio golpe de estado por otros medios. Cada aniversario desde el primero, y con especial ahínco en los redondos, el personal se lanza al desbarre, la hipérbole, la memoria desmemoriada, el concurso de odas y topicazos, la impostura de toda la vida que ahora llaman postureo y, como novedad reciente, esos ejercicios de onanismo sin matices que decimos selfies.

A esta última modalidad pertenece la milonga que más me ha enternecido en esta edición de los juegos florales del tejerazo. Su autor no podría ser otro que quien ha hecho de la gallarda pública una de las bellas artes. Van a apuntar, lo sé, que es fijación, pero como diría aquel que le echó un par de narices en la tarde-noche de autos, puedo prometer y prometo que el tuit de Pablo —rebautizado Pueblo por un pérfido concejal donostiarra a quien no delataré— Iglesias convierte en prescindible todo lo que podamos farfullar los demás en torno a la efeméride de marras.

El prodigio comunicativo consta de dos imágenes y un texto. Las instantáneas muestran al susodicho —cómo no— en compañía de otro individuo. En ambas señalan con espontaneidad manifiestamente mejorable los puntos del Congreso de los Diputados donde se conservan, cual si fueran el brazo incorrupto de Santa Teresa, los impactos de bala que dejó la picoletada insurrecta. Como coralario, la emocionante leyenda que copio y pego para su solaz: “Hace 35 años un guardia civil entró aquí con pistola en mano; ahora otro lo hace de la mano de la gente”. No me lo digan. Se les ha puesto un nudo en la garganta. Y a quién no.

Aten sus perros

Supongo que debo celebrar que todavía no me haya aparecido una cabeza de caballo sanguinolienta en la almohada. Pero por avisos no será. “Lávese su boquita antes siquiera de mentar a la Guardia Civil”, me advierte un patán anónimo que añade a su tuit el escudo de armas del cuerpo al que pertenece, entre otros criminales probados en sede judicial, el general Rodríguez Galindo. La cosa es que yo no había mentado a ningún picoleto. Ni a la policía nacional, ni (en ese caso concreto, aunque sí en otro reciente) al ejército español, ni a grupos o grupúsculos nazis. Y sin embargo, especímenes de todas esas raleas no se me despegan del tobillo desde que hace ya ¡diez días! enhebré exactamente 1.620 caracteres no demasiado favorables al forúnculo que en el registro de partidos aparece identificado por las siglas (nótese que todas falsas, incluida la conjunción copulativa) UPyD. Dime a qué clase de gachós mueves y te diré lo que eres. Bueno, en este caso, poca falta hacía.

Cierto, ya les di cuenta de la primera acometida, y no me repetiría, si no fuera porque esta segunda balacera dialéctica, mucho más intensa y subida de tono, llegando a lo delictivo, partió de los teclados de dos dirigentes de la excrecencia magenta. Señalando directamente la nuca sobre la que verter el fétido aliento, Rubén Múgica lanzó la primera fatwa (querellable, por cierto) y acto seguido, Gorka Maneiro la amplificó, muy probablemente, desde el Iphone que le pagamos todos. Siempre he sostenido que el fascismo no se define por las ideas sino por los métodos. Lo de este hostigamiento es de libro. Maneiro, Múgica, aten sus perros.