Enaltecimientos varios

Siempre he pensado, con Aute, que los tirios y los troyanos deberían casarse porque son tal para cual. Y dejarnos en paz al resto, que estamos hasta las mismísimas de aguantar su rollito sadomaso y su retroalimentación mutua en bucle infinito.

Farfullo, que ya sé que a veces me embalo y se pierde el hilo, de las cuatro detenciones de ayer por enaltecimiento del terrorismo. Inmensos, comme d’habitude, Urquijo, Mariano, Fernández y los picoletos de jornada, dando bombo urbi et orbi a un acto que durante veintipico años se ha venido desarrollando sin que saliera de los círculos de costumbre. Sí, a la vista pública, y probablemente para lógico y comprensible disgusto de mucha gente. Pero es que como empecemos a entrullar a todos los que se comportan miserablemente, no va a quedar ni quisque fuera. Eso, sin contar con lo poco que me fío yo de quien decide sobre las actitudes que son y dejan de ser penalmente punibles.

Respecto a esta en concreto, la de montar saraos a mayor gloria de tipos que —en la inmensa mayoría de los casos— se han dedicado al matarile o al auxilio del matarile, lo tengo muy claro. Como decía el famoso cura sobre el pecado, no soy partidario. Es más, salvo en ocasiones excepcionales a las que podría encontrar una explicación, me parece una canallada del quince, así se llame el fulano homenajeado Morcillo, Galindo, Zabarte, Txikierdi o, pongamos por caso, José Bretón. Creo, sin embargo, y muy firmemente, que lo que procede es la sanción o la reprobación moral. Llevarlo más allá es, y vuelvo al principio de estas líneas, una forma enaltecer, miren por dónde, a los enaltecedores.

Cada vez más Pablemos

Y luego hay quien se enfada cuando le llaman a la cosa Pablemos. Pero ahí está, es el chiste del gato, que como es suyo, el gurú de Vallecas se lo beneficia cuando y como quiere. El doctor Iglesias Turrión es el camino, la verdad y la vida, y tan asumido lo tiene, que ni pierde el tiempo ciscándose en los críticos, arrumbándoles de michelines o recordándoles, a lo Guerra, que el que se mueve no sale en la foto. Al contrario, cuando le vienen setecientos cargos (¿ya hay todos esos?) y 5.000 militantes arrugando el morro porque se ha maravillado unas primarias —qué risa, tía Felisa— para que las ganen sus sí-buanas, el gachó se eleva tres palmos sobre el suelo, se pone condescendiente y declara con suficiencia que qué alegría da tener un partido en el que se puede discrepar de la dirección. Entonces, los protestantes, o por lo menos, la mayoría, sacan cuentas de lo que pueden perder si persisten en su actitud, sonríen al pajarito, bajan la cerviz y se resignan a su papel entre la cuota, el adorno o la mascota del patrón.

La nueva política, por lo visto, es eso. Y también ponerse en plan Santiago Bernabéu a fichar —es decir, a reclutar— mercenarios para que la tan cacareada unidad popular sea a su imagen y semejanza. El primer fichaje, qué sorpresa, Tania Sánchez, que obviando el comentario sentimental, es aquella que al abandonar IU dijo “No, punto, no vamos a entrar en Podemos. No sé de cuántas formas más decirlo”. Junto a ella y otras destacadas lumbreras de ámbitos progresís diversos, se incorpora al proyecto el baranda de la Asociación Unificada de la Guardia Civil. Saquen sus conclusiones.

No se van

Fue un acto verdaderamente pintoresco el del miércoles en el acantonamiento verde oliva de Sansomendi. Una expresentadora de telediario devenida en reina por vía inguinal se llegó a cantar los prodigios de la guardia civil durante sus 171 años —todos esos— en el territorio comanche del norte. Se presentó la doña de blanco y sin peineta ni mantilla, detalle que a la prensa cortesana y lamedora le pareció, hay que joderse, una revolución del protocolo. Como si no cantara suficientemente a naftalina la concentración de tricornios acharolados, charreteras, pecheras atiborradas de medallas y otras quincallas que lucían los beneméritos o los trajes de cuervo siniestro que vestían las autoridades civiles. Entre ellas, el virrey Urquijo, para qué les cuento más.

Por aquello de la elegancia social del regalo o por tradición medieval, la antigua compañera de Alfredo Urdaci trajo como prenda para el cuartel vitoriano una bandera española tan primorosamente bordada, que había costado 60.000 eurazos del ala. Imaginen el rebote de los picolos de a pie, que no reciben ni para mediasuelas de sus botorras, ante semejante derroche en el trapo rojigualda. Bien es cierto que allá ellos si tragan con la ofensa.

La guinda del evento se la había reservado el singular ministro que atiende por Jorge Fernández y Díaz. Con la vena hinchada hasta lo patrióticamente reglamentario y en un remedo opusdeisiano de Escarlata O’Hara, puso a Dios por testigo de que la Guardia Civil jamás de los jamases se marchará de la irredenta Vasconia. Y todo esto tuvo lugar, puedo asegurárselo, una soleada jornada de primavera del siglo XXI.

La enaltecedora

Titulares que mueven a algo a caballo entre la piedad y la carcajada: “Subí el emblema de ETA a Facebook sin darme cuenta”. Son palabras de una de las 21 personas detenidas en la jacarandosa Operación Araña que se marcó la Guardia Civil la semana pasada con el supuesto objetivo de limpiar el patio internáutico de contumaces enaltecedores del terrorismo. Nos los habían pintado como una suerte de escurridizos y malvadísimos hackers que colocaban sus perniciosas consignas entre sus miles de seguidores. Empecemos por esto último. Resulta que Begoña, la autora del entrecomillado de más arriba, apenas tiene cincuenta amigos en Facebook, en su mayoría, [Enlace roto.], familiares y conocidos de Galicia, tierra de la que emigró a Euskadi tras una ruptura sentimental. Salvo que se trate de ninjas o muyahidines, no da la impresión de que haya ahí masa crítica suficiente para iniciar un movimiento insurgente ni nada que se le parezca.

El resto de detalles que ella misma aporta tampoco la retratan precisamente como una temible ciberdelincuente. De 46 años, separada, madre de una hija que le da más de un disgusto, y con una discapacidad física reconocida del 72 por ciento, Begoña usa la famosa red social de Zuckerberg —solo esa; en Twitter ni se ha estrenado— para lo que tantos y tantos, o sea, para mantener un sucedáneo de contacto con el mundo. Comparte citas blanditas de postales de autoayuda, canciones de Rocío Jurado y fotos de su tierra de acogida, entre ellas, una ikurriña que contenía la serpiente y el hacha. Para la llamada benemérita pasa por una peligrosa enaltecedora.

Operación Araña

Menudo descubrimiento, las redes sociales están tachonadas de cenutrios que, desde lo que los muy pardillos presumen impune anonimato, se dedican a evacuar la peor mierda a diestra y siniestra. Los hay, como estos que han servido al ministro Fernández para montarse el penúltimo show, que vomitan bravuconadas nauseabundas sobre Miguel Ángel Blanco o Irene Villa, pero no escasean los que se vienen arriba deseando la muerte de Otegi, Mas, Urkullu, Cayo Lara o cualquiera de los enemigos oficiales de la patria. Sin ir más lejos, el otro día, en una cuenta de Twitter llamada Foro Guardia civil se lamentaba que Martín Garitano no se hubiera quedado en el sito cuando se desvaneció en la izada de la ikurriña XXL en Donostia. Yo mismo, siendo un mindundi que no ha empatado con nadie, me he visto dos docenas de veces en un paredón imaginado por garrulos de dedo fácil y masa gris ausente.

Sería el primero en celebrar que esta quincalla cobarde desapareciera para siempre de la faz del ciberespacio o, como poco, que sus gañanadas no les salieran gratis. Lo que no trago es que el modo de conseguirlo sea una redada refulgente como la que los guasones bautistas del ministerio español de Interior dieron en llamar Operación Araña. Hemos visto los suficientes espectáculos de luz y color verdeoliva para saber que lo único que se ha buscado con el escarmiento público de un puñado de bocachanclas era seguir exprimiendo la nutricia teta de la serpiente. Eso de saque. En el mismo viaje, acojonar preventivamente a cualquiera que no escriba como dicte la autoridad competente. Una triste coma podría ser enaltecimiento.

Fernández amenaza

Tricornio Basque Tour 2013. A Fernández, el ministro de la triste figura y la lengua inquieta, lo han mandado a las bárbaras tierras norteñas en comisión de servicio. Lunes en el cuartel de la Guardia Civil de Leitza y martes en Intxaurrondo. Entre esos muros que han amortiguado tantos gritos desesperados, testigos o más bien cómplices de ciento y un episodios de la violencia que no cabe en la versión oficial, el jefe de la porra hispana arengó a la tropa verdeoliva. Una palmadita en el lomo a los penúltimos de Sidi Ifni, que necesitaban escuchar que allá en la metrópoli los tienen en sus pensamientos, que siguen siendo su anacronía predilecta, y que así será por siempre jamás, digan lo que digan las habladurías.

Desconozco cómo sonarían sus palabras desde dentro. Desde fuera, el eco era de ultratumba, de no-do o, como poco, de telediario de Urdaci, definitivamente divorciadas del día que señala el calendario. La amenaza, a estas alturas, de la ilegalización inminente, con la metáfora de un supuesto contador de ofensas que, una vez colmado, tendría su traslado a los señores de las togas para que procedieran en consecuencia. Como en los buenos tiempos. Solo que esos, así haya muchas ganas, no volverán. Han pasado dos o tres docenas de cosas que hacen impensable la marcha atrás, y Fernández es el primero que lo sabe, o el segundo, después de superior jerárquico, el Tancredo de Moncloa.

Otro asunto es que no quieran darse por enterados y prefieran seguir con el lenguaje y las actitudes añejas, pecado del que no tienen el monopolio, por cierto. En muchos aspectos, no les va mal por el momento. Todavía mantienen y ejercen draconianamente su capacidad de bloqueo, su contumaz negativa a moverse un solo milímetro. No es poca cosa, pero es casi lo único que les queda. El resto es pólvora mojada, pura farfulla de aluvión, como las amenazas extemporáneas del ministro en su gira por los cuarteles.

¡Vivan las caenas!

He escrito unas cien veces que recelo de la demoscopia —ya imagino la sonrisa de un par de amigos lectores que se dedican a esta suerte de nigromancia— casi tanto como de la eficacia de las escopetas de feria. Con las encuestas fallidas que guardo en la memoria se podrían envolver los ocho planetas del Sistema Solar y todos sus satélites. Si contara los fiascos que ya he olvidado, seguramente cubriría de papel mojado el Universo completo. Dicho lo cual, añado en flagrante y consciente contradicción que no dejo un barómetro dizque sociológico sin escudriñar. Debe de ser por vicio, porque mi espíritu es el del inasequible al desaliento buscador de premios bajo las tapas de yogur, porque en el fondo también pienso que algo tendrá el agua cuando la bendicen o —seré cínico— porque en ocasiones los datos que ofrecen las muestras confirman de pe a pa mis sospechas. Vale, mis prejuicios, si lo desean.

Me ha ocurrido con la última y suculenta entrega del CIS. En ella se cuenta que, de acuerdo a mis barruntamientos, no hay Cristo que confíe en Rajoy pero es aun más difícil tener fe en Pérez Rubalcaba. Simple reválida de una intuición muy extendida, no me detengo mucho ahí. Prefiero hacerlo en otro titular: las tres instituciones mejor valoradas en España —lean el Estado si les va a doler menos, aunque esta vez no hay paliativo— son, por este orden, la Guardia Civil, la Policía Nacional y las Fuerzas Armadas. Puede que me pase de cabrón con tanta mayúscula inicial, pero a lo mejor esta vez sí es necesario que escueza antes de curar… si es que hay cura.

“¡Más motivos para la independencia!”, se vendrán arriba dos o tres. Sí, creo que ahora mismo, no sé si en Txiberta o en Txillarre, están redactando la declaración. Recuperado el realismo, dirijo mi incómoda voz sobre y so Pancorbo para preguntar si bajo el “¡Sí se puede!” no escuchan, como yo, un “¡Vivan las caenas!” que acojona una barbaridad.