¡A las urnas!

Como la mayoría de los mortales, llego a estas elecciones con la lengua fuera y una sensación de hastío infinito. Aunque sea cierto que desde hace unos lustros vivimos en campaña permanente, dos llamadas a las urnas en menos de un mes y para votar (como poco) para cinco cosas distintas se hacen inabarcables. Máxime, cuando la triple cita de hoy se vive como una especie de reválida o segunda vuelta de la del 28 de abril, lo que inevitablemente suponía un riesgo de contaminación de los mensajes y las actitudes.

Y aquí es donde esta columna hace la ciaboga —o un triple tirabuzón— y cambia de tenor. Para variar, me pongo en clave optimista. Creo sinceramente que en este trocito del mapa hemos sido capaces de vadear ese peligro para centrarnos, en general, en las cuestiones que de verdad se juegan en el recuento de esta noche. Aunque el ruido de fondo de costumbre no ha faltado, tanto en la demarcación autonómica (en cada uno de sus territorios) como en la foral, exabrupto arriba o abajo, se ha mantenido el foco del debate donde debía estar.

Habrá que agradecérselo de modo especial a las sufridas y los sufridos candidatos. Después de tratar a unas decenas de aspirantes a lo largo de los últimos quince días, les confieso desde aquí mi admiración. Les juro que no es ironía. Es verdad que en alguna ocasión sus palabras sonaban a recitado machacón o venta de moto. Sin embargo, en la mayoría de los casos, me he encontrado con personas ilusionadas, nerviosas, con ganas de agradar, que parecía que se creían sinceramente lo que decían. Todos coincidían, por cierto, en la importancia de cada voto. Hasta el último cuenta.

Hipérboles del 15-M

Resuenan todavía en mi aturullada cabeza los encendidos panegíricos por el quinto aniversario del 15-M. Se diría que Mayo del 68 fue un divertimento menor al lado de la explosión popular en Sol (y solo en Sol, por cierto, que el centralismo imperante se aplica también a rajatabla). Qué ditirambos, qué descargas líricas arrebatadas, qué entregados cantos de gesta. Y qué exagerados, en general, por no mencionar el revelador detalle de que la inmensa mayoría de las loas más volcánicas venían con la firma de tipos y tipas de muy buen vivir tanto entonces como ahora. ¿No es curioso que los principales trovadores de un movimiento nacido, según se anunciaba y enunciaba, para darle de collejas al malvadísimo sistema sean individuos que pertenecían y pertenecen a las élites de la cosa?

Tomen a cualquiera de ellos o ellas de a uno, y comprobarán que su situación personal, medida en ego, dinero y poder, ha crecido exponencialmente en este lustro. No es la primera vez —y me temo que no va a ser la última— que anoto esa peculiar circunstancia: los que hablan en nombre de los que no tienen nada son gentes que tienen de todo. A mi no me cuadra.

Por lo demás, como he hecho en cada uno de los aniversarios anteriores e incluso en el momento de autos, dejo claro que no desprecio, ni mucho menos, lo que ocurrió. Es incontestable que resultó una novedad ilusionante y también que ha sido el origen de una serie de cambios muy positivos. Sin embargo, debo confesar que no sé qué me pasa, doctor, que cada vez estoy más desencantado con determinado desencanto y, casi peor, más y más indignado con cierta indignación.