Unos jóvenes, no «los jóvenes»

Me ha hecho sonreír hacia adentro que los más aguerridos defensores de los chavalotes consentidos de Mallorca, Salou y desfases del mismo pelo hayan sido los del ultramonte diestro —Vox sin tapujos— y los de su contraparte requeteprogresí. A veces no es que los extremos se toquen, es que se soban y hasta se magrean en fondo y forma. Una vez más, entre los argumentos paternalistas como “Todos hemos tenido 18 años” o “Nosotros, que bebemos en las terrazas, no somos un buen ejemplo”, siempre está el eterno comodín: “No debemos criminalizar a los jóvenes”. Lo curiosos es que, como les ocurría a los que sentían la necesidad de presentarse como “Nosotros, los demócratas”, ese latiguillo los delata. Si hay alguien que se aproxima a criminalizar a toda la juventud en bloque y sin distingos, son ellos, que en cuanto ven que se afean ciertos comportamientos concretos de ciertos jóvenes concretos, elevan la crítica a la generalidad. Y claro, así el debate está ganado sin bajarse del autobús.

Pero no avanzamos ni un milímetro como sociedad en el cuestionamiento de las actitudes —insisto: concretas— egoístas, insolidarias, caprichosas y, en este caso, peligrosas para la salud común. Tampoco me daré por sorprendido. Al fin y al cabo, conoce uno bastante bien el paño, y sabe que los que justifican con tanto ardor a los mocosos que se creen con derecho a todo son representantes ya talluditos del mismo infantilismo incapaz de aceptar un no por respuesta. Como no me cuento entre los generalizadores sistemáticos, vuelvo a aclarar que me refiero solo a una parte de mis conciudadanos. Cada vez son más, me temo, pero juraría que por fortuna no son mayoría.

El tremendo drama mallorquín

El 26 por ciento de los participantes en el rule de Mallorca han dado positivo en covid. La cifra puede aumentar todavía y, obviamente, no contempla los contagios que se ha contribuido a propagar. Ante la contundencia del dato, procedería que los irresponsables causantes de este desaguisado cuyas consecuencias todavía están sin evaluar metieran la cabeza debajo del ala y mantuvieran la boca cerrada. Ni ellos ni, sobre todo, sus consentidores papaítos y mamaítas lo están haciendo. Al revés, están montando un enorme tiberio porque las pobres criaturas llevan —¡que horror más horroroso!— cuatro días chapados en un hotel con wifi y pensión completa. Después de la primera denuncia por detención ilegal se anuncia un reguero más y, mucho me temo, con serias posibilidades de prosperar, porque, como también ha quedado probado en esta pandemia, el virus ha tenido como aliados incondicionales a los interpretadores de la ley. Estamos a cinco minutos de que se establezca el derecho inalienable a contagiar. Puesto que mola tanto el rollo legalista a lo The good wife, quizá la otra parte, la objetivamente perjudicada por el comportamiento de los niñatos, debería pasar a la ofensiva judicial. ¿Cuánto le va a costar a Baleares y a otras comunidades haber tenido que endurecer los requisitos de acceso de viajeros? ¿Cuánto se ha perdido por la difusión de la propia noticia? Hablamos de decenas de millones de euros. Y eso, si solo lo medimos en pasta. Lo verdaderamente grave está en lo puramente sanitario. Hay curvas que se han dado la vuelta, mientras la temida variante Delta supone ya un 15 por ciento de los nuevos contagios. No es una broma.

Irresponsables, y punto pelota

Quisiera que me enternecieran pero solo me cabrean los happymaryflowers sin remedio que andan disculpando con las monserguillas habituales a los miles de jóvenes que pensaron que era una buena idea pegarse un rule a Mallorca para compartir fluidos. La que han liado estos pollitos educados en el culto a su ombligo y en la nula tolerancia a la frustración está todavía por evaluar. De momento, han jodido las curvas de varias comunidades, y suerte si todo se queda en eso, que el riesgo de llevarse a sus viejos por delante está ahí. Ojalá no; confiemos en las vacunas. Pero como decía más arriba, el objeto de estas líneas biliosas no son esas criaturas mimadas y ególatras a las que yo soy perfectamente capaz de distinguir del resto de la juventud, sino los que han salido en tromba a buscar una justificación a su irresponsable comportamiento. “Hay que comprenderlos: llevan año y medio encerrados”, mienten como bellacos voluntariamente amnésicos los quitadores de hierro. A ver si nos enteramos de que el confinamiento estricto duró apenas dos meses. Luego vino un tobogán de sucesivas desescaladas en las que no han faltado jamás (al revés: han abundado) festorrios y desfases como este que nos tiene con el culo prieto. Así que, en lugar de tanta condescendencia, quizá proceda, por una puñetera vez en sus vidas de señoritingos y señoritingas, un rapapolvo en condiciones. Claro que también es verdad que a su favor podrían alegar con toda la razón del mundo que la autoridad española teóricamente competente es la que lleva semanas vendiendo la especie de que la pandemia está cautiva y desarmada y, en consecuencia, podemos recuperar nuestra vida anterior.

Memos sin edad

Doscientos idiotas en un botellón en Artxanda. Salen en estampida al llegar la Ertzaintza. No todos. Un puñado de ellos se quedan y se encaran con los agentes. Que si no son terroristas, que a ver dónde pone que está prohibido quedar con los amigos a socializar. Leo en el diario de la acera de enfrente que, incluso, hay una enfermera de 25 años que se viene arriba y suelta una docena de mentecateces. Me muerdo las yemas de los dedos para no escribir que manda narices con la generación más preparada de todos los tiempos o la que dispone de más medios de acceder a la información. Sería, por añadidura, una generalización injusta. Les puedo presentar a un buen montón de chavales y chavalas en esa edad crítica que hacen todo lo posible y más por no expandir el bicho. Al precio, eso tampoco se me pasa por alto, de tener la juventud aparcada en el arcén de la pandemia.

Eso, sin contar que pasarse las recomendaciones por el forro no es una cuestión de renovaciones de carné. Son incontables los memos talluditos que se apelotonan en los bancos públicos con un café en vaso de parafina comprado en el bar de enfrente, que se agolpan en los merenderos a compartir tortilla, fumeque y fluidos o que salen a corretear o bicicletear en manada porque las normas son solo para los pardillos que tratamos de cumplirlas.

Diario del covid-19 (2)

Acabamos de pasar de pantalla. Pandemia, dice la OMS, como el locutor del bingo que canta línea, solo que esta vez nosotros rezamos para que la combinación no sea la nuestra. La cosa es que ahí le andamos en los territorios del sur de Euskal Herria. La dichosa curva empieza a calcar la de Italia de hace una semana, y al margen de las cifras, empezamos a poner nombres y apellidos a los contagiados. Abandonan la condición de números anónimos para convertirse en ese compañero de tal medio, aquella amiga que trabaja en la tercera de Basurto, la suegra del vecino o el camarero del bar de la esquina. Cómo evitar preguntarse en cada caso si habremos estado cerca de sus fluidos recientemente.

Sin ánimo de resultar alarmista, la cuestión es que la estadística va jugando en nuestra contra. Como en el poema de Blas de Otero, el cabrito del bicho vendrá por ti, vendrá por mi, vendrá por todos. La buena noticia, el clavo ardiendo al que agarrarnos, es que todavía en una más que apreciable mayoría de los casos, saldremos vivos, coleando y, ojalá, con alguna que otra lección aprendida. Por ejemplo, que tan señoritos del primer mundo que nos creemos, hay seres microscópicos que de un rato para otro ponen patas arriba nuestra falsa sensación de estar al mando.

Somos, oh, sí, vulnerables como individuos y como colectivo, pero también, si de verdad nos lo proponemos, atesoramos las opciones de salir con bien de este envite. Debemos empezar conjurándonos contra el infantilismo, el cainismo y la naturaleza del escorpión que anida en nuestro seno. No sé ustedes, pero yo quiero que en el futuro se diga que estuvimos a la altura.

Tronistas despechados

Solo hay una especie de tipos tan pelmazos como los megafans —renegados o no— de Juego de Tronos: los que nos jactamos de no haber visto ni diez segundos del invento. Con esa primera persona del plural, me reivindico en el grupo de los tocapelotas, antes de pasar a ejercer de tal, sabiendo que me arriesgo a perder el cariño de unas docenas de seres entrañables y muy apreciados por mi que, por razones que se me escapan, pertenecen a la secta. Ni siquiera caeré en el cinismo de asegurarles que estas líneas no van por ellos y ellas. Saben que un poco también. De hecho, estoy convencido de que en su fuero interno son conscientes del exceso que ha acompañado a todo lo relacionado con la serie.

Y empezamos, literalmente, por el final. Leo que más de un millón de furibundos adeptos han firmado una petición para que se rehaga la última temporada del artefacto audiovisual. Imposible encontrar un retrato más exacto de estos tiempos retromodernos que nos han tocado. En la nueva democracia de pitiminí también se pretende decidir por mayoría —y no en urnas, sino en una plataforma de internet a la que se regalan datos personales por toneladas— a qué deben atenerse los creadores para no enfurruñar a la parroquia. Iba a escribir que pronto se abrirán suscripciones para cambiar la Iliada, el Quijote o Linguae Vasconum Primitiae, pero hasta esa ironía se queda corta. Hace poco leí que una reata de seres superiormente morales ya han publicado una versión de El Principito escrita con lenguaje inclusivo, de modo que se titula La Principesa. Que lo tengan en cuenta en el futuro tuneo de Juegos de Tronos al gusto del respetable.

El DNI

En una conversación en Twitter que seguramente nunca debí iniciar con el diputado de ERC en el Congreso español, Gabriel Rufián, un espontáneo preguntó qué hace a una persona vasca o española. Alguien menos primaveras que yo habría hecho un quiebro, comprendiendo que 140 caracteres no dan para responder a algo así. En mala hora, simplifiqué: “El DNI, la legalidad que tienen que acatar, etc. Cuatro bobadas de ná”. Y ahí me caí con todo el equipo, porque Rufián  —me imagino que sonriendo— aprovechó para soltar el zasca con el que hoy, por desgracia, se fumiga cualquier posibilidad de diálogo. Gran polemista, enorme ventajista con sus casi 100.000 seguidores, me aplastó tal que así: “El DNI @Javiviz? Eres un grande. Gracias de verdad. Que no se pierda ese «pero q pone en tu DNI?» xf”. Mantengo la literalidad, incluyendo mi nick y la peculiar gramática tuitera.

Me quedo, qué remedio, con las hostias como panes que todavía sigo recibiendo de troles y believers rabiosos. Sin embargo, ante ustedes, que en su mayoría me conocen y saben que no cojeo precisamente de unionismo despendolado, reitero lo esencial de mi respuesta. Si todo se redujera a una cuestión de sentimientos, no habría ninguna discusión. A efectos prácticos, estamos marcados por la legalidad que debemos acatar. De hecho, salvo que esté totalmente confundido, se lucha por tener una legalidad propia que refleje y convierta en real lo que se siente. Y dará mucha risa lo del DNI (I, de identidad, por cierto), pero a día de hoy, si tenemos caducado ese papelito plastificado, no nos dejan ni recoger un paquete en Correos. Imaginen el resto.