Comprar bebés es inmoral… e ilegal

Esta vez no tengo nada que oponer al Tribunal Supremo. Lo triste es que haya tenido que dictaminar que hoy es miércoles y revestirlo de fundamentos jurídicos. O sea, que se haya visto obligado a bucear entre leyes para poder sostener en una sentencia lo que sabe cualquiera que tenga medio gramo de sentido común y otro medio de humanidad: que la compraventa de bebés a medida es una práctica nauseabunda. O, de acuerdo con las palabras literales de la sentencia, que la eufemísticamente llamada gestación subrogada o (todavía peor) maternidad de sustitución, vulnera los derechos fundamentales de la mujer gestante y los del bebé gestado, que pasa a ser una puñetera mercancía para satisfacción de frustraciones de señoritingos de cartera abultada, principios evanescentes y, no pocas veces, militancia de lo molón.

En su demoledor fallo, el alto tribunal niega la condición de progenitores a los compradores de carne humana al peso y señala como víctimas del mercadeo a la auténtica madre y al fruto de su vientre: “Ambos son tratados como meros objetos, no como personas dotadas de la dignidad propia de su condición de seres humanos y de los derechos fundamentales inherentes a esa dignidad”, se afirma en el fallo. Es tan obvio, tan básico, tan de cajón, que abochorna e indigna al mismo tiempo certificar que un presunto vacío legal entreverado de permisividad ante las élites pudientes y (no pocas veces) megaprogres haya permitido el mercadeo de bebés gestados, criados y alumbrados en cautividad con derecho a devolución en caso de que el producto no resultara lo suficientemente satisfactorio.

La falsa leyenda de «Antonio Sánchez»

Ahora que vamos despacio, vamos a contar cómo se crean las mentiras. Tengo un millón para elegir, pero me quedo con una relativamente reciente que ha prendido con una rapidez y una robustez que asustan. Aunque empezó a difundirse hace dos semanas, el origen se remonta al 18 de febrero. Ese día, los jefes de gobierno de España, Italia, Portugal y Grecia celebraron un encuentro para fijar una posición común de cara a rebajar el recibo energético. La noticia apenas tuvo relieve hasta que el 24 de marzo se viralizó un momento de la rueda de prensa de los cuatro mandatarios. En las imágenes, el primer ministro italiano, Mario Draghi, parecía dirigirse al presidente español, que acababa de terminar su intervención, con un “Gracias, Antonio”. Las rechiflas desde el flanco diestro llegaron en tropel. La supuesta equivocación (que enseguida veremos que no lo fue) fue tomada como prueba aplastante de la irrelevancia internacional del inquilino de Moncloa, cuyo nombre de pila ni siquiera conocían los interlocutores europeos con los que se ve prácticamente cada semana.

Una versión íntegra del vídeo demostró que la gracieta era, como poco, discutible. Todo hace indicar que las palabras de Draghi no iban dirigidas a Sánchez, sino al primer ministro portugués, Antonio Costa. Ahí debería haberse acabado todo, ¿verdad? Pues no. Hoy es el día en que no queda un columnero cavernario sin adornarse con el chiste y refiriéndose en sus piezas a Sánchez (jijí-jajá) como Antonio. Una vez más se ha cumplido la máxima que sostiene que no hay que permitir que los hechos echen a perder (en este caso) un buen un buen motivo de burla.

Echenique tapa los GAL

Llevo años sosteniendo que la indignidad y la falta de escrúpulos de Pablo Echenique están a la altura de la que exhiben los mayores tipejos de la política española, esos cuyos nombres ni siquiera hace falta escribir. El mejor pocero de almas no acabaría jamás de llegar al fondo de la miseria (in)moral del número tres de Podemos. Quede para la antología, aún incompleta, su más reciente fechoría verbal. Asegura el gachó que no hay que darle importancia al documento de la CIA que desvela que Felipe González promovió la creación de los GAL porque —agárrense— “Todo el mundo sabe lo que pasó”.

Lo que han leído es la desparpajuda justificación del portavoz plenipotenciario de la formación morada para negar su apoyo a la creación de una comisión de investigación sobre los hecho o, incluso, a la petición de comparecencia de González en la cámara. Al escuchar semejante vomitona de cinismo, resulta imposible no recordar que hace apenas cuatro años, su señorito y tocayo Pablo Iglesias le espetó a su ahora socio de gobierno, Pedro Sánchez, que Felipe Equis tenía el pasado manchado de cal viva. Y es verdad que está uno acostumbrado a toda clase de desvergonzados cambios de discurso en función del asiento que se ocupe, pero confieso que pocos me han provocado tanta repugnancia como esta vileza de Echenique.

Silenciada, sí

Encajo sin un ápice de asombro, con más cansancio que enojo incluso, la torrentera de bilis que me ha llovido por haber señalado una obviedad: la agresión sexual de Zarautz fue silenciada durante seis meses porque su autor pertenecía a un entorno político determinado. No, ni rezumo odio a la izquierda abertzale, ni en mi calidad de esbirro de Sabin Etxea estoy haciendo la campaña a mis amados amos, ni ninguna de las soplagaiteces de aluvión que me han vomitado encima los que, como el ladrón, piensan que todos son de su condición. Individuos e individuas, además, que en este caso dejan a la vista hasta el último poro de su inmensa hipocresía. Ni se dan cuenta de que están justificando un hecho indigno. O quizá sí.

Pero ya dejé anotado que no me sorprendía. Conozco el paño. He visto decenas de veces cómo los monopolizadores del feminismo silbaban a la vía ante agresiones sexistas lacerantes solo porque no convenía dar cuartos al pregonero. ¡Cuántas miradas al otro lado! Y para que no falte de nada, el parapeto en la víctima. Se alega que el retraso ha sido para “respetar sus tiempos”. Como si en este medio año no se hubiera podido actuar sobre el agresor preservando la intimidad de la agredida. Qué bien lo resume un comentarista de mi blog: han actuado como la Iglesia en los casos de pederastia.

Muerte de un banquero

Tanta gomina derrochada, para acabar espichándola con un tiro de escopeta en el pecho. Tanta arrogancia pulverizada en el ambiente junto al Givenchy reglamentario de 50 pavos el frasco, para reunirse con la parca de un modo tan estúpido. Más patético que épico. Que haya sido su dedo el que apretó el gatillo y que casi nadie lo crea. Que haya sido una mano ajena la que le dio pasaporte y que todo quisque lo encuentre lo más normal del mundo. Que lo festeje, incluso. Unos pocos, porque ya no podrá largar por esa boquita acostumbrada a libar las bebidas espirituosas más caras de la carta. Otros, la mayoría, simplemente, porque le profesaban un asco indecible a fuerza de ver sus maneras de fantoche matasietes. Son, es decir, somos, los que hemos visto un punto de justicia poética en el desenlace de una historia a la que le quedan todavía mil epílogos.

Aun así, confieso que pagaría un par de cervezas, quizá hasta con un platito de aceitunas, a cambio de sus últimos pensamientos. Algo me dice que tanto si se apioló como si le apiolaron, se fue al otro barrio con el mentón enhiesto, convencido de que nos hacía una faena inmensa al condenarnos a vivir el resto de nuestras vidas sin su presencia. Sus palabras postreras, pronunciadas o pensadas, bien pudieron ser algo parecido a “Os jodéis, hijos de puta, ahí os quedáis”. Qué pena que no esté en condiciones de escuchar que de eso, nada. Solo algún melindroso preocupado por el qué dirán ha lamentado en público su muerte. Los demás, ya le digo, la vemos como un entretenimiento estival más que nos soluciona la apertura del informativo o la charleta en la terraza.