¿Cómo se aprueba en madurez?

Por alguna razón, los gestores de la Educación de cualquier gobierno español independientemente de sus siglas sienten la necesidad de cambiar las normas cada rato. Ocurre con las grandes leyes que, en realidad, son sucesivas contrarreformas, pero también con los reglamentos de cada una de ellas. Así, ahora que se debe aterrizar la recién aprobada LOMLOE, más conocida como Ley Celaá, nos encontramos en los titulares las ocurrencias más recientes del equipo de expertos del ministerio, que nunca defraudan. Esta vez la petenera por la que han salido es el aguachirlado de los suspensos. La intención de lo que se asegura que todavía es un borrador es que se pueda pasar de curso en primaria y secundaria hasta con tres asignaturas no aprobadas. Sí, nada más y nada menos que tres. La decisón final dependerá de un comité de cada centro que deberá establecer si el alumno o la alumna en cuestión acredita la suficiente madurez para promocionar al siguiente nivel. Así, a primera vista, no se diría que el método va en la línea de la búsqueda de la excelencia con la que tanto nos dan la matraca. En todo caso, es una forma de reconocer que buena parte de los contenidos de los programas educativos son perfectamente prescindibles y que la evaluación basada en los exámenes clásicos debería pasar a mejor vida de una vez. Otra cuestión es encontrar una alternativa razonable, viable y sobre todo, justa para determinar no solo el paso de curso sino los méritos concretos y diferenciales de cada estudiante. Es algo que se busca desde que yo estaba en un pupitre, mucho me temo que sin resultados. Por eso vamos de parche en parche.

Bienvenida, Ley Celaá

Quién me iba a decir que mi antigua profesora de inglés, a la que cariñosamente apodábamos Rottenmeier, acabaría bautizando una ley de Educación. Pues ahí la tienen. Ayer se aprobó en el Congreso de los Diputados, en medio de un broncazo de sonrojo infinito, la que quedará para los restos como Ley Celaá, con tilde en la segunda a. Así nos referiremos a ella, alternándola con su correspondiente acrónimo, LOMLOE, que se incorpora a la interminable lista de sopas de letras que han ido identificando desde el pleistoceno los empeños de cada gobierno por hacer una norma educativa del recopón. Todas iban a ser la definitiva y todas han ido cayendo al albur de las diferentes mayorías en las Cortes españolas. No ha habido reforma sin su contrarreforma, y así, en bucle.

¿Hay algún motivo para pensar que esta vez ocurrirá algo diferente? Por un lado, temo que no, pero por otro, tirando de un entreverado de malicia e ingenuidad, quiero pensar lo contrario. Sin conocer al detalle el texto, me resulta muy sugerente la suma de siglas que lo han respaldado. Claro que quizá el argumento definitivo está en la acera de enfrente. Si Vox, PP, UPN y Ciudadanos se han agarrado semejante cabreo, algo bueno tendrá el enésimo intento de establecer unas reglas básicas para algo tan fundamental como la Educación. Ojalá.

Con un suspenso

Les cuento una batallita de adolescencia. En 2º de BUP —4º de la ESO al cambio actual— me suspendieron Matemáticas. Fue un atraco a mano armada (de rotulador rojo) en toda regla. Mis ejercicios, confrontados con los de mis compañeros de fila, daban, como poco, para un 8. Sin embargo, la peculiar docente al mando de mi destino académico, una tipa que espero paste ya en el infierno, decidió catearme simplemente porque le caía mal, supongo que por mi fama de rebelde, aunque no podría asegurarlo. Mi respuesta a la injusticia, acorde con esa reputación de indócil, consistió en no presentarme a ninguna recuperación. Ni ese mismo mes de junio, ni en septiembre, ni en las mismas fechas del año siguiente. Total, que llegué a COU —de letras puras, latín y griego, por demás— arrastrando la maldita materia y, en consecuencia, sin el título de Bachillerato que era la condición obligatoria para poder presentarse a Selectividad.

Ni se imaginan la bronca que me montó mi tutora por mi absoluta irresponsabilidad, pachorra, inmadurez, soberbia y no sé cuántas cosas más. Aunque la inmensa mayoría de los profesores, en atención a mi currículum, abogó por regalarme el aprobado y dejarlo correr, ella se negó en redondo y me obligó a presentarme a un examen a cara o cruz.

A quien no esté en el secreto le desvelo ahora que esa tutora inflexible (buena profesora y persona a la que siempre he tenido en gran estima, por otra parte) se llamaba Isabel Celaá Diéguez. Es, en efecto, la misma ministra de Educación que impulsa una reforma que contempla que se pueda obtener el título de bachillerato con una asignatura pendiente. Paradojas.

Acoso escolar y complicidad

Tiene razón la consejera de Educación de la CAV cuando dice que hay cosas que se ven en la escuela, pero hay otras que se ven en la comida y en la cena, los domingos por la tarde y los sábados por la mañana. Es absolutamente cierto que los padres y las madres debemos mostrar la atención que nos pedía Isabel Celaá para detectar en nuestros hijos el menor síntoma de que son víctimas de maltrato en las aulas. Ni siquiera es necesario poseer unas grandes dotes de observación ni espiar con paranoia cada movimiento o cada gesto de los chavales. Si están pasando por ello, no lo podrán ocultar fácilmente. Tal vez su primer impulso, por vergüenza, miedo o no ser causa de preocupación, sea negarlo, pero a poco que haya una relación fluida, necesitarán soltar lastre y lo confesarán. Ahí debería comenzar a solucionarse el problema. Sin embargo, no es así.

Los propios datos que ha ofrecido el Departamento nos llevan al desaliento. Se afirma haber encontrado 33 casos probados sobre 90 sospechas… ¡en una comunidad formada por unos cuantos miles de alumnos y alumnas! Unos números demasiado optimistas, más cuando se comparan con los que aportan los propios escolares: el 17 por ciento de los de primaria y el 12 por ciento de los de secundaria aseguran ser martirizados regularmente por sus compañeros. La suma rebasa con creces las tres decenas reconocidas oficialmente. ¿Qué pasa con el resto? Absolutamente nada. Total impunidad, cuando no ominosa complicidad de quienes deberían evitar que se produjeran.

Casos reales

Hablo, desgraciadamente, por experiencia de varias personas de mi entorno más o menos cercano. Son, en concreto, tres casos diferentes por el sexo y la edad de los niños afectados y por el tipo de centro, pero con el mismo desesperanzador desenlace: o aceptáis que las cosas son así, o buscáis otro colegio… si os admiten, claro, que las plazas están muy cotizadas. Pero, ¿no existen unos llamados protocolos para denunciar estas situaciones? Sí, desde hace varios años. Otra cosa es que cumplan su propósito o, simplemente, que lleguen alguna vez a ponerse en marcha. “Ten en cuenta que si esto sigue adelante, a lo mejor lo que se acaba demostrando es que es tu hija la que empieza todas las peleas en las que la zurran”, le espetó una dulce monjita a una madre que había anunciado que iba a iniciar el trámite. La reacción fue similar en los otros dos casos. Nadie dio un paso más. El tiempo alivió algo el suplicio de los chavales. No pueden decir que la comunidad educativa les prestó ayuda.