Isaías Carrasco, 10 años

Viernes, 7 de marzo de 2008, claro que me acuerdo. Era el último día de la campaña para las elecciones generales. Llevábamos dos semanas conteniendo la respiración. Teníamos algo más que un mal pálpito. Dábamos por seguro que ETA no iba a resistir la tentación de hacerse notar. En realidad, ya lo había hecho. Pocas horas después de la pegada de carteles, reventó un repetidor en el monte Arnotegi de Bilbao. Luego llegaría el aviso serio en forma de bomba en la puerta de la Casa del Pueblo de Derio.

Lo siguiente fue descerrajar cinco tiros al antiguo concejal del PSE en Arrasate, Isaías Carrasco, cuando se disponía a ir a trabajar a su puesto de cobrador en el peaje de Bergara. Su mujer y su hija mayor escucharon los disparos desde casa y bajaron corriendo, presintiendo lo peor. Era la una y media de la tarde. Poco después de las dos, mi entonces compañera de Radio Euskadi, Arantza García, le dio en directo la noticia de la muerte de Carrasco a Miguel Buen, cabeza de la candidatura socialista en Gipuzkoa, que no pudo reprimir los sollozos. Es uno de los momentos de radio más dramáticos de los que tengo memoria.

No olvido igualmente las justificaciones de siempre ni la cobardía para evitar la condena en su propio pueblo. Tampoco a ciertos voceros del PP de la época como César Vidal difundiendo la especie de que ETA le había regalado un muerto al PSOE —literal— para que ganara aquellas elecciones. Lo demás está en la brutal entrevista de los diarios de Vocento en que la viuda y dos de las hijas de Isaías revelan que tras el asesinato, aún tuvieron que sufrir mil vejaciones. Conviene tenerlo presente.

Causas y azares

El 13 de mayo de 2001, que es anteayer o el pleistoceno según se mire, la coalición PNV-EA ganó unas elecciones que se habían puesto en chino y dejó a los amantes del Kursaal con la nevera llena de champán. Imposible olvidar el rostro de funeral de Isabel San Sebastián, a la que la malvada María Antonia Iglesias se dio el gustazo de martirizar un poco más. “Oye, con unos arreglitos, igual me valía a mi ese vestido de lentejuelas que ya no te vas a poner esta noche”, le soltó a la rubia oxigenada desde cuarenta o cincuenta centímetros más abajo. A estas alturas, nadie duda que ese triunfo contra pronóstico se debió, en buena medida, al efecto boomerang de las bofetadas atizadas por los rivales. No hay mejor argamasa para los cuerpos electorales que la brea ardiendo lanzada desde la trinchera enemiga.

Para no meternos en honduras interpretatorias sobre cuánto tuvieron que ver las mentiras de Aznar y Acebes en la victoria del PSOE tres días después de los atentados de Madrid, saltamos esa convocatoria y nos situamos en la siguiente, en las generales del 9 de marzo de 2008. Nueve de cada diez encuestas vaticinaban el fin de Zapatero, pero el que tuvo que salir traspuesto al balcón a reconocer que había palmado fue Rajoy. La clave aritmética estuvo en Catalunya, Andalucía y la CAV, donde los socialistas cosecharon unos números históricos. El último día de la campaña, ETA había asesinado vilmente al exconcejal del PSE Isaías Carrasco.

Obviamente, ni Ibarretxe en 2001 pidió por favor que le hostiasen a discreción, ni muchísimo menos, el PSOE hizo una rogativa en 2008 para que mataran a uno de los suyos. Simplemente ocurrió así y el resultado fue el que fue. Punto. Del mismo modo, sólo a un malnacido se le ocurre pensar que la Izquierda Abertzale pega saltos de alegría calculando los votos que le dará la condena a Otegi y Díez. Simplemente ha ocurrido así y el resultado será el que será.