Yihad de proximidad

Gran espectáculo, el que están dando los dos supuestos líderes principales de Gran Bretaña. Ni un minuto después de llamar a la unidad para vencer al terror y blablablá, Theresa May y Jeremy Corbyn se lían a tirarse de los pelos en público y a culparse mutuamente de la barra libre con la que actúan los que asesinan en nombre del Islam. Si es por razón, ambos la tienen. Fue la primera ministra, en su época de responsable de Interior, la que dio un buen tajo al presupuesto de Seguridad. Por su parte, el extravagante líder laborista era de los bocazas que denunciaba como intolerables ataques a la libertad individual cualquier investigación en los pútridos caldos de cultivo de los matarifes. Pero llegan tarde sus reproches cruzados a la caza del penúltimo voto ante las elecciones de mañana. Gran ironía, por cierto, que suspendan la campaña como acto de respeto a quienes han dejado la piel en el asfalto, y la reemprendan en su versión más sucia cuando todavía quedan víctimas sin identificar.

Y mientras, a los atribulados espectadores se nos hiela la sangre y nos hierve la bilis ante la enésima reiteración del fiasco policial. De nuevo muy tarde, nos enteramos de que había mil y un avisos sobre los criminales, pero en un siniestro juego de lotería, se decidió que no eran peligrosos. Para colmo de pasmo e impotencia, nos cuentan que uno de ellos llegó a salir en un documental televisivo titulado “Los yihadistas de la puerta de al lado”, programa que valió al Canal 4, la cadena que lo emitió, y a las personas que aportaron su testimonio durísimas acusaciones de xenofobia e incitación al odio. ¿Les suena?

Lo que debe callarse

Otra de esas realidades incómodas que se tiende a ocultar. O a justificar cuando saltan los setecientos cerrojos impuestos por los tiranuelos que decretan lo que se puede y no se puede contar. Ya sé yo que tras estas líneas llegarán enojadísimas hidras de la moral correcta a gritar, quizá con otras palabras, que es que no se puede ir pidiendo guerra, que hay cosas que pasan y son imposibles de evitar o, como gran comodín, que peor es lo de los corruptos del PP. Me ocurrió cuando escribí sobre los miles de secuestros y violaciones continuadas de niñas en Rothertham o sobre las centenares de agresiones sexuales de Colonia, Hamburgo, Düsseldorf u otras ciudades alemanas.

Vacunado contra los que defienden la intolerancia en nombre —qué asco— de la tolerancia, vuelvo a citar a Marieme-Hélie Lucas, argelina y radicalmente feminista: “La izquierda postlaica tiene miedo de que la tachen de islamófoba”. También cito, porque es de justicia, al autor y medio que publican la noticia. Fue Enric González, nada sospechoso de racista machirulo, espero, quien daba cuenta el viernes en El Mundo de una denuncia firmada por más de 20.000 mujeres —en muy buena parte, musulmanas— que viven o trabajan en las inmediaciones del Boulevar de La Chapelle, en París. Cada día son sometidas a todo tipo de acosos físicos y verbales por parte de los varones que campan a sus anchas en el lugar. “Salope (puta) es lo más bonito que te gritan”, lamenta una de las mujeres que aportan su testimonio en el reportaje. ¿Y no ha habido consecuencias de la denuncia pública? Sí, sus firmantes han sido acusadas de ser del Frente Nacional.

Por qué los matan (2)

Como certeramente me apuntaron numerosos lectores, en la columna sobre los vomitivos justificadores de las matanzas en nombre de Alá, dejé sin citar una de las inevitables martingalas que gastan estos fulanos: la de la supuesta desproporción en el tiempo que dedicamos los medios a las carnicerías en función de dónde se hayan producido. En su absoluta seguridad de estar en posesión de la verdad imposible de rebatir, nos interpelan a los tontos que son sabemos hacer la o con un canuto sobre las razones por las que no convertimos en noticia de portada y motivo de tertulia cada uno de los diez coches bomba que estallan a diario en Kabul, Mosul o Bagdad, o las decenas de víctimas inocentes de los bombardeos en, pongamos, Siria, que es el único sitio donde les suena que hay una guerra. “¡Pues a mi me duelen más los niños de Alepo que los de Manchester!”, llegué a leer en ese vertedero de bilis e hijoputismo llamado Twitter.

Ya hace años, David Jiménez, un reportero que se ha jugado el culo en varios puntos calientes del planeta y efímero director de El Mundo, trató de explicar a esta panda de gañanes el mecanismo del sonajero sobre lo que es o deja de ser noticia. Yo me niego a incidir sobre algo tan obvio o primario. Si alguien no lo entiende, simplemente es porque es un ceporro del quince o un tramposo malintencionado que no merece más que un bufido lleno de desprecio como el que pretenden ser estas líneas. Imaginemos que se aplicara la misma melonada al resto de cuestiones de la actualidad. ¿Debo dejar de informar sobre un asesinato machista en Barakaldo porque no lo hago cuando ocurre en Calcuta?

Por qué los matan

“Hemos matado a vuestros hijos”, se jactaba Daesh tras la masacre de Manchester. Y lo peor es que lo hacen porque pueden. Tanto lo uno como lo otro. Primero matarlos, y después presumir de haberlo hecho. O anunciar chulescamente que no va a ser la última vez, y que nosotros, despreciables infieles, sepamos sin lugar a dudas que es rigurosamente cierto.

No, no es porque sea imposible garantizar la seguridad al cien por cien. Ni por la eficacia manifiestamente mejorable de ciertas investigaciones. Ni por el inmenso despiste entreverado de hipocresía de las autoridades del trozo del mundo llamado a ser fumigado. Todo eso influye, por supuesto, pero la verdadera razón de la barra libre para asesinar en nombre del islam, y ahí nos duele, está en la holgazanería moral de quienes uno esperaría encontrar enfrente y no al lado de los criminales.

Al lado. Eso he escrito. Y cada vez de un modo menos sutil. Ya no disimulan con algo parecido a una condena. Tampoco gastan un minuto en un mensaje de solidaridad. Pasan directamente a la justificación. El trío de las Azores, la pobreza, la intolerancia de los de piel pálida —¡hay que joderse!—, la industria armamentística, el operativo en que se cargaron a Bin Laden… Cualquier explicación es buena salvo atribuir las carnicerías a la maldad infinita y entrenada de sus autores. Del totalitarismo que anida en sus creencias, ni hablamos.

Celebro la mala hostia que estas líneas estará provocando a quienes se están dando por aludidos. Yo también he dejado los matices. Por eso los señalo sin rubor como los colaboradores imprescindibles de los que matan a nuestros hijos.

A los que justifican

He acogido con alegría, satisfacción y hasta gustirrinín la (previsible) sarta de improperios que me ha llovido por mi enésima columna sobre la pazguatería justificatoria de las matanzas cometidas en nombre de Alá. De algún modo, esas invectivas nada ingeniosas —¡Cuñau, cuñau!, es lo más que llegan a balbucear, en general— son la prueba del nueve de mi denuncia. Y ni siquiera puedo decir que lo siento. Simplemente, creo que estamos ante una cuestión de una gravedad extrema —si no de la mayor gravedad, puesto que hablamos de la vida y de la libertad de las personas— ante la que no caben contemporizaciones.

¿O es que tragaríamos con alguien que viniera diciendo que la culpa de los crímenes nazis fue del mal trato que se le dio a Alemania tras la primera Guerra Mundial? ¿No nos acordamos de la puta calavera de quien porfía que el 18 de julio se debió a los desmanes de la República? ¿Aceptamos acaso que el GAL, las torturas o la ilegalización de la izquierda abertzale política son la justa respuesta a los atentados de ETA? Pues con esto, exactamente igual, salvo pecado de banalización de las muertes ajenas o, peor, de complicidad.

Por lo demás, es perfectamente compatible señalar la hipocresía nada inocente de nuestros mandarines —que, efectivamente, amamantaron al monstruo— con la denuncia tajante y sin ambages del terrorismo islamista. Como ya anoté en una de las mil filípicas que he aventado sobre tan lacerante materia, la sana y procedente contextualización no debe obrar como coartada exculpatoria para las carnicerías. Y cuando acaba de derramarse la sangre, ¡qué menos, joder, que una condena!

‘Nuestra’ culpa

Desconozco los plazos de expedición al paraíso musulmán, pero si la efectividad es pareja a la de los métodos de los santurrones para el matarile, a esta hora es probable que los hermanos asesinos (seguro que en progresí hay un término menos rudo) de Bruselas anden retozando con las huríes a todo trapo. Entre polvo y polvo, Khalid puede guiñar un ojo a Ibrahim, y viceversa, con la satisfacción del sangriento deber cumplido y, de propina, el despendole de comprobar que su matanza es justificada —uy, perdón; contextualizada quería decir— con denuedo por lo más granando del pensamiento avanzado europeo.

Algún día alguien subvencionará una investigación sobre la paradoja que supone que los más comecuras y requetelaicos a este lado del Volga sean también los más encendidos defensores de una teocracia reaccionaria y criminal. Y ya para nota con doble tirabuzón, que además sean los campeones mundiales de la culpa judeocristiana y acaben echándose a la chepa la responsabilidad única de cualquier injusticia. Me corrijo: si bien usan frenéticamente la primera persona del plural, también han conseguido el prodigio gramatical de librarse de la parte chunga de ese Nosotros. Así, cuando braman que la masacre de la capital belga es el justiprecio de “las guerras que hemos provocado en su territorio”, la respuesta al “modo inhumano en que tratamos a los refugiados” o, por no extenderme, la contrapartida por “el trato cruel que damos al pueblo palestino”, se refieren a todos menos ellos y ellas. Claro que es todavía peor que de verdad piensen que merecemos ser eliminados uno a uno. Salvo sus mendas, faltaría más.

Respeto asimétrico

Una vez en Roma, haz como los romanos. Esa es la recomendación que tiene media docena de versiones en diferentes idiomas… y que habrá que cambiar. Como poco, será necesario añadir que la aseveración no se aplica a los altos dignatarios iraníes. Y menos, si como acaba de ser el caso del actual presidente, de nombre Hasán Rohaní, se llega a la ciudad eterna con un pastizal bajo el brazo.

En concreto, el fulano llevaba 17.000 millones y pico de euros para fundirse en unos bisnes petroleros con un puñado de empresas italianas. Ya lo dejó escrito Quevedo: poderoso caballero es Don Dinero. Ese parné es suficiente, no ya para que se evaporen los escrúpulos ante las incontables vulneraciones de los derechos humanos que perpetra el régimen de Teherán, sino para ponerse de hinojos ante los usos dizque culturales del sujeto, y haya que tapar chuscamente las estatuas de los Museos Capitolinos que muestran alguna parte del cuerpo desnuda.

Me hago a un lado para no ser embestido por la previsible manada de Miuras progresís con su afilada cornamenta de lecciones sobre el respeto y la cortesía hacia el diferente. Lo siento, pero no trago con esa martingala asimétrica que siempre termina igual: con los laicos y/o los católicos tragando quina. Ya está bien, y más cuando el objeto de tanta deferencia obsequiosa es una teocracia que sigue colgando homosexuales de las grúas y pisoteando con denuedo los derechos de las mujeres. Pero el que paga manda. Y qué tristeza que ese lema lo practiquen de igual modo los más rojos del barrio y los reaccionarios capitalistas que acaban de resituar a Irán en el eje del bien.