Lo que pienso del ministro

Lo malo de ser súbdito obligatorio del reino de España es, entre otras mil cosas, que si yo escribiera aquí lo que de verdad pienso de Jorge Fernández Díaz, correría el riesgo cierto de que el susodicho me encarcelara. Llámenme exagerado, pero precedentes hay un huevo y medio, y alguno bien reciente. Exponiéndome a que igualmente lo haga, porque tampoco faltan casos en que se ha entrullado al personal por interpretaciones creativas de sus palabras o de sus silencios, dejaré que sean los lectores quienes se lo imaginen. Cuídense, por favor, de no decirlo en voz alta, ni mucho menos, dejar constancia documental, no vayamos a tener un disgusto serio.

También es verdad que, tratándose del ministro de la triste figura  —esto no es delito, ¿verdad?—, no hay que recurrir al diccionario para calificarlo. Bastan y sobran sus hechos acreditados, entre los que recuerdo su propensión a condecorar a Vírgenes o su confesión de que tiene un ángel de la guarda (no es metáfora) llamado Marcelo que le ayuda a aparcar el coche.

Y luego está su propio pico, que termina retratándolo como no lo haría El Greco. Atiendan a su penúltima piada: “Hay una agenda oculta, y lo digo así de claro porque el PNV no da un apoyo gratis a nadie, y tampoco al señor Sánchez. (…) ETA no espera nada del Partido Popular y, desde luego, lo que está esperando como agua de mayo es que hubiera un gobierno del PSOE con Podemos e Izquierda Unida apoyado por el PNV”. Me muerdo la lengua y las teclas, cuento hasta chopecientos, y en mi mente juguetona se forma una palabra que quizá acabe proponiendo a la academia española de la lengua: IdiETA.

Grupos, según

Qué escándalo, aquí se juega. Aplicado discípulo del Capitán Renault —Casablanca, ya saben— nos ha salido Patxi López, mostrando una sorpresa de cartón piedra ante la negativa de la mayoría de la Mesa del Congreso a permitir que Izquierda Unida, Esquerra Republicana y EH Bildu formen grupo parlamentario. Dice el coleccionista de cargos que no entiende la postura de sus compañeros de sanedrín, es decir, PP y Ciudadanos, casualmente los mismos a los que debe su presidencia del hemiciclo. ¿Acaso creía que lo habían colocado por su don de gentes, su planta inmejorable y los quince idiomas que domina? Callen, que ahora que lo pienso, no es del todo improbable que tenga esa convicción; se dice, se cuenta y se rumorea que sigue pensando que fue lehendakari porque existe la creencia general de que es la reencarnación portugaluja de Winston Churchill.

Pullas reverdecidas aparte, manda quintales de pelendengues la decisión de impedir el grupo tripartito bajo el forzado argumento de que es “un fraude de ley que solo busca obtener subvenciones”. El que tiene el rostro de definirlo así es el recientemente ungido como Secretario de la Mesa, Ignacio Prendes, vividor profesional de la política, que ha cambiado de siglas como de gayumbos, olisqueando siempre la sinecura. Si sabrá de sus mentados fraudes de ley el tipo, que en la cámara asturiana cobraba por ser de un partido cuando ya pertenecía a otro.

Por lo demás, ya hace mucho que huele —y no bien, precisamente— el maleable reglamento del Congreso español que concede o deniega la misma solicitud según quiénes la presenten y al arbitrio de la mayoría de turno.

La casta gana

Como a veces ocurre con el sexo, lo mejor de las elecciones es el cigarrillo de después. En cuanto se cierran las urnas y van llegando primero los sondeos israelitas y luego, los resultados reales, se despliega un gran espectáculo de prestidigitación donde a la vista de todo el mundo se dan la vuelta los discursos y los hechos incontrovertibles de un minuto antes. Y no me refiero solo a las encuestas, que esta vez, ni tan mal, sino a los principios grouchomarxianos e mobili qual piume al vento de los protagonistas de la berrea electoral.

Casi da igual el partido que tomen. Si vamos por el lado del ganador, que hablando de los comicios andaluces, ha sido indudablemente el PSOE, nos encontramos con que la victoria le deja en una situación objetivamente peor que la que tenía antes de la convocatoria anticipada. Si la disolución se justificó por la búsqueda de la estabilidad, Susana Díaz ha hecho un pan con unas hostias. Pero vayan ustedes, cuélense en los fastos celebratorios, y traten de explicárselo a dirigentes, militantes y simpatizantes del partido de Pedro Sánchez.

¿Y qué me dicen de los que antes de contar las papeletas proclamaban que el 22-M marcaría el principio del fin del régimen-del-78? Jodida digestión tienen ante la evidencia de que los partidos de tal régimen —incluyendo el de nuevo cuño, con sus 9 escañazos— les vapulean por cuatro a uno en la cámara. Tremenda paradoja la de Podemos, cuyos 15 parlamentarios deberían suponer un éxito del recopón y medio, si no fuera porque habían elevado las expectativas al doble y porque ahora solo sirven para hacer pinza con el PP. La casta gana.

Participación inútil

Se pregunta uno a santo de qué se vendrán tan arriba algunos partidos con la milonga de la participación, si a la hora de la verdad, de lo que tiran es del dedazo de toda la vida. ¿Cuántas primarias (supuestamente) abiertas de par en par están acabando estos días en el vertedero de las buenas intenciones? Se pierde la cuenta. En IU de Madrid, la candidata escogida por militantes y simpatizantes tiene que montarse un partido porque la dirección no deja de hacerle la trece-catorce. También en la villa, corte y comunidad, pero en el PSOE, la cúpula se cepilla sumarísimamente a Tomás Gómez, el tipo que había recibido el respaldo de las bases. En el PSE alavés, a la aspirante a la alcaldía de la capital, que además era la única que había optado a ello, no le queda otra que tirar la toalla porque la ejecutiva pretende calzarle en la lista a dos menganos que no entraban en sus planes.

Si bien el PP no le echa tanta literatura a lo de la democracia interna a gogó, cabe añadir a los casos que enumero el de su candidatura a la alcaldía de Donostia. Como es bien sabido, la que escogió la directiva de Gipuzkoa fue laminada y sustituida por una más conveniente desde el despacho de Arantza Quiroga. Tirando no sé si de cinismo o de honestidad brutal, un miembro de la formación gaviotil con el que comentaba el episodio me situó en la que podría ser la clave correcta. En su experimentada opinión, un partido debe funcionar de acuerdo con el principio de máxima eficacia. Eso implica organigrama claro y verticalidad. Si no se actúa así, me decía, el remedio es peor que la enfermedad. A la vista parece que está.

Pobres contra pobres (2)

Hago notar que el título de esta columna con prórroga no es mío. La expresión salió de los labios de la líder de la Plataforma Anti Hipoteca, Ada Colau, que acusó a la presidenta andaluza, Susana Díaz, de estar enfrentando a “pobres contra pobres”. El soplamocos tuvo un inmediato y estentóreo aplauso en las redes progresís, donde las frases de cinco duros cosechan el éxito que no alcanzan los argumentos. Como hace mucho que retiré de mi dieta las ruedas de molino, comprendí al primer bote que lo que estaban diciendo Colau y sus jaleadores es que entre los desgraciados también hay clases: está el puñado susceptible de redención, tan resultón para fotos y consignas, y luego, la legión de apestados completos a los que les toca morirse del asco sin rechistar. Literalmente sin rechistar, pues en cuanto empezaron a quejarse por el agravio respecto a los (semi) realojados de la corrala Utopía, les fueron cayendo las consabidas teóricas: “No se dan cuenta de que sus verdaderos enemigos son los bancos”, “Se dejan manipular por los medios de la derecha”, “¡Qué insolidaria y egoísta es la incultura!” y otras tantas soflamillas podridas de superioridad moral… lanzadas, como suelo apostillar a mala baba, desde aparatejos que cuestan lo que no ingresan en un año los insultados.

Ni de lejos soy fan de la trepadora Díaz. Me consta que este cirio lo montó el indecente alcalde pepero de Sevilla en comandita con una entidad bancaria. No se me escapa la obscenidad que supone ver a ABC o TVE dando voz a quienes desprecian. Pero tampoco que cierta izquierda tiene una idea muy asimétrica de la justicia social.