Lo que pienso del ministro

Lo malo de ser súbdito obligatorio del reino de España es, entre otras mil cosas, que si yo escribiera aquí lo que de verdad pienso de Jorge Fernández Díaz, correría el riesgo cierto de que el susodicho me encarcelara. Llámenme exagerado, pero precedentes hay un huevo y medio, y alguno bien reciente. Exponiéndome a que igualmente lo haga, porque tampoco faltan casos en que se ha entrullado al personal por interpretaciones creativas de sus palabras o de sus silencios, dejaré que sean los lectores quienes se lo imaginen. Cuídense, por favor, de no decirlo en voz alta, ni mucho menos, dejar constancia documental, no vayamos a tener un disgusto serio.

También es verdad que, tratándose del ministro de la triste figura  —esto no es delito, ¿verdad?—, no hay que recurrir al diccionario para calificarlo. Bastan y sobran sus hechos acreditados, entre los que recuerdo su propensión a condecorar a Vírgenes o su confesión de que tiene un ángel de la guarda (no es metáfora) llamado Marcelo que le ayuda a aparcar el coche.

Y luego está su propio pico, que termina retratándolo como no lo haría El Greco. Atiendan a su penúltima piada: “Hay una agenda oculta, y lo digo así de claro porque el PNV no da un apoyo gratis a nadie, y tampoco al señor Sánchez. (…) ETA no espera nada del Partido Popular y, desde luego, lo que está esperando como agua de mayo es que hubiera un gobierno del PSOE con Podemos e Izquierda Unida apoyado por el PNV”. Me muerdo la lengua y las teclas, cuento hasta chopecientos, y en mi mente juguetona se forma una palabra que quizá acabe proponiendo a la academia española de la lengua: IdiETA.

La cúpula mil

Cae una cúpula, otra más, de ETA. Suena o quiere sonar a la leche en vinagreta, perdóneseme la estúpida rima interna, pero el hecho en sí no merece mayores alardes discursivos. A mi no me tima el pirotécnico ministro Fernández. Sé que los detenidos, por más pedigrí que tengan sus nombres en comparación con otros que han ido cayendo en las sucesivas farsas montadas por Interior, no son más que el retén de guardia a cargo del cadáver de la bicha. Vaya a usted a saber desde cuándo estaban controlados cada uno de sus movimientos por guripas de este o aquel uniforme. Hasta que un día —ayer mismo—, que convenía porque hay un fuego en Catalunya, se da la orden de echarles el guante y mandar el heroico parte de guerra correspondiente. La filfa, es decir, la captura de unos tipos acorralados y ya definitivamente inofensivos, se convierte, con la ayuda de unos titulares salerosos y unas fotos resultonas, en una gesta de andar por casa. Para quien quiera comprarla, claro, que cada vez queda menos clientela interesada por el género.

Dicho todo lo anterior, sí le reconozco un mérito al señor español de la porra. Su guiñol ha servido, probablemente sin pretenderlo, para desenmascarar una vez más a los milongueros del nuevo tiempo. Con su impudicia habitual —bien es cierto que consentida por nuestro pardillismo digno de mejor causa— han salido a bloque a echar espumarajos contra la detención de tipos que suman, entre los cometidos por propia mano, los ordenados y los planeados, un buen pico de asesinatos. Pero claro, los inmovilistas y los que ponen palos en las ruedas son siempre los otros. Hay que joderse.

Enaltecimientos varios

Siempre he pensado, con Aute, que los tirios y los troyanos deberían casarse porque son tal para cual. Y dejarnos en paz al resto, que estamos hasta las mismísimas de aguantar su rollito sadomaso y su retroalimentación mutua en bucle infinito.

Farfullo, que ya sé que a veces me embalo y se pierde el hilo, de las cuatro detenciones de ayer por enaltecimiento del terrorismo. Inmensos, comme d’habitude, Urquijo, Mariano, Fernández y los picoletos de jornada, dando bombo urbi et orbi a un acto que durante veintipico años se ha venido desarrollando sin que saliera de los círculos de costumbre. Sí, a la vista pública, y probablemente para lógico y comprensible disgusto de mucha gente. Pero es que como empecemos a entrullar a todos los que se comportan miserablemente, no va a quedar ni quisque fuera. Eso, sin contar con lo poco que me fío yo de quien decide sobre las actitudes que son y dejan de ser penalmente punibles.

Respecto a esta en concreto, la de montar saraos a mayor gloria de tipos que —en la inmensa mayoría de los casos— se han dedicado al matarile o al auxilio del matarile, lo tengo muy claro. Como decía el famoso cura sobre el pecado, no soy partidario. Es más, salvo en ocasiones excepcionales a las que podría encontrar una explicación, me parece una canallada del quince, así se llame el fulano homenajeado Morcillo, Galindo, Zabarte, Txikierdi o, pongamos por caso, José Bretón. Creo, sin embargo, y muy firmemente, que lo que procede es la sanción o la reprobación moral. Llevarlo más allá es, y vuelvo al principio de estas líneas, una forma enaltecer, miren por dónde, a los enaltecedores.

La boda de Maroto

A alguien se le ha parado el calendario. En el medievo poco más o menos. Según contaba ayer un diario no lejano a las zahúrdas genovesas y monclovitas, la boda de Javier Maroto está siendo piedra de cisma en el PP y, por extensión, en el Gobierno español. O quizá viceversa. Parece que la facción más rancia del partido —ya, ya sé que me van a decir que a ver quién la distingue del resto— se hace literalmente cruces ante la posibilidad de que Mariano Rajoy, invitado de mil amores por el recién descabalgado alcalde de Gasteiz, haga acto de presencia en los esponsales. Por si no están al corriente, extremo que dudo, el problema reside en que el intercambio de anillos será con otro hombre.

En esas andamos a estas alturas. Para Fernández Díaz, el ministro de la triste figura y la porra siempre en ristre, resultaría un contradiós, amén de un monumental escándalo, que el capitán de los gaviotos se dejara ver en la sacrílega ceremonia. Digamos a su favor que es el único nombre que sale. Los demás carpetovetónicos actúan en la sombra. Bien es cierto que no todo es cuestión de alcanfor y talibanismo ideológico. También tiene algo que ver la calculadora. A tres cuartos de hora de las elecciones generales, se echan cuentas de los votos trabucaires que se pueden perder por la exhibición del líder en el enlace de dos señores con barba.

Daría mucho por saber qué les está pasando por la cabeza, no solo al propio Maroto, sino a las seguramente numerosas personas homosexuales del Partido Popular. Se me hace un misterio insondable que se pueda guardar fidelidad a unas siglas que no respetan a uno en lo más básico.

No se van

Fue un acto verdaderamente pintoresco el del miércoles en el acantonamiento verde oliva de Sansomendi. Una expresentadora de telediario devenida en reina por vía inguinal se llegó a cantar los prodigios de la guardia civil durante sus 171 años —todos esos— en el territorio comanche del norte. Se presentó la doña de blanco y sin peineta ni mantilla, detalle que a la prensa cortesana y lamedora le pareció, hay que joderse, una revolución del protocolo. Como si no cantara suficientemente a naftalina la concentración de tricornios acharolados, charreteras, pecheras atiborradas de medallas y otras quincallas que lucían los beneméritos o los trajes de cuervo siniestro que vestían las autoridades civiles. Entre ellas, el virrey Urquijo, para qué les cuento más.

Por aquello de la elegancia social del regalo o por tradición medieval, la antigua compañera de Alfredo Urdaci trajo como prenda para el cuartel vitoriano una bandera española tan primorosamente bordada, que había costado 60.000 eurazos del ala. Imaginen el rebote de los picolos de a pie, que no reciben ni para mediasuelas de sus botorras, ante semejante derroche en el trapo rojigualda. Bien es cierto que allá ellos si tragan con la ofensa.

La guinda del evento se la había reservado el singular ministro que atiende por Jorge Fernández y Díaz. Con la vena hinchada hasta lo patrióticamente reglamentario y en un remedo opusdeisiano de Escarlata O’Hara, puso a Dios por testigo de que la Guardia Civil jamás de los jamases se marchará de la irredenta Vasconia. Y todo esto tuvo lugar, puedo asegurárselo, una soleada jornada de primavera del siglo XXI.

Rajoy, traidor

Va de vídeos. Si ayer les animaba a fisgar los del PP que tan bien reflejan las enseñanzas del Manual del perfecto canalla, hoy les recomiendo que hagan lo propio —o quizá, lo impropio— con las más recientes producciones fílmicas de la AVT. Son cinco piezas reiterativas como el repertorio de Melendi, así que, igual que en el caso anterior, les recomiendo que reduzcan la ingesta a una. Más que suficiente, porque todos los engendros visuales atienden al mismo esquema machacón: unas palabras de Rajoy (o de Fernández Díaz) manifestando su firmeza contra ETA tienen el contrapunto de un salpicado de imágenes de Uribeetxeberria Bolinaga, recibimientos a presos o titulares de prensa sobre salidas de la cárcel. Como remate, se estampa un sello con la palabra “Traición” en caracteres XXL y se anima a acudir a la manifestación de mañana en la madrileña plaza de Colón —dónde si no—, bajo el lema, justamente, “No más traiciones”.

Manda un congo de narices que lo que los detentadores del monopolio del dolor califican como inmensa felonía sea la aplicación de una legalidad que, ya de origen, se hizo (o se manipuló) a la medida de su afán de notoriedad y su sed de venganza. Como esa sed es insaciable, su queja es literalmente de vicio y jamás podrá ser satisfecha por el atribulado Gobierno español.

Esa es la parte que sería cómica si el fondo no fuera trágico. Mariano y su comanda no reparan en operativos policiales pirotécnicos, presiones a los jueces, toquiteos de leyes y atropellos sin cuento con el único objeto de calmar a la talibanada pseudovictimil. Y todo lo que consiguen es que les llamen traidores.

Espectáculos Fernández

Tendré que reconocerle al contumaz ministro Fernández que esta vez ha conseguido sorprenderme. No es que uno hubiera descartado una de esas operaciones cantosas para la galería que de tanto en tanto gusta sacarse del tricornio, pero confieso que ni por asomo la esperaba inmediatamente después de la manifestación del sábado (en todo caso, antes) ni en la jornada de apertura del macroproceso escoba contra 35 miembros de Batasuna, EHAK y ANV. Bien es cierto que tales concurrencias se quedan en minucia ante el pasmo que me provoca el elemento novedoso de esta nueva redada contra los abogados de la izquierda abertzale. ¡Se supone que les echan el guante, igual que dice el tópico sobre Al Capone, por defraudar al fisco! Minipunto para el Maquiavelo ministerial, que tras discurrir largamente, debió de llegar a la conclusión de que en estos días en los que el personal echa bilis por las corruptelas, no hay mejor venta de la mercancía que envolviéndola como blanqueo de capitales.

Aparte de que no se aclara a qué Hacienda concreta se le realizó el presunto pufo, cuestión que no es menor, se pasa por alto algo que puso de manifiesto ayer en Onda Vasca el Fiscal Superior del País Vasco, Juan Calparsoro: la Audiencia Nacional no es competente en este tipo de delitos. Por torpes que sean los ordenantes de las detenciones, una cuestión como esa se tiene muy clara de saque. Pero eso a quién le importa. Ya vendrá Europa con la rebaja el año que toque. Lo que va a los titulares —el día en que el PP presenta su estrategia electoral, ojo al dato— es que mantiene su santa cruzada contra el mal. Pero ya no cuela.