Festejando a Aznar

Mañana se cumplirán 25 años de la victoria electoral del PP de Aznar. Como conté ayer en otras líneas, la efeméride tiene nadando en almíbar nostálgico a los amanuenses del fondo a la derecha. Es comprensible, teniendo en cuenta que el partido que ahora se muda a escape de Génova 13 se arrastra en la ramplonería aumentada, para más inri, por la pesada herencia de mangoneos que clavan sus raíces en la época que ahora se festeja. Es la versión del tramposo y vengativo Bárcenas, sí, pero también la suma de varias sentencias judiciales. Se quedaran sin dedos de las dos manos para contar los dirigentes del milagro aznariano que han dado con sus huesos en la cárcel.

Junto a la morriña y la glosa exagerada de las hazañas de aquel par de legislaturas tan distintas entre sí, el aniversario nos ha devuelto a la primera plana al propio protagonista del desalojo de Felipe Equis González tras casi tres lustros en Moncloa. Aunque nunca se ha ido del todo, volver a ver y escuchar a Aznar ha resultado una experiencia digna de comentario. No sabe uno si quedarse con lo grotesco, lo chulesco o lo directamente despreciable de un personaje que se sigue creyendo un estadista del recopón cuando su legado es un reguero de mentiras gravísimas que costaron muchísimas vidas, puentes dinamitados y, por supuesto, corrupción.

Huida de Génova, 13

Adiós a Génova, 13 del Percebe. Lo ha anunciado el desnortado y cada vez más autocaricaturesco Pablo Casado. “No podemos seguir en un edificio cuya reforma se está investigando”, ha lanzado al aire en lo que resulta una confesión de parte del tamaño de la propia sede que ahora se abandona al galope. Eso, y de propina, la demostración del infantilismo del personaje, que cree que huyendo del escenario de los (presuntos) delitos dará esquinazo al pestilente historial del partido que preside. Vaya abandonando toda esperanza el coleccionista de másteres dudosos: el pasado se mudará también al que escojan como nuevo hogar.

No basta con cerrar los ojos muy fuerte y desear en voz alta que desaparezcan los fantasmas que lo cercan. La herencia marrón le perseguirá allá donde vaya. Y tampoco servirá como exorcismo la otra melonada que anunció, lo de no volver a hablar de sus predecesores y padrinos bajo el estrafalario argumento de que no pueden permitírselo “con el calendario judicial que se avecina”. No se cansa el hombre de señalarse como depositario de un legado podrido.

¿Y una migaja de reflexión crítica ante la enésima bofetada en Catalunya? Hasta ahí podíamos llegar. La culpa del vergonzante sorpasso de Vox ha sido de Bárcenas y del empedrado. Pero con el cambio de domicilio social no volverá a pasar.

El canto del presidiario

Le ha costado un buen rato, pero al final, se le han soltado la lengua y los recuerdos. Esa persona de la que usted me habla, también conocida —o no, según otras fuentes— como Luis el cabrón, ha comenzado a largar por su bocaza de ricachón presidiario. Oigan, que son ya un carro de inviernos a la sombra, sin poder esquiar en Canadá ni atizarse un Chivas de 25 años. Si hasta los más berroqueños hampones tienen sus momentos de flaqueza, cómo no le iban a entrar ganas de cantar La traviata a un delincuentillo de gayumbos de seda como el tal Bárcenas. Mucho más, después de ver cómo su señora, que también estaba en el ajo, ha acabado, igual que él, entre rejas.

¿Y qué ha dicho de fundamento el antiguo guardián de las finanzas fétidas del Partido Popular? Si atendemos a los titulares, nada que no supiéramos ya, como poco, desde que viéramos en los papeles aquellos quintales de apuntes manuscritos remarcados con rotulador amarillo fosforescente. Simplemente, que el pufo y el pillaje eran norma y no excepción en el PP. Con el conocimiento y/o la participación en el botín de la flor y nata gaviotil, empezado por Aznar, siguiendo por Eme Punto Rajoy, y pasando por casi todo el organigrama. Por toda respuesta, Pablo Casado se fotografía con un cerdito en brazos y clama que el no estaba allí. Pero no cuela.

Pasar página

Cuatro expresidentes españoles han pedido a María Servini, jueza de la querella argentina por los crímenes del franquismo, que deje en paz al prohombre Rodolfo Martín Villa, llamado a declarar hoy por la magistrada. Según se cuenta, las cartas de este póker de antiguos inquilinos de Moncloa y de otros ilustres miembros de la cofradía de la Inmaculada Transición no se quedan en abogar por un pelillos a la mar, sino que glosan al individuo como extraordinario y sin par ser humano, amantísimo padre y abuelo de familia y, cómo no, forjador del milagro democrático español acaecido tras la muerte del bajito de Ferrol. Hasta Zapatero, el de la memoria histórica a tanto alzado, justifica al fulano afirmando que no se puede ser objetivo en el juicio sin haber vivido aquello. Y cuando decimos aquello, hablamos del 3 de Marzo en Gasteiz, de Montejurra, de los sanfermines del 78 y de un reguero de brutalidades del pelo ocurridas cuando el tipo era el jefe de la porra.

Como no podía ser de otro modo, el conocimiento de estas misivas ha desatado una justísima indignación. Resulta del todo vomitivo que se pida pasar página ante semejante colección de vulneraciones de los Derechos Humanos. Y aquí es donde esta columna se vuelve incómoda al señalar que eso es así, se llame el tipo Martín Villa o Josu Urrutikoetxea.

Eterno viaje al centro

Desde el mismo día en que se fundó para disimular sus orígenes netamente franquistas —Fraga, Arias Navarro, el blanqueado Areilza y un porrón de ministros del dictador—, el PP ha estado viajando al centro. Con más o menos brío, las cantinelas de la huida de los extremos, la moderación, y/o el liberalismo civilizado no han dejado de acompañar la trayectoria zigzagueante del partido hoy liderado (es un decir) por esa menudencia intelectual llamada Pablo Casado. Otra cosa es que los hechos contantes y sonantes desmintieran esas proclamas que, por lo demás, no se tragaban ni los más incautos.

Solo en los momentos de máxima necesidad, los genoveses han abandonado el búnker y han sido capaces de llegar a acuerdos con los que tildaban de rompepatrias. Ocurrió prácticamente anteayer, en la segunda legislatura de Rajoy, pero también en 1996, en la primera de Aznar. Sí, el mismo Aznar que luego abanderó la facción más ultramontana y que, como les anuncié en estas líneas que haría, se ha quitado de en medio tras el fiasco que él ayudó a cimentar.

También les anoté y vuelvo a reiterar que no nos apresuremos a firmar el certificado de defunción. De la extremaunción también se sale; mejor prueba que Sánchez y el PSOE no hay. Lo que es más complicado es que llegue a consumarse el ahora cacareado viaje al centro. Especialmente, si los capacitados para pilotar la salida de las cavernas no se dejan de piaditas tardías de bienqueda y pasan a la acción. Les doy un nombre: Alfonso Alonso. Una muestra de la voluntad de hacerlo sería rehabilitar a los muchos históricos del PP vasco castigados por la parte más dura de la dirección.

Aznar al rescate

Están las hemerotecas —ahora Google— hasta las cartolas de desplantes de José María Aznar al Partido Popular y, de modo particular, al que él mismo impuso como su sucesor al mando del nido de la gaviota, Mariano Rajoy. Entre las bofetadas a mano abierta, destaca la carta que le escribió en noviembre de 2017 al hoy registrador de la propiedad para comunicarle su renuncia a la presidencia de honor de la formación.

Un gesto de rata abandonando el barco que se consumó hace menos de un año (junio de 2018), cuando en la presentación de un libro de su fiel sirviente, Javier Zarzalejos, se situó en varias ocasiones fuera del partido. “No tengo ningún compromiso partidario, ni me considero militante de nada ni me siento representado por nadie”, llegó a decir, antes de ofrecerse para liderar la reunificación de lo que él denomina sobrepasando el eufemismo “centro-derecha español”, dividido en tres, según su diagnóstico.

Por entonces, Abascal era “un chico lleno de cualidades”. Pero ya no. Ahora su exdíscipulo y Rivera son dispersadores del único voto útil para que en España no vuelva a ponerse el sol, el que vaya al PP de Pablo Casado, el otro niño amamantado con su mala leche. Y tan catastróficos está viendo los sondeos del chisgarabís palentino, que Superjosemari se ha echado la campaña a la chepa. Después de años negándose a poner los pies en un mitin (tampoco queda claro si era porque no le invitaban), Aznar figura como cabeza de cartel en media docena de actos selectos del que ya sin duda vuelve a ser su partido. Si consigue la remontada, será su éxito. Si no evita el fiasco, simplemente se encogerá de hombros.

Alianza Popular, otra vez

Mientras nos entreteníamos con el enésimo intercambio de navajazos en la cúpula del trueno podemil, descuidábamos lo que ocurría al fondo a la derecha. Es decir, en las cada vez más hondas profundidades cavernarias. Menuda bacanal ultramontana, la del recinto ferial de Ifema, allá en la villa y corte, con un Mariano Rajoy, no les digo más, que pareció, como poco, un socialdemócrata civilizado en comparación con la media exhibida por sus todavía conmilitones del Partido Popular. El ratazo que pasaría desde la nube negra en que esté el padre fundador de la cosa, Don Manuel Fraga Iribarne, al verse invocado una y otra vez, como el macho cabrío en los akelarres reglamentarios.

“¡Ni tutelas ni tutías!”, resucitó en el happening pepero la frase del abajofirmante de sentencias de muerte. Primero la soltó ante un ramillete de alcachofas el mingafría y morador de yates de narcos que atiende por Alberto Núñez Feijoó. Luego, ya desde el estrado y con el fondo de un banderón rojigualdo más grande que su ego, la repitió el probado trolero José María Aznar López, con la autoridad de haber sido, 30 años atrás, el destinatario de aquella martingala de Fraga. Como en las sectas y en los clanes mafiosos, se repetía el ritual de traspaso del mando, con la peculiaridad de que el verdadero antecesor, el arriba mentado Eme Punto, quedaba hecho luz de gas. La lectura es bien sencilla: este PP de Pablo Casado es, no ya ese de hace tres décadas que recibió Aznar, sino directamente la rancia y casposa Alianza Popular que inscribieron en el registro de partidos el gallego aullador y otro puñado de recalcitrantes franquistas como él.