Entre Murcia y Madrid

La de ayer parecía una mañana la mar de tranquila. Quedaba algún resto de serie del levantamiento de la inmunidad a Puigdemont y se tejían perezosamente los mensajes de aluvión de un nuevo aniversario del 11-M. Pero en esto cayó el gobierno de Murcia como efecto de un tiro en el pie del PP gobernate y de una patada a la desesperada de esa nada que atiende por Ciudadanos en comandita con un PSOE que está al plato y a las tajadas. Ni una hora nos duró el entretenimiento a los plumíferos ávidos de cualquier novedad, la que sea. La eternamente minusvalorada Isabel Díaz Ayuso y su Rasputín de cabecera, Miguel Ángel Rodriguez, vieron el momento de echar el órdago. Al carajo el molesto socio naranja, el aguado Aguado —valga la redundancia, como gusta decir a los opinadores del ultramonte—, y vamos a elecciones adelantadas con aroma a mayoría absoluta de la neolideresa. Parece que las mociones de censura a la desesperada de Más Madrid y PSOE llegaron tarde.

Todo eso, claro, esperando el efecto de las ondas sísmicas en los no pocos lugares donde Ciudadanos sostiene, generalmente junto a Vox, gobiernos autonómicos o municipales. Andalucía y Castilla y León aseguran que, de momento, aguantan. Se antoja difícil que lo hagan mucho tiempo. Pedro Sánchez e Iván Redondo sonríen mientras acarician un gato.

Se vota hoy

Me perdonarán la obviedad del título, pero espero que lo entiendan. Llevamos ni sé las elecciones cuyos resultados provocan un cabreo tardío, literalmente póstumo, del personal, acompañado incluso de tan aguerridas como inútiles manifestaciones de protesta al día siguiente de la cita con las urnas. O simplemente de lamentos y rechinares de dientes por un desenlace escasamente agradable del escrutinio. Lo tremendo es que no pocas veces, quienes más disgusto manifiestan fuera de plazo son tipos y tipas que tuvieron a bien (o sea, a mal) pasar un kilo de acercarse a su colegio electoral.

No permitan que eso vuelva a pasar. No lloren mañana lo que pudieron evitar la víspera. Voten hoy. A la opción que entiendan que es la mejor o, siquiera, la menos mala. Tomando, desde luego, todas las precauciones en medio de esta peste que se empeña en no irse. Pero voten. Dejen con dos palmos de narices a los presuntos demócratas —algunos, hasta con autotítulo de antifascistas— que, meándose a chorros en la soberanía popular a la que tanto y tan en falso apelan, jugaron primero a impedir el ejercicio del derecho a sufragio y después, a tirar por los suelos la participación con mensajes apocalípticos. Si siempre nos sobrepusimos al voto del miedo, hoy debemos hacer lo propio con la abstención del pánico interesado.

Buenos fines, malos medios

No vale todo. Por supuesto que no. Ni siquiera por una buena causa. De hecho, el propósito más noble queda bastardeado cuando en su nombre se usa intencionadamente el juego sucio. La mentira, la manipulación o eso que una vocera de Trump ha bautizado con jeta de titanio como “Hechos alternativos” ponen en evidencia a quienes, a falta de escrúpulos y argumentos, los utilizan como atajo hacia sus fines. Insisto, por meritorios que estos sean. Y peor, si la sórdida estrategia incluye un ataque de mala fe a una persona, que en el caso que nos ocupa, reúne, además, la condición de representante de la soberanía popular.

Cierto, son mis palabras. No creo, sin embargo, que la opinión que expresan esté muy lejos del mensaje que el Tribunal Superior de Justicia del País Vasco lanza a las plataformas antidesahucios en el auto de archivo de la denuncia que presentaron contra Iñigo Urkullu por haber aportado datos sobre el desalojo de una mujer en Gasteiz. Ocurrió, seguro que lo recuerdan, en el debate electoral en EITB. Interpelado por una de sus adversarias, el entonces candidato a la reelección aportó los citados datos, que desmentían la versión —como poco— exagerada que se había hecho circular. “Lo único que está haciendo es constatar una realidad y lo que es más importante, cumplir con su obligación de mandatario público”, anota el TSJPV junto a media docena de consideraciones en las que deja claro que no hay falsedad, revelación de secreto ni intromisión en ninguna intimidad. El daño está hecho. No tanto al lehendakari como a la verdad y a la propia causa justa a la que supuestamente se pretendía servir.