Palabras con pene

Asisto con incredulidad y cabreo crecientes a la bronca de los portavoces y las portavozas. Supongo que lo siguiente será pretender que también hay un debate serio para dirimir si la tierra es plana, si el cáncer se cura no haciendo nada o si la masturbación provoca ceguera. Fíjense que en los últimos tiempos los apóstoles de la superioridad moral indiscutible han batido marcas de membrillez envuelta en totalitarismo (y viceversa), y ya deberíamos estar vacunados contra la sorpresa, pero ni por esas: siempre hay un plus ultra.

El que nos ocupa no es anécdota sino categoría. Va más allá del bobo ten con ten sobre la corrección o la pertinencia de decir esto o lo otro. Es, en realidad, el retrato —más bien, el selfi— del retroprogresismo que nos toca padecer. Y en la foto aparecen quienes convierten un simple lapsus o una supina muestra de ignorancia (escojan) en bandera contra una desigualdad que ni está ni se la espera en la palabra en cuestión, compuesta por el verbo Portar y el sustantivo Voz, que ya es femenino. No faltan tampoco los caballeros andantes que han corrido al socorro de la dama en esa forma de machirulismo vomitivo que es el paternalismo. Fuera de concurso, las cátedras y los cátedros de filología que parecen creer que en castellano el género se determina exclusivamente por una a o por una o.

Habrá, es verdad, personas que también han actuado con la mejor fe. A ellas me dirijo, porque en mi humilde opinión, la verdadera materia para la reflexión es el flaquísimo favor que se le ha hecho a la causa totalmente legítima y necesaria del lenguaje inclusivo. Pregunten a su alrededor.

El sexo de las palabras

Tal vez sea sólo casualidad, pero tiene su aquel que en vísperas del 8 de marzo, cuando se sacan del ropero las mejores intenciones para volver a guardarlas mañana, la Real Academia Española se haya descolgado con un denso informe sobre las guías que recomiendan un uso no sexista de la lengua. Precisamente porque estamos hablando de una materia —el lenguaje— que no es nada inocente, la preposición “sobre” bien podría cambiarse por “contra”. Leída dos veces la tremenda chapa, no me queda la menor duda de que toda su verborrea, ora paternalista, ora erudita, no tenía otra finalidad que dejar clarito que es la tal Academia la que posee el monopolio sobre el modo de expresarse. Y si desde tiempo inmemorial se habla con bigotes y un par de cojones, se hace y punto.

No negaré que algunas de esas guías son, además de contradictorias entre sí, pelín confusas y que en ocasiones pasan por alto que las palabras deben servir, en primer lugar, para comunicarse. Los principios de sencillez y eficacia hacen que no siempre sea posible cumplir al pie de la letra las recomendaciones, por cargadas de razón que estén. Pero si quien escribe o habla se plantea, por lo menos, si existe un término que no dé por hecho que todo el monte es abrótano macho, algo habremos avanzado.

El valor de estos manuales despreciados y/o descalificados por la RAE, aun de los más equivocados, es que nos recuerdan que todavía al diccionario y a los usos sintácticos y gramaticales les sobra testosterona. No me tengo por un talibán del género y lo políticamente correcto me provoca erisipela, pero creo que en el siglo XXI no es de recibo seguir utilizando el sintagma “El Hombre” cuando queremos referirnos a toda la humanidad o, simplemente, a las personas que la componemos. Qué decir de expresiones odiosas como “la mujer del César no sólo debe ser honesta sino parecerlo”. Por esas cuestiones, qué raro, no se preocupa la Academia.