Telebasura… a veces

Agradezco a mi pereza para meterme en según qué charcos haber llegado hasta hoy sin escribir una línea —¡Vamos, es que ni un mísero tuit!— sobre la posibilidad de que todos o alguno de los vomitivos componentes de La Manada sevillana fueran entrevistados previo pago en determinado programa de la teleinmundicia matinal. Esa modorra vecina del instinto de conservación me ha servido para llegar al momento de teclear con un dato fundamental que ni podía sospechar: resulta que, de entre las mil y una posibilidades que ofrece el amplio y plural abanico comunicativo actual, la víctima de los tipejos ha escogido justamente ese programa para lo que la práctica totalidad de los medios hemos definido con la cursilería acostumbrada como “romper su silencio”.

Ardo en deseos de ver las contorsiones de los campeones y las campeonas mundiales de la superioridad moral que estos días nos han estado aleccionando al respecto. Miento, porque en realidad me las imagino de sobra. Otra cosa no, pero el ejército de salvación (lo escribo en minúscula adrede) es de un previsible que echa para atrás. Habrá silbidos varios a la vía, encogimientos de hombros a gogó y, como reacción más habitual, engorilamientos al grito de “¡No es lo mismo!”. Y claro, mejor no discutir lo obvio: efectivamente, sin necesidad de ver Barrio Sesámo, se llega a diferenciar a quienes agredieron de quien fue agredida. Pero luego entran los decimales: resulta que lo que no cambia de la ecuación es el vehículo elegido para difundir el mensaje. Añadan, además, que la carta se ofreció por entregas para evitar la tentación de zapping, y saquen sus propias conclusiones.

¿Qué se puede decir y qué no?

Se pierde uno en el proceloso mar de la libertad de expresión. Y no será porque de un tiempo a esta parte no llevemos acumulados episodios que abundan en el asunto. Pero según el rato que toque, el chusquero de guardia o, sobre todo, la materia en que se hinque el teclado o se vierta la saliva, estamos ante un sanísimo ejercicio de la democracia o frente a la más abyecta e intolerable de las actitudes.

Tenemos así que desorinarse de risa sobre el asesinato de Miguel Ángel Blanco o el secuestro de Ortega Lara sea un comportamiento libre de cualquier reproche, incluso digno de aplauso, mientras que un autobús naranja con pitos y rajas fletado por unos fachas es una incitación al odio del recopón que debe ser prohibida de raíz. O viceversa, vuelvo a repetir, porque la martingala funciona exactamente al revés: los que reclaman el derecho a hacer chistes homófobos, xenófobos o vomitivamente misóginos luego reclaman pelotón de ejecución para unos tipos que sueltan cuatro mendrugadas sobre los españoles en un programa de ETB.

Les confieso que ni siquiera sé cuál es la vara buena. Me limito a rogar que nos quedemos con una que sirva para todo. Si hay barra libre, que lo sea igual para las mofas de las víctimas del terrorismo que para cualquiera otra de las demasías que he citado. Y si lo que procede es impedir que se difundan mensajes gratuitamente dañinos para este o aquel colectivo, digo lo mismo: trato idéntico para la chanza que pueda ofender a lo tirios y para la que vaya a escocer a los troyanos. Basta ya de la ley del embudo de los campeones mundiales de la superioridad moral. No parece tan difícil.

Más sobre el cartel

Pues nada, oigan, que circulen que ya no hay más que ver en el abracadabrante episodio del cartel censurado de la Emakumeen Bira. Cambiado el pecaminoso afiche por otro (sosete de narices) al gusto de la Liga de la Moral, la Decencia y las Buenas Costumbres, el nuevo edicto manda hacer borrón y cuenta, aquí paz, y después gloria.

Jugándome el coscorrón reprobatorio del Don Remigio paternalista o la Doña Remigia Ojitoalparche de turno, antes de cumplir con la norma y aceptar tragar el sapo, me permitiré anotar las enseñanzas de esta jeremiada en fa sostenido. La primera es el inmenso pan como unas hostias que se le ha rendido a la causa de la igualdad. En lo sucesivo, la machirulada más caspurienta exhibirá este absurdo lance como prueba de sus testiculares y nauseabundos estereotipos. Qué profundamente revelador, por cierto, verlos a todos retuiteando a todo trapo las consideraciones (cargadas de razón) de su hasta anteayer bestia negra, Blanca Estrella Ruiz. Así se garrapatea la Historia, o la histeria, no sé bien.

Otra lección va sobre lo fácil que les resulta a los campeones de la santurronidad hacer un colosal daño y acto seguido, llamarse andanas. Después de haber jodido pero bien a la organización, y conseguida a tirones de piel la enmienda exigida, llegan las palmaditas en el lomo, algo así como “Es buena gente, pero a veces se les va la olla”.

Y aunque hay muchos más aprendizajes, señalo a modo de cierre cómo las muchísimas mujeres —yo diría que mayoría— que no han comulgado con la versión reglamentaria han recibido de la otra parte, la igualitaria, trato de equivocados seres inferiores.

Derecho a ofender

Una de tantas derivadas perversas de la matanza de Charlie Hebdo es —y no lo señala por primera vez este humilde plumilla— el manoseo grosero hasta la náusea del concepto de libertad de expresión. Favorecidos por el poder hipnótico de la sangre ajena, los agarradores de rábanos por las hojas han tomado sin permiso los cadáveres de los dibujantes asesinados y los enarbolan como mártires de algo que llaman, con una jeta de alabastro, derecho a ofender.

Lo formulan así, a la brava y con esa chulería tan progresí, como la facultad inalienable que tienen determinados seres humanos para zaherir, vilipendiar, afrentar o, más llanamente, tocar las pelotas a quien les apetezca. Por supuesto, sin pararse en barras ni miramientos: si a alguien (con el certificado de ofensor autorizado en regla, se entiende) le pide el cuerpo tildar de asesino, ladrón, violador o pederasta a un mengano al que tiene ojeriza, o incluso sin tenérsela, puede y debe hacerlo sin temer ninguna consecuencia que no sea el aplauso borrego de los que disfrutan con los linchamientos, que por desgracia, son legión. Va de suyo que a la persona receptora de la descarga dialéctica no le queda otra que joderse y aguantar. Se abstendrá de obrar a la recíproca, so pena de ser considerada floja de tragaderas, vengativa, fascista y, en resumen, enemiga de la libertad de expresión.

En uso de la que reclamo para mi, me atrevo a señalar que se me ocurren muy pocos planteamientos tan reaccionarios como este, que no es más que una ruin y cobarde apología del maltrato verbal ejercido a discreción, unidireccionalmente y sin posibilidad de defensa.