La clase obrera

Primero de mayo en la más cruda de las intemperies, y la clase obrera con estos pelos de haber metido el dedo en el enchufe. ¿La clase qué? Ande, señor columnista, no nos venga con antiguallas de rojo con artritis mental y sin cambiar de muda ideológica en años. Esa que dice usted se nos fue por el desagüe de la historia mientras el retén de guardia celebraba un gol, ya no me acuerdo si de Butragueño o de Sarabia. No hubo modo de salvarla. Hay quien chismorrea que fue un suicidio ritual, como aquel famoso de Guyana, pero también quedan dos o tres recalcitrantes hochiminianos que, cuando no están sedados, alborotan el frenopático con la especie de que fue un asesinato en masa planificado a medio camino entre Wall Street y la City de Londres.

¡Vaya! Se ve que estaba de Dios, o sea, de Marx, que al escribir sus obras no cayó en que toda su doctrina acabaría siendo un manual de instrucciones inverso para el monstruo que pretendía derribar. Quién le iba a decir al bueno de Don Carlos que lo de enfrentar al enemigo con sus propias contradicciones se llevaría a la práctica desde el otro lado de la barricada. A la postre, ha sido el capital el que ha sabido volver tarumbas a los currelas a fuerza de hacerles creer que si se empeñaban un poco (nótese el doble sentido del verbo), podrían hacer añicos el techo de cristal y elevarse por encima de su destino. Con qué ingenuidad se decía que el patrón sería ahorcado con una de sus propias sogas. Fue exactamente al revés. El obediente y confiado trabajador confeccionó la cuerda que, una vez pagada de su bolsillo en cómodos plazos, ajustó sobre su cuello. Fue el crimen perfecto. Y la lástima es que lo volvería a hacer.

Lo que no saben los que se alegran al ver las calles otra vez llenas de pancartas es que buena parte de quienes las portan no quieren superar ningún modelo ni cosa parecida. Aspiran a volver a soñar que pintan algo en este Monopoly.

¿Crisis sistémica?

Warren Buffett, un tipo que tiene el riñón forrado con más de cincuenta mil millones de dólares, concede que la humanidad está inmersa en una lucha de clases. Sería todo un detalle y hasta un motivo para la esperanza, si no fuera porque inmediatamente después añade con suficiencia y cinismo que es la suya, la de los que nadan en pasta, la que va ganado la contienda por goleada. Al otro lado de la acera ideológica, económica y ética, Julio Anguita es aun más cenizo y certifica la derrota sin paliativos de la clase obrera. Bien es cierto que, inasequible al desaliento y genéticamente peleón, el viejo profesor anima a pedir la revancha y a jugarla con la inteligencia que ha faltado en el siglo y pico anterior.

Por pura tozudez, me apunto a esa filosofía, aunque si lo que tenemos a la vista son los compases iniciales del nuevo partido, me temo que ya vamos palmando de nuevo. Ni siquiera creo que sea pesimismo vaticinar el vapuleo definitivo. De esta volvemos a los economatos, las alpargatas con agujeros y el cuarto de socorro de beneficencia. No todos, claro. Se librará la cantidad mínima de productores-consumidores necesaria para que siga rulando el Sistema.

¿Cómo que el Sistema? ¡Pero si nos han dicho que el puteo incesante que padecemos es el síntoma inequívoco e incontrovertible de que las oprobiosas cadenas están a un cuarto de hora de saltar! ¡Si hasta unos tales Krugman y Stiglitz, que tienen sendos premios Nobel de Economía como dos soles, juran que esto no es una crisis de chicha y nabo sino una señora crisis sistémica del carajo de la vela! El malvado gigante capitalista se derrumbará sobre sus codiciosos pies de barro, víctima de sus propias contradicciones, como anunciara el profeta Carlos Marx. Sí, no cabe duda. Va a ser exactamente así. No hay más que ver la tremenda preocupación del citado Buffett y los congéneres que lo acompañan en la lista de megamillonetis de Forbes.