Aznar se divierte

Aquellas legendarias matinales del Circo Price reviven de un tiempo a esta parte en la también madrileñísima Carrera de San Jerónimo, residencia putativa de la devaluada soberanía popular. La diferencia es que las originales fueron la cuna del pop español, más o menos cañí, y las funciones actuales no pasan del número del bombero torero o del intercambio de bofetadas de individuos a los que no llamo Tonettis por respeto a los hermanos que pasearon dignamente ese apellido. La representación de ayer, con José María Aznar de gallo mayor y una selecta reata de tiradores de esgrima de salón no haciéndole ni cosquillas, fue la enésima demostración de la nada entre dos platos que les describo.

La cosa es que se trataba de sustanciar algo tan serio como la responsabilidad del sujeto en los mil y un casos de corrupción que han acabado siendo seña de identidad de su (creo que todavía) partido. Aun siendo difícil lograr que sudara un poco de tinta china un tipo al que se la refanfinfla todo, cabía intentarlo a base de sobriedad en las formas, sin perder de vista que el foco debía estar en el interpelado y no en el interpelador. Pero ni modo. Llevados por su ego, los arrinconadores, bien es verdad que en complicidad con la claque acrítica que jalea cualquier cacaculopedopís y los editores de los programas matutinos que premian el regüeldo, salieron a escena a lucirse con el florete. Y eso era exactamente lo que quería Aznar, que además de dejar que los golpes resbalaran sin daño en su piel de ofidio, conseguía colocar sus bofetadas en las sonrientes caras de sus señorías y, de propina, en los principales titulares.

Pan y circo en el Congreso

Miro de refilón unos fragmentos escogidos de la comparecencia en el Congreso de los Diputados de un par de célebres presuntos corruptos que hasta anteayer tuvieron mucho mando en plaza, principalmente en la Villa y Corte y zonas aledañas. Podría pasar por la hostia en verso del parlamentarismo funcionando a pleno pulmón, pero hasta el último ujier de la Carrera de San Jerónimo sabe que es pan y circo del siglo XXI. Una purita entretenedera —que enseguida aburre, por demás— para llenarle el programa a Ferreras de jijís-jajás entreverados con indignados cagüentales y rasgados de vestiduras coreografiados por Giorgio Aresu, el del Ballet Zoom.

Pasen y vean, chachiprogres y postfachas de la galaxia hipanistaní, el mayor espectáculo del mundo, un juego de trileros, todo trampa y cartón, donde lo de menos es el supuesto fondo del asunto. Qué más darán los quintales de maravedíes despistados del erario público o los usos y costumbres hampescos de la otrora bautizada casta. Lo que importa, como comprobará cualquiera que se eche al coleto un ratito de la farsa, es lo bien que quedan sus señorías interpeladoras. Con honrosas excepciones, cada culiparlante que inquiere a los comparecientes no va a la búsqueda de la verdad sino de un momento de gloria. Para el telediario, si se pone a tiro, pero sobre todo, para recibir la ovación y vuelta al ruedo viral en las (amadas y odiadas) redes sociales. Tendría gracia si no fuera una inmensa tragedia que la actual función de los chorizos y asimilados llamados a comparecer sea hacer de pimpampum para el lucimiento de ególatras elegidos, qué dolor, por la ciudadanía.