Prevaricación y división

Como se decía en los tebeos de mi infancia, que me aspen si lo que está haciendo el juez Llarena no es una prevaricación del tamaño de la catedral de San Nicolás de Kiel, capital del estado de Schleswig-Holstein, cuyo tribunal le ha dejado al togado con las vergüenzas a la intemperie. Hasta donde sabemos, fue el justiciero del Supremo quien se emperró en atribuir a Carles Puigdemont los delitos de rebelión y malversación y quien, en virtud de tal circunstancia, emitió una orden para trincar al escurridizo president y devolverlo a España. Como saben, lo que ha ocurrido es que los magistrados alemanes no han apreciado la tal rebelión pero sí las migajas suficientes de malversación como para empaquetar al prófugo para Madrid. Y claro, eso arruina los planes del recalcitrante Llarena, que ha decidido, olé sus bemoles, retirar la euroorden, lo que pasado a limpio, significa renunciar voluntariamente a perseguir un delito.

La rocambolesca paradoja tiene su correlato en el pifostio creciente entre las fuerzas mayoritarias del soberanismo catalán, que ya no les soy capaz ni de identificar. No hace tanto, estaba claro que eran Esquerra y Convergencia (o viceversa), pero tras el alumbramiento del PDECat y la posterior creación de JxCat como marca electoral a mayor gloria de Puigdemont, las costuras del antiguo partido-guía se han difuminado. O, mejor dicho, acaban de reventar al mismo tiempo que a ERC se le terminaban de hinchar las narices por el clamoroso ninguneo que viene sufriendo la formación en general y su encarcelado líder, Oriol Junqueras, en particular. De nuevo no hay nada tan letal como el fuego amigo.

…Y Lamela te lo niquela

Ha vuelto a pasar. La célebre jugada enunciada por el anterior ministro español de Interior. La fiscalía te lo afina… y la juez Lamela te lo niquela. Con un añadido: a la magistrada en cuestión no hace falta mandarle recados. Ella siempre está más allá del deber, y en menos de lo que se rellena una bonoloto, te casca un auto infumable que decreta la prisión para todo un Govern elegido legítimamente. Casi veinte folios de portantoencuantos vacíos, infame copia-pega de la petición fiscal, que como decía ayer el sabio Juanjo Álvarez en ETB, no explica los porqués ni de la rebelión, ni de la sedición ni de la malversación. Total, ¿para qué?

Sé que leeremos que ha sido un gran error del entramado político-judicioso español, pero yo hace tiempo que me borré de esa tesis. Es, quizá, una enorme irresponsabilidad, pero también y sobre todo, una actuación plenamente consciente que busca un objetivo concreto. Lo que más molesta del procés es la actitud ejemplarmente pacífica de quienes lo sostienen en la calle, a pesar de las mil y una provocaciones. Esta estocada desde la Audiencia Nacional, sucesora natural del Tribunal de Orden Público, pretende ser la incitación definitiva a responder con violencia. Acción, reacción, acción.

El otro mensaje es para el territorio hispanistaní. Una versión togada del “A por ellos”, barnizada con la membrillez del “Estado de Derecho funcionando a pleno pulmón” que tanto gusta bocachanclear a los tertulieros montaraces. Es en vano contraponer argumentos jurídicos. Esto va de política en su forma más vil. Y cuidado, porque habrá triunfado si acabamos por verlo como algo normal.

Las miserias de Dívar

Casualidades de la vida o puro signo de los tiempos, el mismo día en que el Tribunal Supremo evacuó la sentencia que dejaba en la cárcel a los encausados en el sumario Bateragune, el presidente del búnker judicioso salía en la zona marrón de los papeles. Un vocal del CGPJ, que no es precisamente el que reparte las cocacolas, había denunciado formalmente a su vuecencia Carlos Dívar por tirar de la Visa pública para gastos personales. No es que un día pasara al despiste, como hacen tantos vivillos de la mamandurria, el ticket de una caña y un pincho de tortilla. La cosa es bastante más fea. Según la documentación aportada por quien destapó la liebre, el santo varón —presume de ser de comunión diaria— se había autosubvencionado 18 fines de semana en un hotel de lujo del marbellí Puerto Banús, incluidas comilonas en restaurantes de postín para él y sus entre cinco y siete escoltas. Subtotal de la broma: unos 18.000 euros, que son los que ha podido acreditar fehacientemente el meticuloso denunciante. Échenle un galgo al resto.

Como los titulares no han sido igual de generosos en tamaño que cuando el protagonista es un malo o un caído en desgracia oficial (digamos, Garzón), es posible que no les haya llegado la curiosa defensa del presunto malversador. En el primer despeje a córner, vino a decir que sus carísimas estancias en la Costa del Sol eran, en realidad, penosos viajes de trabajo que él sobrellevaba con su abnegación cristiana como quien soporta el martirio de San Lorenzo o un golondrino en cada sobaco. Y para rematar la faena, se adornó diciendo —aquí la cita es literal— que la cantidad que se había pulido era “una miseria”.

¿Han visto a alguno de los habituales campeones de la rectitud poniendo el grito en el cielo? Ni lo verán. Apuéstense algo a que el que acaba cayéndose con todo el equipo es el vocal del CGPJ que ha señalado el pastelón. Por meter la nariz donde no debe.