Cien por cien Urkullu

Después de asistir con cierto interés a las declaraciones de los principales testigos del juicio por el procés, me descubro ante la capacidad para el retrato de esa especie de mesa camilla desde la que los interpelados han tenido que responder a las preguntas, no siempre bienintencionadas, de las diferentes partes. Como tituló certeramente Manuel Jabois, en su turno, Mariano Rajoy resultó Marianísimo, es decir, pura esencia de sí mismo. Pero el zigzagueante expresidente español no fue el único. Cabe decir algo muy similar de Soraya Sáenz de Santamaría, que jamás se moja ni bajo el chorro de la ducha, o del cada vez más taimado Artur Mas, que está con y contra o contra y con, según se mire. Ídem de lienzo respecto a Gabriel Rufián, que se autointerpretó con tal precisión que era imposible distinguirlo del original, o sea, de su caricatura.

Y, por lo que nos toca más cerca, la afirmación vale también para el lehendakari, que en ese ínfimo pupitre resultó cien por cien Urkullu en fondo y forma. Con su tono de diario, ese que hace que a los pentagramas les sobren rayas, desgranó concienzuda y minuciosamente los hechos, de modo que la épica de los contendientes soberanistas y unionistas quedó reducida a la casi nada. Medió porque se lo requirieron desde Catalunya, pero también porque se lo solicitaron desde la Moncloa de entonces, al modo rajoyano, sin pedírselo expresamente. Estos y aquellos, por inflamados que estuvieran los discursos, querían evitar encontrarse en el callejón sin salida del enfrentamiento en bucle. Hubo un momento en que casi se consiguió. Pero a alguien le temblaron las piernas. Y se acabó.

Alianza Popular, otra vez

Mientras nos entreteníamos con el enésimo intercambio de navajazos en la cúpula del trueno podemil, descuidábamos lo que ocurría al fondo a la derecha. Es decir, en las cada vez más hondas profundidades cavernarias. Menuda bacanal ultramontana, la del recinto ferial de Ifema, allá en la villa y corte, con un Mariano Rajoy, no les digo más, que pareció, como poco, un socialdemócrata civilizado en comparación con la media exhibida por sus todavía conmilitones del Partido Popular. El ratazo que pasaría desde la nube negra en que esté el padre fundador de la cosa, Don Manuel Fraga Iribarne, al verse invocado una y otra vez, como el macho cabrío en los akelarres reglamentarios.

“¡Ni tutelas ni tutías!”, resucitó en el happening pepero la frase del abajofirmante de sentencias de muerte. Primero la soltó ante un ramillete de alcachofas el mingafría y morador de yates de narcos que atiende por Alberto Núñez Feijoó. Luego, ya desde el estrado y con el fondo de un banderón rojigualdo más grande que su ego, la repitió el probado trolero José María Aznar López, con la autoridad de haber sido, 30 años atrás, el destinatario de aquella martingala de Fraga. Como en las sectas y en los clanes mafiosos, se repetía el ritual de traspaso del mando, con la peculiaridad de que el verdadero antecesor, el arriba mentado Eme Punto, quedaba hecho luz de gas. La lectura es bien sencilla: este PP de Pablo Casado es, no ya ese de hace tres décadas que recibió Aznar, sino directamente la rancia y casposa Alianza Popular que inscribieron en el registro de partidos el gallego aullador y otro puñado de recalcitrantes franquistas como él.

Rajoy, registrador

A tres horas del debut de España en el Mundial de Rusia, se conoce que Mariano Rajoy ha comunicado su renuncia también al escaño en el Congreso de los Diputados, genio y figura hasta su sepultura política. En la noticia se añade que ya ha pedido el reingreso como registrador de la propiedad, lo que provoca una mezcla de estupor, ternura y aroma de cutrez institucional. Estará muy bien lo de evitar las puertas giratorias, pero chirría un tanto la imagen de un señor que ha ocupado una de las más altas magistraturas del Estado escriturando un dúplez con plaza de garaje y trastero en Santa Pola, que es donde tiene la plaza. Y tampoco es que esté mal pagada la cosa, pero quizá cabría encontrar algo intermedio entre esto y los consejos de administración remunerados a millón.

Eso aparte, en este mutis hay una cuestión que, como dijo él mismo sobre la cerámica de Talavera en uno de sus célebres ditirambos, “no es menor, o dicho de otro modo, es mayor”: habrá que reconocerle al expresidente del PP y de España sus redaños para marcharse a cuerpo gentil en lo jurídico. Sin el aforamiento de su acta, se las puede ver en los juzgados ordinarios mañana o pasado mañana. Y ojo, que parece que hay una fila de causas de color marrón acechándole. No suena descabellado, por ejemplo, que lo citen para pedirle explicaciones por el famoso Eme Punto Rajoy. Estemos preparados para que le toque protagonizar algún que otro telediario. Y suerte tendrá si la cosa se queda ahí, porque teniendo en cuenta algún que otro precedente y la gravedad de los sumarios, tampoco se puede descartar otro desenlace. Por si acaso, Mariano, sé fuerte.

Rajoy se rinde

Quién nos lo iba a decir hace solo diez días. Cautivo, desarmado, pero sobre todo, herido en lo más profundo de su alma al final no tan tancrediana, Mariano Rajoy Brey arroja la toalla y renuncia a luchar, seguramente, por primera vez en su carrera de berroqueño fajador. Lo que no hicieron dos humillantes derrotas electorales a manos de una menudencia política lo ha conseguido una moción de censura de carambola encabezada por otro que tampoco parece Churchill. Sí, de acuerdo, con la ayuda de una condena de corrupción de pantalón largo y el anuncio de otras cuantas que vendrán, pero hasta de mantenerse impertérrito ante eso lo creíamos capaz. Ya vemos que no. En esta ocasión el golpe ha debido de acertarle en medio de la madre y le ha hecho entregar la cuchara y coger la puerta, todavía no sabemos si giratoria (puede que en su caso, no) hacia la segunda parte de su vida.

Por de pronto, y más allá de otras consideraciones de mayor enjundia, que le vayan quitando lo bailado. Si tienen memoria, recordarán que, como todos los presidentes del Gobierno español —quizá salvo Felipe— llegó de pura chamba al puesto desde el que opositó a Moncloa. Nadie entendió en su momento que lo señalara el dedo todopoderoso de Aznar, teniendo por rivales a (entonces) dos pesos pesados como Rodrigo Rato y Jaime Mayor Oreja. Y todavía le quedaban las mentadas bofetadas en las urnas y las consiguientes intentonas de la vieja guardia pepera de convertirlo en picadillo con la colaboración de los príncipes de la caverna Pedrojota y Losantos. Pero siempre salió airoso de cada envite dejando muertos a sus pies. Justo hasta ayer.

Y fueron 176 votos

Después de algún pronóstico pifiado, permítanme que empiece celebrando que lo que escribí ayer ha acabado pareciéndose bastante a la realidad: si había 171 escaños para echar a Rajoy, habría 176, que en realidad son 180. Ahora, los que tienen que dar alguna que otra explicación son los Rappeles de lance que andaban jurando de buena tinta que el PNV sería el báculo del próximo desahuciado de Moncloa. De miccionar y no echar gota, oigan, la teoría de no sé qué inmenso error. Eso, después de ver cómo lo del 155 autoliquidado por el soberanismo catalán se cumplía al milímietro y de escuchar con sus rudos oídos de amianto cómo Aitor Esteban anunciaba el sí a la moción de censura.

Me apresuro a confesar, en todo caso, que contengo la respiración hasta ver el certificado de defunción política del mengano. Y más que el suyo, para qué voy a negarlo, los de Zoido, Catalá o Cospedal, que han demostrado una maldad indecible. Pongo velas para que a nadie se le vaya el dedo al botón que no es o para que no volvamos a vivir una reedición del Tamayazo. Ni sé las veces que he repetido que hasta el rabo todo es toro.

Por lo demás, y a falta de un análisis más sosegado, mi primera reflexión es sobre los lisérgicos vericuetos de la política. Manda bemoles que fueran los soberanistas catalanes los que, haciendo lo que tenían que hacer para desactivar el 155, pusieron en las manos de Rajoy el arma con el que se ha volado la sesera. Eso, por no mencionar que han acabado haciendo presidente al tipo que, además de llamar de todo al president Quim Torra, pedía leyes más duras contra los que quieren romper la unidad de España. ¡Y lo que habremos de ver!

¿Agur, Rajoy?

Nostradamus al aparato. Apenas hace cuatro días hablaba de una moción de fogueo, y empieza a darme a la nariz que pronto tendré que apostillar que las carga el diablo. O que donde menos se espera, salta la liebre. En qué cabeza iba a estar hace nada que, después de haber salvado mil y una bolas de partido, a Mariano Rajoy se le acabarían de golpe las existencias de baraka —folla, nata, churro o suerte en castizo— y estaría a cinco minutos de la extrema unción política. Corríjanme porque puedo volver a estar equivocado, pero en el instante en que tecleo, lo más parecido a una salida honrosa (o no excesivamente humillante) es la dimisión.

¿Es exactamente ese el camino que le está mostrando el PNV al Tancredo en horas bajas? Volvemos al terreno del onanismo mental, porque aunque se leen y escuchan muchas cosas, lo cierto es que en Sabin Etxea impera un silencio cartujano, acorde con el tamaño de la papeleta que toca gestionar. Lo de los presupuestos, máxime viendo cómo se ha cumplido el pronóstico del decaimiento por su propio peso del 155, se antoja una menudencia en comparación con lo que se dilucida ahora. Aunque imagino el Potosí que puede estar en juego y me consta la alta posibilidad de salir palmando de esta, no veo el modo de justificar la continuidad al frente del Gobierno de España de quien ha adquirido la condición impepinable de cabeza de turco. Y será verdad que Sánchez como anticipo de Rivera puede ser, andando el tiempo, hacer un pan con unas hostias. Pero la política se juega también en el plazo corto, y mañana no se va a entender que si hay 171 votos para echar a Rajoy no haya 176.