Iturgaiz, memoria selectiva

La ley vasca de memoria histórica y democrática pasó ayer a la siguiente pantalla. Gracias a una abrumadora mayoría, decayeron las enmiendas a la totalidad de PP-Ciudadanos y Vox y continuará su trámite parlamentario. Como subrayaron EH Bildu y Elkarrekin Podemos, el texto inicial tiene recorrido para la mejora. Ojalá las aportaciones sean de buena fe y busquen de verdad hacer justicia al enunciado de la futura norma. Sobrará la demagogia facilona, el afán de protagonismo, la impostura y, desde luego, la amnesia selectiva. Siempre he dicho que la memoria ha de ser completa y varios de los mayores reivindicadores de la dignidad de unas víctimas se olvidan voluntaria y groseramente de otras.

Y esto pasa de extremo a extremo, como comprobamos ayer, no solo por la postura del PP en la cámara, sino por un tuit de su (todavía) presidente. Se adornaba Carlos Iturgaiz en la red del pajarito azul recordando que justo en el día en que se debatía la ley de la memoria, se cumplían 85 años de la destrucción de la iglesia getxotarra de Las Mercedes por parte de un batallón anarquista. Puesto que, como acabo de escribir, no tengo el menor empacho en denunciar todos los excesos, vengan de donde vengan, me podría parecer de lo más procedente la piada. Lo que ocurre es que me resulta de lo más revelador que no exista constancia de una sola ocasión en la que Iturgaiz haya mostrado su repulsa por alguna de las incontables fechorías de los franquistas desde 1936 hasta anteayer. Así no que no solo no es creíble su rasgado de vestiduras sino que deja bien a las claras sus simpatías y sus antipatías… por si cabían dudas.

El PSOE da la espalda al 3 de marzo

Menudo carrerón que lleva el PSOE. Y ya no les hablo del Sáhara, sobre lo que me extenderé en las líneas de abajo. Hace dos semanas bloqueó la posibilidad de reabrir judicialmente el caso Zabalza. Hace siete días tumbó la posibilidad de una reforma del código penal que facilitara la investigación de crímenes del franquismo. La última, de momento, fue ayer cuando sumó sus votos a PP, Vox y Ciudadanos en la Junta de portavoces del Congreso para impedir la creación de una comisión de investigación sobre los sucesos del 3 de marzo de 1976 en Gasteiz.

Como en los casos anteriores la explicación ha sido un monumental encogimiento de hombros acompañado de excusas de pésimo pagador que básicamente se reducen a dos: no se puede o no toca. En el caso de los asesinatos de los trabajadores de la capital alavesa se ha añadido el célebre comodín de la inutilidad de las comisiones parlamentarias. Si tan claro lo tienen, deberían empezar por no solicitar ninguna (cuando gobernaba Rajoy se hinchaban a reclamarlas) o, directamente, por plantear la desaparición total del instrumento. Seguro que nos ahorrábamos tiempo, dinero y sofocos como este último y los anteriores que ustedes y yo sabemos que solo tienen una explicación: hay cuestiones que todavía son “de estado”, o sea, literalmente intocables. Es simple identificarlas. Basta mirar las mayorías que se forman para echar abajo cualquier intento de descorrer los velos que cubren los tabúes. Sistemáticamente, el PSOE se alinea con las formaciones que el resto del tiempo no duda en calificar como de extrema derecha. Y de postre, Adriana Lastra expide certificados de dignidad.

La no confesión de Martín Villa

Grandes titulares que acaban en pellizco de monja: “Martín Villa reconoce que pudo ser responsable político y penal de homicidios y torturas”. Son, presuntamente, palabras del exministro postfranquista de Gobernación en un desayuno informativo a mayor gloria de sí mismo. Al descender a la letra pequeña, lo que resulta que ha dicho el individuo es que “es posible que en un rapto de locura hubiera podido ser el autor material” de los crímenes que le atribuía la juez argentina María Servini y de los que finalmente quedó exonerado por puras cuestiones de forma. Es decir, que el tipo se estaba cachondeando vilmente de la gravísima acusación que pendía sobre él, una vez que tiene claro que se va a ir de rositas. Y aún tuvo el cuajo de añadir que la querella no le quitó ni un minuto de sueño. No deja de ser una prueba más, por si no teníamos suficientes, de su ínfima catadura moral.

Lo tremendo es que en las enciclopedias y en las historietas oficiales, Rodolfo Martín Villa aparecerá como uno de los autores del milagro democrático español. Habrá que aceptarlo apretando los dientes. Quizá fuimos muy ilusos al creer que iba a quedar acreditada y señalada judicialmente su responsabilidad por acción (más que por omisión) en la masacre de Gasteiz del 3 de marzo de 1976, en el asesinato de Germán Rodríguez a manos de la Policía Armada en los sanfermines de 1978 o en otros episodios de aquella Transición sangrienta. A quienes vivimos todo aquello, incluso siendo apenas unos chiquillos, nos queda la convicción indeleble de que esos hechos siniestros de los que ahora hace chistes llevan en todo o en parte su firma.

Segunda República, 90 años

14 de abril, 90 años de la Segunda República española. Creo que conviene empezar cerrando el paso a las trampas en el solitario. Los ojos de hoy no sirven para mirar el ayer. Es metafísicamente imposible comprender el pasado desde la atalaya ventajista del presente. Como no dejamos de ver insistentemente en estos días previos al aniversario y ya teníamos comprobado con anterioridad, se tiende a presentar los hechos no como fueron sino como queremos que hubieran sido. Lo triste y alarmante es que esto no solo nos ocurre a los mortales corrientes y molientes. Muchísimos historiadores con toda la titulación en regla y centenares de visitas a los archivos acreditadas ofrecen una visión a beneficio de obra. 

Es así como nos encontramos con dos relatos —maldita palabra— diametralmente opuestos de lo que fue el periodo 1931-1936. Por un lado, el diestro, están los demonizadores sin escrúpulos que caricaturizan esos años como una etapa de terror literalmente rojo contra la que no quedó más remedio que levantarse. Enfrente están los que dibujan un mundo de fantasía al abrigo de la libertad, la igualdad y la fraternidad. Y no fue ni lo uno ni lo otro. Creo que es más aproximado pensar que fue una época donde la luz trató de imponerse a la oscuridad. Ya solo por eso es justo y necesario reivindicarla. 

Memoria para la galería

Celebro hasta el atragantamiento de risa la mala sangre que gasta el facherío patrio tras la presentación del anteproyecto de la ley de Memoria Democrática. Sus lacrimógenos graznidos me suenan a música celestial, al tiempo que me confirman (como si lo necesitase) que padecemos una plaga de cabras que tiran al ultramonte, por más que vayan disfrazadas de constitucionalistas fetén. En cuanto rascas con una moneda de cinco céntimos, los aleccionadores de la tribu en materia de libertades fundamentales se revelan como jaleadores del bajito de Ferrol y sus mil y una villanías. Ahí se jodan.

Anotado lo anterior, dejo constancia aquí de mi estratosférico escepticismo ante la enésima cortina de humo parida por el siniestro gabinete de engaños y embelecos del (falso) doctor Sánchez. Siento decirlo, pero el tufo a brindis al sol es insoportable. De entrada, ese nombre gilipollas que le han puesto a la cosa nos pone sobre aviso de la intención de enseñarnos un pajarito para tenernos distraídos a tirios y troyanos, es decir, a partidarios de la revisión crítica del pasado y a los que echan las muelas ante eso mismo. Lo que se nos promete ya estaba contemplado hace un decenio en otra ley, la de Rodríguez Zapatero, cuyos primeros incumplidores fueron los que la promulgaron. En dos palabras, menos lobos.

Exhuma, que algo queda

Menos mal que el traslado de la momia del ferrolano de la voz aflautada iba a ser discreto para no dar tres cuartos al pregonero ultramontano. Pues solo ha faltado indicarnos qué marca de gayumbos llevarán los miembros del equipo exhumador habitual. Menuda profusión de detalles nos han suministrado los que ya para los restos —valga la redundancia— quedarán como los que sacaron la basura de donde llevaba cómodamente instalada desde hace cuarenta y cuatro años de vellón. Qué casualidad, pensará algún suspicaz, que el punto álgido de la tragicomedia coincida con unas elecciones inminentes y el (anunciado) incendio social en Catalunya tras la sentencia del Procés.

No cuela. O no debería. Lo que han hecho los amorrados al pilo monclovés en funciones roza el insulto a la inteligencia, a la dignidad y, en síntesis, a la tan cacareada Memoria histórica. Se ha convertido en espectáculo circense a mayor gloria de Ferreras, Ana Rosas e imitadores varios lo que debería haber quedado en un acto austero, casi de trámite, porque ni el abyecto matarife ni sus deudos podridos de pasta se merecen más. Qué asco da ver a los descendientes del carcamal de plató en plató reclamando, manda huevos, justicia y denunciando, jódete y baila, que se han vulnerado sus derechos. Pena de expropiación forzosa de todos sus bienes adquiridos por expolio y pena más grande, que antes de la reinhumación no le vayan a degradar al generalísimo a chusquero. A eso no ha habido bemoles. Y todo esto que voy anotando casi será mal menor si la nueva morada de los residuos no acaba siendo santo lugar de peregrinación de franquistas de viejo y nuevo cuño.

Ortega Smith, qué asco

Sabíamos, porque lo ha acreditado ampliamente en el corto espacio de tiempo desde que tenemos la desgracia de conocerlo, que Javier Ortega Smith es un memo ambulante. También un bocabuzón, un sobrado, un chulopiscinas y un analfabeto funcional con balcones a la calle. Ahora, la verdad es que sin gran sorpresa, podemos añadir al currículum de este pedazo de carne supurador de gomina a granel la condición de canalla cobarde sin matices. Hace falta serlo en dimensión superlativa para atreverse a vomitar que las conocidas como 13 Rosas Rojas, las jóvenes militantes de izquierdas ejecutadas por el régimen franquista, se buscaron su despiadado final porque “torturaban, asesinaban y violaban vilmente en las checas de Madrid”.

Espero que semejante fechoría dialéctica no quede impune. Leo que varias asociaciones memorialistas, empezando por la que lleva el nombre de las represaliadas y ahora manchadas con infundios, estudian emprender acciones legales. Me parece lo menos, aunque entiendo que el emplumamiento del fachuzo rebuznador —no llega ni a fascistilla— debería ser de oficio. Por bastante menos se han sentado en un banquillo o, incluso, han sido condenados, varios tuiteros. Y que no tenga nadie el desparpajo de sacar el comodín zafio de la libertad de expresión. No estamos ante una opinión. Ni siquiera ante un insulto grueso. El regüeldo del secretario general de VOX anda entre la injuria y la calumnia, si no es que incurre de lleno en lo uno y lo otro.

Eso, en sede judicial. El otro castigo debería ser social y, desde luego político, empezando por sus socios, PP y Ciudadanos, que guardan un vergonzoso silencio.