Gernika, condena y algo más

A nadie se le ha escapado que este aniversario, el 85 ya, del bombardeo de Gernika no ha sido uno más. La despiadada invasión rusa de Ucrania y las tremendas imágenes que llevamos viendo desde hace dos meses le han dado otra dimensión, otro significado. El propio presidente Zelenski contribuyó a ello cuando, en su comparecencia en las cortes españolas, escogió la destrucción de la villa foral como término de comparación con lo que estaban sufriendo sus conciudadanos en Mariúpol, Bucha, Irpin o tantos otros lugares arrasados por la soldadesca rusa, que se lleva cobradas miles de vidas.

Es altamente probable que esa mención del dirigente ucraniano haya sido el impulso definitivo para que por primera vez un gobierno español legítimo haya condenado expresamente la agresión de las huestes franquistas ejecutada por la Legión Cóndor. Con buen tino, se añade en la declaración que Gernika se ha convertido en símbolo internacional contra la barbarie por lo que tuvo de ataque contra personas indefensas. Por descontado, se trata de un gesto meritorio por parte del Ejecutivo de Sánchez que, en cualquier caso, demuestra que quienes venían reclamándolo hasta ahora no estaban subiéndose a los cuernos de la luna. Es un buen comienzo que muy bien podría tener continuidad en algo que incluso trascendiera lo simbólico y se reflejara en un compromiso práctico para la reparación efectiva de las víctimas. Desde luego, no sería nada que fuera contra la vocación tantas veces manifestada por este mismo gabinete de mantener viva la llama de la memoria histórica, no por espíritu de revancha sino de pura justicia.

Sánchez no se atreve con Zabalza

El ímpetu memorialista de Pedro Sánchez tiene un non plus ultra. Porque mola una hueva hacerse selfis junto al mural de las trece rosas. O sacar a la momia de Franco del Valle de los Caídos para trasladarla en helicóptero a un cementerio vulgar y corriente metida un féretro con forma de pastelito Bony de Bimbo. Todo eso está chupado. Es casi de parvulitos de propaganda, sobre todo, cuando tienes una legión de postureros antifranquistas retrospectivos dispuestos a bailarte el agua en las redes sociales, en el programa de Ferreras o en las pálidas copias diurnas y nocturnas de la televisión pública española. No deja de ser maíz a granel para gallos, pollos y gallinas de paladar nada exquisito.

Ahí torea de salón cualquiera y siempre sale a hombros por la puerta grande progresí. Es mucho más jodido agarrar por los cuernos el pasado reciente. Qué vergonzante tembleque ayer en la voz del presidente español al recitar lo que vaya usted a saber quién le había escrito para negar la reapertura del caso de Mikel Zabalza, una vez que se han reunido pruebas clamorosas sobre su asesinato a manos de uniformados. Añádase, por cierto, la servil forma de contar la noticia de todos esos medios amiguetes que también gustan de ir de la releche de la memoria histórica. Según ellos, el presidente se abre a tal apertura… siempre que se lo pida un juez. Y ahí está la trampa o, en realidad, la mentira. Porque, como recordó el portavoz del PNV, Aitor Esteban, no hace falta el comodín judicial. Si quisiera, escribió el jeltzale en Twitter, Sánchez podría “levantar el velo sin que nadie se lo solicitara”. Lo que pasa es que no quiere.

Memoria compartida

El Instituto Gogora ha dado un paso adelante para ver si somos capaces de ir aprobando nuestra eterna asignatura pendiente. Durante los próximos meses, tres reconocidas y reconocibles víctimas de diferentes violencias y tres historiadores tratarán de consensuar las bases compartidas para la reconstrucción social de la memoria en Euskadi. Lo harán con la ayuda de una veintena de personas de diferentes ámbitos y con diversas señas de identidad que tienen acreditada experiencia en labores como la que se acomete.

Puesto que, después de años y años, no solo no nos hemos acercado al objetivo, sino que se diría incluso que nos hemos alejado, a nadie se le escapa la enorme complejidad del empeño que se aborda. Pero había que hacerlo. La otra alternativa, por la que en realidad muchos parecen haber optado, era arrojar la toalla y cerrar en falso nuestro pasado imperfecto. Nadie pide, por otro lado, el mitificado relato único, sino, como reza el enunciado, encontrar unas bases que sean compartibles por cualquiera con la suficiente categoría humana y honestidad moral como para ver a través de los ojos de los demás.

Contengo la respiración a la espera de las reacciones de la iniciativa. Doy por descontada la descalificación de Vox, y sería un triunfo que el PP no se apunte al ruido. Me interesa mucho más lo que digan las formaciones que suponen el 85 por ciento restante de la representación parlamentaria. Si somos capaces de sumar al proyecto la complicidad, siquiera al inicio, de la amplia mayoría social, estaríamos ante un camino seguramente muy difícil pero también muy ilusionante.

Otro Día de la Memoria

Este Día de la Memoria es el de la marmota. Desde que se instauró en 2010 bajo el gobierno de Patxi López sostenido por el PP y con el Parlamento incompleto, la palabra división ha aparecido invariablemente en los titulares. En algún caso se llegó a conseguir una foto más amplia, pero, en general, los actos de recuerdo se han celebrado siempre a falta de siglas y sensibilidades. Supongo que lo tenemos lo suficientemente asumido como para ni siquiera perder un segundo en el lamento.

Es lo que hay. Allá quien quiera engañarse a estas alturas. Como acabamos de comprobar bien recientemente, a todo lo más que se llega es a la obviedad de “El sufrimiento de las víctimas nunca debió haberse producido”. Evitando expresamente la mención de los responsables concretos de la inmensa mayoría de ese sufrimiento. Y para lo que debería ser pasmo general, con aplausos de despistados e interesados amnésicos que se tragan la representación teatral. Perdón, quería decir la patada en el hormiguero para ponerse otra vez en el centro, como no tuvo reparos en reconocer con el desparpajo habitual el productor, guionista y protagonista de la función.

Con todo, y añadiendo aún que se trata de una fecha ensartada con calzador en el calendario, sigue mereciendo la pena dedicar un tiempo de esta jornada a mirar hacia nuestro pasado imperfecto. Solo para, valga la paradoja, tenerlo presente. Quizá proceda también esforzarse para que no se trate de un trámite para la galería que se resuelve con unas palabras, unas flores, un minuto de silencio y unos aplausos de cierre. Pero eso es ya una cuestión estrictamente personal.

PSOE y PP tapan a Corcuera

De nuevo, la memoria escandalosamente selectiva. La Mesa del Congreso de los Diputados ha rechazado la solicitud de EH Bildu para que el siniestro ministro de Interior José Luis Corcuera compareciera en la Cámara para dar explicaciones sobre la campaña de envíos de cartas bomba a simpatizantes de la izquierda abertzale que se saldó con la muerte de un cartero de 22 años en Errenteria en 1989. En el mismo viaje, también se ha tumbado la petición de la coalición soberanista de que el actual ministro, Fernando Grande-Marlaska, informara sobre lo que piensa hacer o dejar de hacer su Gobierno tras las revelaciones que certifican que el Estado estuvo detrás de ese episodio de guerra sucia, o sea, de terrorismo institucional.

La peregrina excusa para el rechazo es que la demanda no se ajusta al reglamento del hemiciclo, manda narices. Lo triste es que ni siquiera podemos sorprendernos. El PSOE y el PP se pueden tirar los trastos a la cabeza en casi todo menos en lo que atañe a cualquier cosa que ameneace con poner al aire las vergüenzas de lo que con actuaciones como estas no cabe llamar sino régimen. Por la parte de los de Casado, no hay demasiado que decir. En cuanto a los socialistas, que tanto se llenan la boca hablando de la necesidad de esclarecer determinadas situaciones del pasado, resulta un escarnio que sigan optando por la mirada hacia otro lado, el despeje a córner o la puesta en duda de unos hechos que, como acaba de desvelar nada menos que el ABC, diario de orden donde los haya, están lo suficientemente documentados como para que, por lo menos, se investiguen. Así de triste

«La vida de otra manera»

Andaba yo buscando infructuosamente una forma de nombrar lo que empezará para los ciudadanos de la CAV a partir de mañana. No me servían por pedantes o imprecisas ni “Nueva normalidad” ni “Post-pandemia” ni “normalidad” a secas. A punto de abandonar la empresa, escuché de refilón al portavoz del Gobierno vasco, Bingen Zupiria, hablar de “La vida de otra manera” y pensé que eso era lo más aproximado para definir el tiempo que estrenamos dentro de unas horas. Con el fin de las principales restricciones y el decaimiento del decreto de emergencia sanitaria reconquistaremos una parte de nuestra existencia anterior a la irrupción del virus. Volveremos a disfrutar de un pintxo y una caña en la barra, podremos juntarnos sin límite alrededor de una mesa —con la mascarilla todavía, ojo— y no tendremos que mirar el reloj para entrar en según qué locales. Sin ánimo de ser cenizo, haremos bien, sin embargo, en tener muy presente que la pandemia todavía no ha terminado y que sigue habiendo motivos para ser prudentes. Este es el minuto en que la ciencia no tiene claro, por ejemplo, si será necesario volver a vacunarnos o si tendremos que hacerlo con cierta periodicidad.

Más allá de eso, me atrevo a pedir que no seamos tan olvidadizos como de costumbre. Por más prisa que tengamos en dejar atrás la pesadilla, nos haremos un flaco favor si no extraemos las lecciones oportunas, que son unas cuantas. Sin regodearnos, sin permitir que el miedo nos paralice, es preciso que hagamos lo posible por mantener la memoria de lo que hemos vivido desde marzo de 2020. Se lo debemos a los millones de personas que se han quedado en el camino.

Un nuevo paso atrás

Cada vez resulta más duro predicar en el desierto, pero alguien tiene que hacerlo. Me consta, de entrada, que el común de mis convecinos no tiene ni pajolera idea de lo que es Gogora, es decir, el Instituto Vasco de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, con todas esas mayúsculas iniciales que, por desgracia, no se corresponden con la importancia que en la calle se le otorga a cada uno de los conceptos. Pronto conmemoraremos a todo a trapo los diez años del comunicado en que ETA anunció con su inveterada querencia por los eufemismos el “cese definitivo de su actividad armada” y haremos como que no vemos que al personal se la trae al pairo todo lo relacionado con un tiempo que da por amortizado. Esa pachorra general es el nutriente básico de quienes no solo no están dispuestos a dar pasos adelante sino que los dan hacia atrás.

Lo estamos viendo, en su versión más hiriente, en el modo en que el despiadado ejecutor de 39 asesinatos se ha convertido en bandera de la defensa de los Derechos Humanos. Y en una versión a escala, lo hemos vuelto a ver en el voto en contra de EH Bildu al plan de actuación de Gogora. Para que se hagan una idea del alcance de ese posicionamiento, sepan que el PP, que también está en el consejo de dirección del instituto, solo llegó a abstenerse. La coalición soberanista se quedó sola, pues, frente al resto de las formaciones políticas (excluida Vox), representantes de las Diputaciones y Eudel y tres personas fuera de toda duda como los hijos de víctimas de ETA María Jauregi y Josu Elespe y el forense Paco Etxeberria. Y luego, que si los relatos inclusivos. Hay que joderse.