Noche electoral

Ánimo, que ya queda menos para las ocho de tarde, el momento en el que empieza la parte más entretenida de unas elecciones. Todo lo anterior —la convocatoria, la campaña, los sondeos, los debates e incluso el instante mismo de echar o dejar de echar la papeleta— tendrá su puntito, no digo lo contrario, pero no deja de ser la guarnición. El auténtico solomillo llega cuando se cierran las urnas y, en algo así como un ejercicio de natación sincronizada sin ensayar, en todas las emisoras y cadenas de radio salta al unísono la cabecera del programa especial correspondiente.

Ni se imaginan el reventón de adrenalina que se produce en ese instante en las redacciones. Da lo mismo que se lleven a las espaldas decenas de noches electorales cubiertas o que, como va a ser el caso, ya se sepa que estos comicios los van a ganar sin bajarse del autobús Goldman Sachs y Merril Lynch. La emoción siempre está ahí. Fíjense en el tono de voz con el que les saludará esta tarde y pronunciará las primeras palabras Xabier Lapitz en Onda Vasca. Notarán que no es el mismo con el que arranca cada día Euskadi Hoy.

A partir de ahí, no parpadeen, porque todo ocurre muy deprisa. Los avances tecnológicos nos han birlado aquellos legendarios conteos que se extendían hasta la madrugada y aún había que aguardar al día siguiente para conocer el marcador definitivo. Hoy para las diez y cuarto estará todo el pescado vendido. Quedarán, si cabe, cuatro o cinco chicharros sin dueño fijo al albur de los caprichos del señor D’Hont y sus diabólicos cocientes.

En esa celeridad explosiva están la gracia y la esencia. Doble contra sencillo a que las encuestas a pie de urna del minuto uno no se parecen al escrutinio de las cien primeras papeletas de las nueve y todavía menos al resultado final. Lo mismo, con las declaraciones desde las sedes o los análisis a vuelapluma en el estudio. Y lo mejor: mañana habremos olvidado todo.