Silencio sobre Judimendi

El novísimo tiempo es el viejo con una docena de parches y, por desgracia, cada vez más modorra para la denuncia. Para según qué denuncias, quiero decir, que llevo horas esperando la aparición de los campeones mundiales de la proclama justiciera a ver si dicen algo mínimamente crítico sobre la nauseabunda glosa como héroe del asesino de Fernando Buesa y su escolta, Jorge Díez. Totalmente en vano, oigan. Ni un cuartillo de tuit respecto a la enésima vuelta de la burra al trigo, en este caso, en el barrio gasteiztarra de Judimendi. Silencio sepulcral incluso de los que no hace demasiadas vueltas de calendario sí parecían tener claro el discurso ético y no dudaban en señalar las conductas intolerables.

Anoto aquí y ahora que les echo muchísimo de menos y que no comprendo por qué ya solo escogen para sus chapoteos los charcos que apenas cubren. Porque es justo y necesario levantar la voz contra la arbitrariedad sin matices del Caso Altsasu, nadie lo niega. Y hay que estar, claro que sí, en primera línea de protesta por las mil y una tropelías cometidas sobre los políticos soberanistas catalanes, por la medalla pensionada que no le retiran al torturador Billy el Niño, por la cárcel a la carta del cuñado de Felipe VI o por los incontables atropellos que nos salen al encuentro cada día. Pero aquí también hay que retratarse, aun a riesgo de perder las palmaditas en la espalda de aluvión o, como ya está acostumbrado a experimentarlo en sus propias carnes este humilde escribidor, de convertirse en pimpampum de los que tienen la absoluta convicción de que matar estuvo bien o, como poco, estuvo perfectamente justificado.

Linchamiento en Alsasua

El pasado nos persigue. A punto de cumplirse cinco años de algo que ocurrió en 2011 (aquel comunicado largamente esperado), volvemos, como poco, a 1998. Alsasua, un solo hecho y dos versiones radicalmente opuestas. Ninguna creíble porque una y otra son de parte y arrojadizas. Juegan al viejo acción-reacción-acción, y a los hechos que les vayan dando morcilla. Cuádrese cada cual junto a su mástil y entone su cántico de guerra. Todo lo empezaron los de enfrente, faltaría más.

En triste y un tanto cobarde consonancia, dos declaraciones institucionales en el Parlamento de Navarra. La primera, en términos épicos entre el verdeoliva y el rojigualda; arriba España o así, todo por la patria. Votos a favor: UPN, PPN, PSN. La segunda, meliflua, de silbido a la vía, como al despiste, a ver si colaba y la esponjosa ambigüedad arrastraba también a EH Bildu. Ni por esas. Abstención y gracias. Votos a favor: Geroa Bai, Podemos e Izquierda Ezkerra. ¿El Gobierno del cambio? Bien, gracias. Los desacuerdos pactados, ya saben, no vayamos a darle pisto al Antiguo Régimen.

Lástima que esta vez no se haya conseguido tal objetivo. Por casualidad, puse ayer la tele en el canal progre por excelencia, y me encontré a Eduardo Inda con una apreciable erección neuronal mientras lanzaba los sapos y culebras de rigor. El resto de contertulios presentes, los mismos que habitualmente se le echan a la yugular, le hacían palmas. Digo yo que alguna conclusión deberíamos sacar de esa unanimidad. Bien es verdad que resulta más cómodo hacer como si no supiéramos que, ocurriese como ocurriese, el linchamiento del sábado no tiene un pase.

Rancio nuevo tiempo

Tremendas tareas han puesto a los partidos vascos 15 víctimas de diferentes violencias. Les piden, por ejemplo, que se dejen de una puñetera vez de inercias e imposturas (esto es una versión libre de servidor) y que el próximo 10 de noviembre celebren juntos el Día de la Memoria. Haciendo la media de las respuestas, y sin dejar de destacar que alguna sigla ha dicho que por supuesto, nos encontramos con un coro de silbidos a la vía, peroesques, tiritas que se adelantan a la herida y, en resumen, nada entre dos platos.

Si no nos conociéramos, para llorar. Pero no menos que la reacción ante otro encargo de puro catón. Estas personas que comparten sufrimientos bien diversos y aún así, son capaces de reconocerlos recíprocamente y hasta de profesarse respeto y cariño, querían que los representantes políticos de la sociedad expresaran claramente que el recurso a la violencia está mal hoy y estuvo mal ayer. De nuevo, aparte de algún sí rotundo, carraspeos, asteriscos al pie, perífrasis, solicitudes del comodín del público y, cómo no, las consabidas apelaciones al de enfrente.

Por desgracia, no hay lugar a la sorpresa. No a la mía, desde luego, que llevo lunas y más lunas clamando que nos hemos adelantado demasiados capítulos en nuestro novelón por entregas. Procedería dejar de hacernos trampas al solitario y reconocer una desoladora verdad: por muchos suelos éticos y pamplinas con que nos adornemos, a nuestro alrededor hay decenas de miles de personas —ojalá no me quede corto— que creen que matar a discreción estuvo muy bien o, como poco, fue necesario, y en todo caso, no merece reproche sino aplauso.

Enemigos del pueblo

Nuestro presunto Nuevo Tiempo, el de las luces, que dice Arnaldo Otegi, tiene un pasadizo permanente al viejo. De pronto, se funden los plomos, y en milésimas de segundo uno regresa desde la era de los discursos chachipirulis y la cartelería fashion-molona a la época sombría de las arengas mononeuronales —Egurre ta kitto!— y la tosca fotocopia en blanco y negro con las instrucciones de a quién y por qué hay que socializarle el sufrimiento. El penúltimo de estos edictos con aspiraciones de pasquín ha aparecido en Gernika. Sin firma (antes, por lo menos, llevaban al pie estridentes alias revolucionarios), el papel clasifica en tres grupos a los esquirolazos locales que no secundaron la huelga del 26-S: los que estuvieron todo el día abiertos, los que anduvieron abriendo y cerrando a lo largo de la jornada y los que tuvieron la persiana levantada a primera hora. Desconozco si la división en grupitos trata de ser una gradación del delito, pero el caso es que para todos la sentencia impuesta es la misma y viene anunciada en el encabezado en mayúsculas negritas: boicot a los enemigos del pueblo.

Si hay expresiones que resumen un ideario, esta que mezcla en un solo sintagma a los más perversos (ellos) y a los más bondadosos (nosotros) es insuperable en su capacidad de ilustración. Y más, si echamos un vistazo al libro de historia y vemos que desde que los romanos acuñaron el “hostis publacae”, todos los regímenes de cachiporra suelta lo han adaptado a su idioma y a su credo. Daba igual que la cacería de brujas la instigara Torquemada, McCartthy, Goebbels o Serrano Suñer. El cargo de los apiolables era idéntico: enemigo del pueblo.

Da para pensar el caso de Lavrenti Beria, mano ejecutora de Stalin que limpió el forro a decenas de miles de camaradas desviados bajo esa acusación. En 1953 Khrushchev le montó un juicio sumarísimo y el matarife acabó en el paredón… como probado enemigo del pueblo.

Apáticos

Los que vieron la botella casi llena corrieron a titular que el EPPK da por finalizado el conflicto armado y reconoce el daño generado. Los que la vieron prácticamente vacía destacaron en caracteres gruesos que, además de reclamar la amnistía, los presos de ETA —nótese la diferencia nominal— repudian la vía del arrepentimiento. No podemos hablar exactamente de empate porque la segunda versión se difundió en un número mayor de medios. En todo caso, eso queda para la estadística o las hemerotecas. Si vamos a lo que importa o debería importar, que es la opinión de la sociedad, comprobamos que prácticamente nadie vio ninguna botella. Esa noticia, que llegó a las primeras planas sólo porque el fin de semana no dio más de sí y por las inercias de las que no escapamos los periodistas, pasó desapercibida para el común de los ciudadanos vascos. La renovación de Bielsa o el concierto de Bruce Springsteen en Donostia dieron bastante más que hablar.

Podríamos, como de hecho están haciendo los representantes políticos, enfrascarnos en un tira y afloja de declaraciones y contradeclaraciones sobre si el texto es decepcionante, esperanzador o mediopensionista. Los únicos frutos serían —son— más titulares con entrecomillados que se olvidan un segundo después de ser leídos. Una vez más, los árboles nos impiden ver el bosque. Seguimos sin darnos cuenta de que, más allá de la evidencia de la ausencia de atentados o extorsiones, la principal consecuencia de lo que llamamos “nuevo tiempo” es un apabullante desinterés social por esa cuestión que nos ha costado, literalmente, tanta sangre, sudor y lágrimas. Sólo para las personas que están o han estado en la primera línea resulta un asunto candente. El resto ha pasado página.

Ni siquiera merece la pena hacer un juicio de valor sobre esta apatía. Es más práctico tomar conciencia de ella y tener claro que las sobreactuaciones ya no impresionan a casi nadie.

Más sobre reconciliación

Aunque creo que la mayoría de los lectores entendió lo que traté de expresar en mi columna de hace unos días sobre la reconciliación, no faltó quien dedujo que en ella apostaba poco menos que por la perpetuación del conflicto. Nada más lejos. Me gustaría dejarlo muy claro y por eso, como ya empieza a ser costumbre, dedico una segunda entrega al asunto con la esperanza y el propósito de explicarme mejor.

Tal vez se trate sólo de una cuestión de lenguaje. Para mi la palabra “reconciliación” es inabarcable. Implica una generosidad y una disposición de ánimo de tal magnitud por parte de quien está inclinado a llevarla a cabo, que creo sinceramente que queda fuera del alcance la mayoría de simples e imperfectos mortales. Admiro a las personas capaces de reconciliarse, pero si miro a mi alrededor, mi impresión es que son excepcionales en toda la extensión del término.

¿A qué podemos aspirar los que carecemos de esa grandeza de espíritu? Sencillamente, a convivir respetuosamente. Puede saber o sonar a poco, pero si recordamos de dónde venimos o, incluso, dónde estamos ahora mismo, nos parecerá un gran triunfo. Pedir más que eso me parece una hipoteca de decepción a plazo fijo y una ausencia de realismo total. Si con suerte te llega para un menú del día, no puedes empeñarte en comer en el restaurante más exclusivo.

Resulta más práctico y rentable a la larga ir quemando etapas sin prisa pero sin pausa. Tenemos muchos motivos para estar satisfechos de lo que hemos conseguido hasta ahora. Empecemos por apreciarlo y trabajar para asentarlo. Por supuesto que no nos conformamos, y por eso debemos seguir avanzando paso a paso. Primero, la capacidad de convivir y el reconocimiento mutuo. Luego vendrán la ruptura de muchos prejuicios recíprocos y el maravilloso descubrimiento de que aquellos a los que se consideraba enemigos pueden convertirse en amigos. Naturalmente, por decisión personal y voluntaria.