Tic, tac, Catalunya

No gana uno para cuentas atrás. 96 días para la inmunidad de rebaño que Sánchez nos va telegrafiando desde el lunes y 12 para que la carroza catalana se convierta en calabaza y haya que convocar nuevas elecciones. Tocarían, por cierto, en julio, como las de la CAV de hace un año, aunque en este caso, con un pelín más de fatiga pandémica y de urnas, porque las anteriores fueron hace justo tres meses, el 14 de febrero.

¡Ay, el procés, y nosotros, que lo quisimos tanto! Cada vez me siento más incapaz de disimular el hastío, especialmente, ante mis queridos amigos, los procesistas locales de salón, que encontraron allá al nordeste de la península lo que no tenían en casa y se hicieron devotos. Me da hasta pena preguntarles qué piensan de los sucesores del multienmarronado Pujol gritando ante la sede de Esquerra “¡Junqueras, traidor, púdrete en prisión!”. Cierto: ahora que lo pienso, era el partido de vuelta de aquellas 155 monedas de plata de Rufián que fueron las que obraron el milagro de la conversión de Puigdemont de piernas institucionalista en líder carismático del soberanismo fetén.

Todo muy bien, si no fuera porque el unionismo español que muerde el polvo una y otra vez cuando se llama a votar, se está escogorciando de la risa ante la bronca sin cuartel por la hegemonía del independentismo.

Todo sigue en el aire

Pues sí, es indiscutible. Se ha consumado el Efecto Illa: victoria en votos y empate en la cabeza en número de escaños, sumando 16 actas más de las cosechadas por el PSC en 2017. Merece ovación y vuelta al ruedo el casi hasta anteayer ministro de Sanidad del Reino de España. Otra cosa es que tan meritorios resultados le vayan a servir para mucho más que para ponerlo en su currículum o para haber pasado una dulce noche celebratoria. Y no hay que ir muy lejos para buscar el precedente. En las elecciones de hace tres años y dos meses, fue Inés Arrimadas la que bailó todas las congas del mundo como ganadora de aquella cita con las urnas al amparo del 155. Aquello no solo no le sirvió ni para oler de lejos el Palau de la Generalitat, sino que ha acabado en una de las bofetadas más tremendas que se recuerdan en aquellos lares.

Muy cierto: es altamente improbable que a un partido asentado como el PSC le aguarde un final similar. Pero el resto de la historia sí apunta a que va a ser la misma. Por más campeón que haya sido en el conteo de sufragios, ahora mismo tiene escasas probabilidades de convertir el éxito en un vale para presidir Catalunya. Se antoja altísimamente complicado que ERC, que en la subcompetición del soberanismo le ha ganado a Junts por los pelos, esté dispuesta a facilitar el gobierno de quien todavía se considera como uno de los responsables del mentado 155. Con los datos aún calientes, solo un monumental giro de los acontecimientos puede hacer que Illa sea otra cosa que líder de la oposición. Eso o, en el mejor de los casos, candidato en unas elecciones repetidas en julio.

Ahí viene la otra gran derivada. ¿Serán capaces ERC y Junts de superar su creciente e indisimulada inquina mutua? O, personalizando, ¿aceptará Carles Puigdemont que, aunque haya sido por un puñado de votos, las siglas que deben liderar un gobierno soberanista son las de ERC? ¿Qué condiciones le pondrá Junqueras? Todo eso, sin contar, que para la mayoría absoluta tendrán que granjearse a la CUP.

Dejo para el final lo que, pese a los titulares de fogueo que veamos, apenas pasa de lo anecdótico. De verdad, más allá de cierto retortijón, la abrupta entrada de Vox al Parlament no cambia demasiado el panorama. Todo lo que ha ocurrido es que ha habido un corrimiento a la requeteultraderecha en el unionismo más rancio. Si suman, verán que, en realidad, la tripleta de Colón tiene menos representación que en 2017. No pintarán nada en lo que sea que vaya a ocurrir, que ahora mismo sigue en el aire.

Y el ‘procés’ sigue ahí

Cuando he contado en mi entorno que esta noche haré la cobertura en directo de las elecciones catalanas en las webs del Grupo Noticias, he recibido miradas de compasión, higiénicas y cómplices palmaditas en la espalda y, sobre todo, pésames de choteo. Se ve que entre mis congéneres, incluyendo a los que comparten gremio conmigo y muchos que en sus día monitorizaron al segundo cada latido del llamado Procés, no se considera un plan nada atractivo el seguimiento de unos comicios que se nos han presentado —cuándo no— como decisivos del copón y medio. ¿Tal desinterés, es decir, apatía cósmica, se debe solo a que la pandemia relativiza todo lo demás? Diría yo que no. Me temo que tres años y pico después de los grandes fuegos artificiales que llevaron a nada entre dos platos, a setecientos kilómetros de Palafrullel, el asunto produce un mezcla de pereza y fastidio. No digamos ya en otros lares menos sensibles a las causas de las naciones sin estado.

Por lo demás, y yendo al meollo de lo que se ventila en las urnas, lo único de fuste reside en ver cuál de las dos formaciones soberanistas mayoritarias obtiene más representación. La cacareada victoria de Illa, si es que se consuma, puede ser tan inútil como la de Arrimadas en diciembre de 2017. Esto vuelve a ir, como entonces, de Junqueras o Puigdemont… aunque no sean sus nombres los que encabezan las planchas.

21-D, un año

21-D, hace un año también estuve ahí. Recuerdo la interminable caravana desde el aeropuerto del Prat a los estudios de RAC-1 en la Diagonal de Barcelona. El atasco no tenía nada que ver con las elecciones a todo o nada que se celebraban en un territorio intervenido por designio del en aquellas fechas presidente español, Mariano Rajoy, con el apoyo de PSOE —oh, sí— y Ciudadanos. Era lo habitual cualquier día laborable del año a partir de las cinco de la tarde. De hecho, si no fuera por la propaganda que lucían las farolas y las marquesinas de autobús, nada hacía sospechar que a esas horas las urnas recibían unos votos supuestamente decisivos para el futuro de un país que, según se decía y se sigue diciendo, estaba partido en dos.

Tampoco olvido el comienzo del programa especial de Onda Vasca, con una encuesta a pie de urna que, además de vaticinar la pérdida de la mayoría soberanista, señalaba a la Esquerra del ya encarcelado Junqueras como primera fuerza, superando de largo a Junts per Catalunya, la lista del expatriado Puigdemont. Con esos datos, me provoca sonrojo evocar los comentarios de los sabios analistas (incluyendo los míos) y de los portavoces en las sedes de los diferentes partidos. Luego, el recuento real hizo virar los discursos. El independentismo retenía la mayoría absoluta, pero JxC le tomaba la delantera a ERC, con la guinda insospechada de que el (inútil) ganador de los comicios era Ciudadanos.

No negaré que desde entonces hasta hoy han ocurrido unas cuantas cosas, pero buena parte de lo fundamental —cárcel, exilio, procesos judiciales, imposibilidad de encontrar una salida— se mantiene.

Procés, punto seguido

Grandiosas noticias. Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, líderes de los otrora bastiones del bipartidismo español —actualmente, tercera y cuarta fuerza, según Metroscopia—, se fotografían a las puertas de Moncloa con un palo y una zanahoria. Dicen que por ahora levantan la bota del 155, pero que al primer mal gesto de los perversos soberanistas, les vuelven a calzar el cepo, menudos son ellos. Y por si las moscas, pactan que en el ínterin controlarán las cuentas de la taifa traidora. Desde la pradera de San Isidro y junto a Begoña Villacís vestida de chulapa (se lo juro), el figurín figurón Rivera hace como que echa las muelas y aboga por “extender un 155 duro” para que los disolventes con mayoría en el Parlament se enteren de lo que vale un peine.

En otra viñeta del (tragi)cómic, el recién investido president (gracias a la abstención de la CUP, no lo olvidemos) peregrina a Berlín para que no quepan dudas sobre su obediencia al hombre que lo señaló como portador interino de la vara de mando. Qué papelón para los amigos del Procés, incluyendo los que habitamos en este trocito del mapa entre el Cantábrico y el Ebro, tener que contemporizar con la infame bibliografía presentada por Quim Torra.

Alguien con más capacidad de análisis que servidor quizá tenga a bien explicarme el porqué de semejante elección. Y ya puestos, sería magnífico conocer el motivo de la feroz defensa del personaje por parte de quienes se pasan la vida señalando xenófobos y racistas por doquier. Claro que si hay algo por lo que pagaría a gusto es por los pensamientos íntimos, allá en su lejana celda de Estremera, de Oriol Junqueras.