El TAV de nunca acabar

No sé si es un triunfo o una derrota de la política, pero desde hace mucho tiempo, al ciudadano corriente y moliente de los tres territorios de la CAV la mayoría de las informaciones sobre el tren de Alta Velocidad le entran por un oído y le salen por el otro. Y creo que es algo humanamente comprensible. Ni con la mejor de las disposiciones es posible hacerse una idea cabal del auténtico minuto de juego y resultado de una matraca que comenzó hace varios lustros. Haciendo precio de amigo, podemos borrar los cansinos prolegómenos de la década de los 90 del siglo pasado, y establecer el arranque del embrollo en 2006 que fue, como recordó el lehendakari el otro día, cuando el gobierno español de Rodríguez Zapatero aceptó el inicio de las obras de la Y vasca a cambio (cómo no) del apoyo del PNV a los Presupuestos Generales del Estado.

Desde entonces se han sucedido mil y un anuncios sobre la fecha final de la llegada del ansiado (u odiado) tren y las formas en que iba a resolverse la entrada en las tres capitales. Da igual con ejecutivos del PP o del PSOE, los plazos se han ido ampliando casi pornográficamente y las soluciones técnicas han sufrido variaciones sin cuento. Lo último, que seguramente será lo penúltimo o quizá lo antepenúltimo, es que, de cara a la entrada en Bilbao, se construirá un apeadero provisional en Basauri. Lo anunció, sin que los alcaldes implicados supieran nada, el consejero socialista Iñaki Arriola tras un encuentro con la ministra española de Transportes Raquel Sánchez. Fue una deslealtad de aquí a Lima, pero el lehendakari, con buen criterio, le quitó hierro. Como París, el TAV bien vale una misa.

Podemos es la oposición

Es un hecho constatado cien veces que la triderecha PP-Vox-Ciudadanos no le hace ni cosquillas a Pedro Sánchez. Al contrario, cada vez que montan el número en el Congreso juntos o por separado, lo único que consiguen, además de hacer un ridículo sideral y provocar vergüenza ajena por arrobas, es engrandecer al inquilino de Moncloa. Ahí y así me las den todas, pensará el presidente que tiene como objetivo único seguir siendo lo que es a la mañana siguiente.

La torpeza del tridente diestro no es su problema. Su motivo de preocupación viene —¡oh, paradoja!— de su socio en los bancos azules. Ahora mismo la única y verdadera oposición de Sánchez está en su propio gobierno. Y qué oposición, oigan, que no se queda en zancadillas corrientes de las que se esperan en cualquier ejecutivo compartido, sino que llega a las puñaladas por la espalda con charrasca de nueve pulgadas, como acabamos de ver con la autoenmienda de Podemos a los presupuestos en compañía de ERC y Bildu, siempre prestos al enredo. Y ya no solo por su presentación. En el instante en el que escribo, una Secretaria de Estado —Ione Belarra, fiel escudera del vicepresidente Iglesias— sigue sin haber pedido disculpas a la ministra Margarita Robles por haberle llamado “favorita de los poderes que quieren que gobierne Vox”. Esto promete.

Pactad, pactad, benditos

“Creo que estoy dando una noticia”, se adornó Arnaldo Otegi, después de adelantar en la radio pública vasca —el medio es el mensaje, decía el clásico— que la formación que lidera está muy por la labor de aprobarle los presupuestos al gobierno español. En efecto, el de Elgoibar, que no es nuevo, sabía de sobra el mondongo que acababa de lanzar a la pista de baile. Un gol en Las Gaunas en toda regla, con el ultramonte y la vieja guardia del mismísimo PSOE encabritados, los aspirantes a bisagra naranja con un palmo de narices y, para qué vamos a negarlo, el llamado nacionalismo moderado decidiendo si flipa en tecnicolor, la coge llorona o se descuajeringa de la risa al ver cómo los otrora irredentos se dejan acariciar el lomo pactista por los barandas del estado (ya no tan) opresor. Y casi gratis total, oigan.

Siempre queda, claro, la solución de compromiso, que es aguantarse la carcajada y afirmar como si lo creyéramos de veras que es una gran noticia que la política se normalice y entren al cambalache de cromos, digo al juego democrático, quienes daban lecciones de integridad y juraban que no beberían el agua del pozo de la sumisión. Tiremos, pues, de cinismo solo disimulado a medias y aguardemos al próximo capítulo de la tragicomedia. ¿El apoyo a las partidas para el Tren de Alta Velocidad? Quizá.

La segunda en la frente

El PSOE de Sánchez tiene la extraordinaria habilidad de vender la torre Eiffel o el desierto del Gobi al mismo pardillo varias veces. Cabría la crítica acerada al timador, y de algún modo esta columna pretende algo de eso, pero lo cierto es que, como sostiene el adagio, a partir de la segunda ocasión en que te la meten doblada la culpa es tuya. Es lo que les ha vuelto a ocurrir a EH Bildu y sus jaleadores en medios y redes. Uno no olvida el bullicio ante la promesa arrancada al partido que gobierna en España de promover la derogación de la Reforma Laboral del PP a cambio de dejar pasar una de las prórrogas del estado de alarma. Pasando por alto que la cuestión estaba más que comprometida en el pacto con Unidas Podemos, ni dos horas tardó Ferraz en salir a matizar que lo firmado era un bueno, ya si eso, se verá lo que se hace.

Ante la trapacería, Otegi mandó poner dientes, tiró del manido y mil veces desmentido latinajo Pacta sunt servanda y, en fin, arreó patada a seguir. Unas semanas después de aquello, la claque de la multicoalición aplaudió a rabiar que el grupo socialista hubiera votado a favor de la tal derogación en ese brindis al sol llamado Comisión para La Reconstrucción. Seguían los vítores cuando el partido de Sánchez trampeó una nueva votación y cambió el sí por el no. Sin ruborizarse

Pactos a mil bandas

Habrá que reconocer a Pedro Sánchez, o sea, a sus negociadores, es decir, al zar Ivan Redondo, su excelsa genialidad en el billar político a las bandas que hagan falta. De prórroga en prórroga, los artistas del alambre monclovitas han ido superándose y saliendo siempre victoriosos en escenarios cada vez más complicados. La que se vota hoy, que es la sexta y juran que última, va a salir adelante con el respaldo, ya sea en forma de sí a la llana o de abstención afirmativa, de Ciudadanos, ERC, PNV y —supongo— EH Bildu.

Vive Dios que es una extraña macedonia de siglas, aunque lo verdaderamente prodigioso no es que fuerzas tan diversas coincidan en el mismo objetivo, sino que cada una ellas vaya dando a entender que se ha llevado al huerto al PSOE. Eso, incluso cuando al atender una a una las explicaciones de lo pactado, resulte que se han firmado cuestiones abiertamente contradictorias. Así, tenemos a los naranjas presumiendo de una última fase del estado de alarma ejecutada desde Madrid y, naturalmente, a las otras formaciones asegurando que por fin las decisiones se tomarán en cada territorio

¿Cuál es la verdad? Creo que ninguna. Si algo ha demostrado Sánchez desde la moción de censura de hace dos años es su capacidad de prometer lo que sea para luego incumplirlo sin mayores efectos adversos.

Truco o trato

La sublimación del arte del timo se alcanza cuando el timado festeja la estafa de la que ha sido objeto. Puede ocurrir esto porque el primo se la haya comido con patatas, porque quiera evitar a toda costa aparecer como el pardillo que ha sido o, en una versión más rebuscada, porque todo haya sido una componenda de dos pillos y los auténticos timados sean otros.

¿Qué es lo que ha ocurrido en el presunto trile de Sánchez a EH Bildu ofreciendo una derogación total e inmediata de la Reforma Laboral para, acto seguido, aclarar que ni será total ni inmediata? Hombre, de entrada, llama la atención que se compre lo que ya está vendido ni se sabe las veces. Tanto en la moción de censura contra Rajoy como en la segunda investidura de Sánchez y todo el tiempo intermedio, la derogación ha sido una promesa tan cacareada como incumplida. Poco sentido tiene hacer de ella materia de un pomposo pacto, salvo que el supuesto contenido sea solo una excusa para poner en el mismo papel las firmas de PSOE, Unidas Podemos y EH Bildu, y allá películas con si se lleva a la práctica o no algo que, en todo caso, se sabe que no se puede hacer de la noche a la mañana. Doy fe de que no soy el único que apuesta por esta posibilidad que, de ser la real, implicaría que nos disponemos a vivir tiempos (todavía) más interesantes.

Diario del covid-19 (28)

78 personas muertas con coronavirus en 24 horas en los cuatro territorios del sur de Euskal Herria. Sí, con el porcentaje más bajo de positivos desde el comienzo de la pandemia, con un crecimiento notable de las curaciones y con los hospitales liberando camas a un buen ritmo. Lo que quieran: sigue siendo una cifra demoledora, inaceptable, inasumible, que bajo ningún concepto deberíamos normalizar ni relativizar a base de edulcorantes estadísticos. Mucho menos, si como sospechamos cada vez con más indicios —y no exactamente porque haya mala intención de las autoridades—, la cifra real de defunciones es mayor porque una parte importante escapan al recuento oficial.

Les doy mi palabra de que no pretendo que cunda el desánimo, que bastantes circunstancias se nos juntan ya para hacernos el camino cuesta arriba. Creo, sin embargo, que debemos conjurarnos para no perder la dimensión de la tragedia, que es global, por el tremendo número de víctimas, pero también individual porque, como no nos cansaremos de señalar, detrás de los datos hay personas; las que se van y las que se quedan destrozadas por el dolor. Me parece oportuno que lo tengamos claro los ciudadanos, pero también nuestros representantes políticos. Por supuesto que hace falta un pacto, pero transparente y sin trampas. ¿Es pedir demasiado?