Urkullu, no; Chivite, sí

Celebro, no saben ustedes cuánto, el preacuerdo para aprobar los presupuestos de Nafarroa que han alcanzado el Gobierno de María Chivite y EH Bildu. Por la parte maliciosa, por la bilis que —imagino con delectación— empezarán a supurar las huestes cavernarias en cuanto sepan de la noticia. Confirmarán con los ojos fuera de las órbitas y expeliendo espumarajos por las fauces que Sánchez ha vendido la sacrosanta Comunidad foral a la ETA, así, con artículo, que es como les gusta pronunciar el nombre de su bicha favorita.

Será divertido. Pero más allá de eso, el pacto también me provoca una sonrisa socarrona al pensar que las cuentas que va a apoyar la coalición soberanista —la llamo así porque un día puse abertzale y me lo afearon algunos integrantes de la formación— no creo que sean muy diferentes de las que desdeñó con cajas destempladas en la demarcación autonómica. Y sí, ya se conoce uno la película del relato y los adornos sobre los compromisos megamaxisociales que se dirá que se le ha arrancado a la contraparte. Pero no me cuela. O sea, me cuela en la misma medida que hice como que me tragué las aleyuyas de Podemos en la CAV, pretendiendo que gracias a ellos, los presupuestos son requetefeministas, requeteverdes y me llevo una.

Allá cada cual con los autoengaños al solitario y, sobre todo, con lo que se vende a la parroquia. Bienvenidos los pactos, que no dejan de ser males menores porque a la fuerza ahorcan o estrategias del rato que toca. Como digo más arriba, este en concreto lo aplaudo, como aplaudí la abstención con sabor a sí en la investidura de Sánchez. Lo que no se me escapa es el contraste.

Un dilema soberano

¿Facilitar o no facilitar la investidura de un gobierno con Pedro Sánchez como presidente y Pablo Iglesias como vicepresidente? He ahí el dilema del soberanismo catalán que —dejémonos de bobadas— es quien tiene los votos necesarios, incluso en forma de abstención, para que el pacto de los Picapiedra pase del par de folios con la firma de los susodichos a la realidad. Fíjense que lo que tras el 28 de abril parecía empresa factible ahora se ha puesto muy cuesta arriba. Y no será porque no se advirtió hasta la náusea durante el flirteo impostado del verano de que tras la sentencia del Procés el asunto se tornaría endiablado.

Por si eso no hubiera sido suficiente por sí solo, el Sánchez de la campaña electoral prometiendo trullo para los convocantes de referendos o presumiendo de que a un chasquido de sus dedos la fiscalía traería a Puigdemont engrillado ha elevado el precio del trato. Como poco, cabría exigir que el aspirante a dejar de estar en funciones se retractara de sus bravatas. No parece que vaya a ocurrir y aunque así fuera, tampoco se puede asegurar que serviría de algo cuando llevamos cuatro semanas de bronca sin tregua en las calles.

Ahí es donde Esquerra tiene que tomar aire y andar con pies de plomo. Será muy complicado explicar a los que llevan en el costillar una buena colección de porrazos que se va a permitir un ejecutivo liderado por el que ordenó a los uniformados actuar sin miramientos. Ya hemos visto a Rufián tratado de traidor y abandonando con la testuz gacha una movilización a la que acudió pensando que lo pasearían a hombros. No va a ser nada sencillo escoger entre lo malo y lo peor.

Pactilandia

Felicitemos al equipo de guionistas de este enredo de acuerdos, desacuerdos y contracuerdos a que estamos asistiendo. Fíjense que yo no daba un duro por el serial, pero aquí y ahora reconozco humildemente que, como elaborador de espacios informativos y moderador de tertulias, todos los días he tenido alpiste nuevo que echar al personal. Y da lo mismo el ámbito del que hablemos. Si no era el embrollo de Irun, eran las mil y una abracadabras de la cuestion-de-estado de la demarcación foral, el gamberrismo dinamitero de Vox, los esfuerzos de PP y Ciudadanos para que no parezca que están de hinojos ante Abascal o la reiteración de Iglesias en la solicitud de un ministerio o, ya si eso, una subsecretaría. Para nota, claro, la actuación a favor de corriente del PSOE, con Ábalos, el de la voz cavernosa, sacando el matasuegras del adelanto electoral unas horas antes de que saliera su compañera Adriana Lastra con la milonga del “gobierno de cooperación” para que las hordas opinativas tuvieran con qué entregarse a su consuetudinario onanismo mental.

Y más allá de la pirotecnia, los hechos contantes y sonantes. En la aburrida CAV, el pacto previsto, con margen a alguna liebre saltarina pasado mañana en la constitución de ayuntamientos. En Navarra, todo abierto todavía, no diré que no, pero con Maya volviendo casi con seguridad a la alcaldía de la capital. En una parte regular de la hispanitud, triderecha pura y dura, más o menos disfrazada, a falta, quizá, de alguna extravagancia. Todo ello, como anticipo de un gobierno de Sánchez en España a lomos de una aritmética que a la hora en que tecleo no soy capaz de prever.

Vox ya ha hervido

Persisto en la inconsciencia de la que les hice partícipes aquí mismo. Por más que lo intento, el ya rubricado apaño de las derechas unas y trinas para arrebatarle al PSOE el momio andaluz no me produce el espanto reglamentario. Tampoco les diré exactamente que me divierte el asunto, pero sí que asisto al fenómeno deglutiendo palomitas metafóricas a dos carrillos. Mejor eso que chuparme el dedo o simularlo, como compruebo que están haciendo con gesto de escándalo pésimamente impostado los guardianes de la pulcritud moral. Hasta el caradura Abascal tiene dicho que nada le viene mejor a su causa que estar desayuno, comida y cena en los picos de los cacareadores mayores del reino. De hecho, si hay algo que me sorprende y hasta me rebela, es tener la certidumbre de que nueve de cada diez sobreactuaciones sobre Vox son actos tan propagandísticos como los del chaval de Amurrio y su tropa. Retroalimentación se llama la vaina.

Por lo demás, quede aquí mi descoyunte más estentóreo ante el rostro de alabastro que le han echado al psicodrama los llamados barones del PP. Qué dignos y cluecos andaban por la mañana lanzando esputos al por mayor contra el partiduelo que antes de ponerse el sol terminó siendo su socio, sostén y palafrenero de lujo para arrebatar a Susana Díaz el sultanato del sur. Es ahora, con el pacto ya convertido en hecho, cuando procedería volver a escuchar al aguerrido Alfonso Alonso diciendo que a Vox le falta un hervor. Qué desahogo, por cierto, salir por esa petenera cuando, como recordaba Iker Merodio en Twitter, se preside un partido que acaba de fichar a la fascista de manual Yolanda Couceiro.

Apenas el pataleo

Es gracioso a la par que revelador que ahora mismo la posibilidad más real —se diría que la única— de evitar el gobierno de las tres marcas de la derecha en Andalucía sea que ellas mismas no se pongan de acuerdo. Desde luego, en los escarceos iniciales del trapicheo, por ahí apuntan. Resulta despiporrante el fulanismo que gastan PP y Ciudadanos, propugnándose para la presidencia de la cosa, cuando se supone que están inmersos en una santa misión que busca el desalojo de la malvada izquierdona (ejem) corrupta del palacio de San Telmo. Una vez más, los supuestamente nuevos, que son también los más esencialistas y menos acomplejados, demuestran ser los más listos de la tripleta. A ellos les da igual que la locomotora del tren cavernario sea azul o naranja. Apoyarán cualquiera de las opciones.

Y a los otros dos actores del psicodrama, los que han palmado y no suman ni para una barbacoa, no les queda otra que aguardar el desenlace de la parada nupcial de sus rivales comiéndose los nudillos. Por si acaso, las trituradoras de papel y los programas de borrado de discos duros funcionan a pleno pulmón en cada sede, subsede y tugurio gubernamental desde Ayamonte al Cabo de Gata. El único consuelo es darse a un pataleo infantiloide basado en el insulto al mismo pueblo al que en los ratos buenos se le llama soberano, rumboso y molón. Como acompañamiento de todo, las terminales mediáticas de la ortodoxia progresí se engolfan con mil y un reportajes especiales sobre Vox y la madre que le parió al mendrugo de Abascal. Son muy fachas, pero parece que dan audiencia a mogollón. Luego preguntarán quién alimenta al monstruo

Negociando… o así

Sigo con media sonrisa picaruela los tira y aflojas de plexiglás de la negociación presupuestaria en la demarcación autonómica. Si les parece una postura demasiado cínica, puedo empinar el mentón y cacarear con voz hueca que los presupuestos son la ley fundamental de cada legislatura y marcan el sesgo ideológico y que bla, bla, bla y requeteblá. Ya les tengo dicho, porque esta vaina se repite cada año y en varias instituciones, que la cosa no es tan grave como se pretende en los discursos prefabricados. No lo es como norma general, y no lo es en particular en esta ocasión para los tres territorios, con unos ingresos más que razonables y una política económica que va más allá de estos o aquellos números concretos. Otra cosa serán las cuentas en España, donde la prórroga sí parece que aboca al sálvese quien pueda a base de decreto y tentetieso, pero de eso les hablo otro día.

¿Da usted por hecho entonces, señor columnero, que habrá prórroga en la CAV? Sigo intuyendo que sí, pero debo confesar mi sorpresa porque estaba convencido de que el teatrillo negociador iba a haber echado el telón muchísimo antes. Calculaba ya que para estas fechas EH Bildu se habría borrado de la función, como lo han hecho sin ápice de originalidad PP y Elkarrekin Podemos. Tengo grabadas unas palabras de Otegi en la entrevista que le hice en Onda Vasca: “Lo fácil para nosotros era decir que son unos presupuestos neoliberales y presentar enmienda a la totalidad”. Aparte de haber desvelado indirectamente la vieja (y quizá futura) estrategia, es justo reconocer que hasta hoy la coalición soberanista da la impresión de estar intentándolo.

El dilema del 155

Siempre he sostenido, y cada vez lo hago con más hechos probatorios a mi favor, que ninguna buena acción queda sin castigo. Las mejores intenciones, además de alicatar hasta el techo el infierno, suelen conducir impepinablemente a la melancolía y el desconcierto. Algo, vamos, como lo que debe de reinar en Sabin Etxea en estos minutos en que ni cenamos ni se muere padre. O sea, en que no decae el 155 mientras avanza inexorable el reloj hacia el instante en que deben votarse los presupuestos generales del Estado.

A 24 horas del momento de la verdad, el PNV está entre la espada de su propia promesa y la pared de un acuerdo que considera muy positivo, y que objetivamente lo es. Hace solo una semana, parecía que los astros se habían conjurado para servir una de miel sobre hojuelas. El 155 se extinguía naturalmente justo antes de apretar los cinco botones verdes en el Congreso de los Diputados. Pero en esas llegó Torra, es decir, Puigdemont, y mandó parar. De un modo, además, al que resulta peliagudo ponerle peros. ¿Cómo dar la impresión de que se apoya la conculcación de derechos de los designados consellers estando presos o fugados? Jodida está la cosa, incluso aunque en el fuero interno se sepa que la vaina no va de dignidad sino de estrategia política y que la coherencia y los principios debieron demostrarse, por ejemplo, no participando en unas elecciones impuestas.

¿Cómo se sale de esta? Abogo por hacer de la necesidad virtud. Personalmente, votaría no a los presupuestos. Se mantiene la palabra y se queda liberado de ese acuerdo sobre las pensiones que, por lo visto (ejem), tanto ha disgustado.