Y a pesar de todo

Parece que al final no fue para tanto. Nadie que votara el domingo puede decir que se expusiera a un peligro mayor que entrar al súper —no pongo el ejemplo del vermú, que los guardianes de lo correcto me crujen— a comprar un paquete de macarrones. Pena de desmemoria impetuosa, muy pronto habremos olvidado los quintales de guano en que estuvieron envueltas nuestras primeras (y espero que últimas) elecciones de la pandemia. Al punto de que los campeones galácticos de la democracia hicieron todo lo posible primero por impedirlas, y después, por propagar el pánico para que la gente menos militante se quedara en casa. Eso último, para nuestra pena y nuestra vergüenza, lo consiguieron.

Se diría incluso que a alguna de las banderías que jugó tal baza le salió bien la vaina. O, bueno, medio bien, que aunque últimamente se haya convertido en moda celebrar los meritorios subcampeonatos, el algodón no engaña. Todavía, 100.000 votos de diferencia, con la peste, Zaldibar, Osakidetza, De Miguel, la muerte de Manolete y lo que te rondaré, moreno. Yo sí me acuerdo de cuando la hegemonía era pan comido en 2014. Eso, sin pasar por alto las paradojas o quizá las parajodas de las urnas. De qué te vale un resultado extraordinario si enfrente hay, salvo chaladura inmensa, una mayoría absoluta que te hace prescindible.

Diario del covid-19 (50)

Francamente, no esperaba que los campeones siderales de loas a la soberanía popular fueran a retratarse como los más refractarios del lugar a la colocación de urnas. Como ya anoté aquí, resulta particularmente insultante, amén de autodefinitoria, la soplagaitez esa de que la sociedad vasca no está para elecciones. Cualquiera que se haya dado un rule ayer mismo por nuestras calles en la fase cero coma pico habrá comprobado que, sin ser el de antes de la pandemia, el paisaje ya no tiene nada que ver con el páramo del confinamiento. Vuelve a haber vida. Más incluso de la que el cenizo que teclea cree que sería razonable para un momento en el que el virus todavía no ha hecho las maletas.

Parece, por lo tanto, que no es descabellado pensar que el 12 de julio, dentro de casi dos meses, la situación vaya a ser mejor. Y si resultara que no, hay tiempo para plegar velas y esperar un momento más propicio. Puro sentido común. Por eso se antoja tan incomprensible que la cojan llorona y bronquista las formaciones políticas que, por lo demás, no tienen nada que perder de la convocatoria electoral. Al contrario: se la juegan los que llevan la manija de la gestión de una crisis endiablada donde casi todo el monte es orégano para hacer oposición de pimpampum calcadita, oh sí, de esa tan pintoresca allende Pancorbo.

Justicia de ayer… y hoy

Conforme a lo previsto, los iluminados jurídicos de guardia cacarean que la anulación de la sentencia contra Juan María Atutxa, Gorka Knörr y Kontxi Bilbao es la prueba del funcionamiento del Estado de Derecho a pleno pulmón. No faltan los tocaentrepiernas que añaden que la decisión del Supremo no implica la inocencia de los arrastrados por el fango y ahora compensados con una palmadita en la espalda. Y como colofón, algún que otro memo con balcones a la calle tuitea que el perjuicio tampoco fue para tanto y que vaya ganas de exagerar por una inhabilitación de nada. Pena que al fulano en cuestión no le caiga mañana mismo una persecución judicial por tierra, mar y aire de la que tenga que defenderse con sus propios medios y que no pueda quitarse de encima hasta pasados tres lustros.

Todo eso, para más tristeza, rascado entre el ínfimo eco que la noticia ha tenido en lo que Xabier Arzalluz llamaba “allende Pancorbo”. En la hora de lo que debía ser la restitución de su honor, se han secado aquellos ríos de tinta y babas tóxicas que corrieron en el fragor del acoso y derribo de los tres miembros de la Mesa del Parlamento Vasco que hicieron lo que les dictaba su deber y su conciencia. Bien es cierto que a estas alturas no nos sorprende en absoluto la sordina incluso de los medios que pasan por la releche de la progritud. El asunto que se dilucidaba no es un vestigio del pasado remoto. En este preciso instante, la Brunete togada española tiene su artillería desplegada contra otra institución, el Parlament de Catalunya, que defiende su derecho, no ya a legislar, sino simplemente a debatir. La Historia se repite.

Estatus interruptus

Cuando despertó, la ponencia sobre el nuevo estatus todavía estaba allí. Y al paso que va el triciclo, empiezo a sospechar que este comienzo de columna tan escasamente original —está muy visto lo del dinosaurio de Monterroso— seguirá vigente. El penúltimo aplazamiento ha sido hasta noviembre. Que lo están peinando, dice la comisión de expertos, peculiar grupo formado por especialistas que se lo toman en serio, alguien que, según me chivan por el pinganillo, no sabe por dónde le da el aire y un sputnik convocado para el troleo descarado. Todos, ¡ay!, con sigla adosada a la solapa, lo que seguramente es muy democrático pero poco práctico. No me miren así. Se supone que el contenido de la cosa lo deciden los políticos de acuerdo a su representación. La tarea del sanedrín debería ser dar forma jurídica a la cosa, independientemente de la fe partidista que profesen.

¿Y cómo de grave es el enésimo retraso? Ríñanme, pero les diré que entre casi nada y nada. Si lo fuera, al anuncio de la de la demora le habría seguido una bronca de pantalón largo en la calle. Mejor que nos quitemos la venda: salvo un selecto grupo de muy cafeteros, prácticamente nadie está al corriente de que en el Parlamento Vasco se trabaja en la futura arquitectura institucional de la demarcación autonómica. Es verdad que tampoco he preguntado uno a uno a los avecindados en los tres territorios, pero algo me dice que la cuestión ahora mismo no está entre sus preocupaciones más perentorias. Intuyo de igual modo, o sea, a ojo, que habría una amplia mayoría partidaria de profundizar en el autogobierno, pero que no tiene una enorme prisa. Continuará.

Bendita modorra

¡Ay, esos esfuerzos baldíos que conducen a la melancolía! Miren que nos empeñamos los del gremio plumífero en echarle épica con sifón a la cosa, pero ni por esas. ¿A quién pretendíamos engañar con lo del pleno de política general más importante de los últimos años en el Parlamento vasco? Que sí, que vale, que ecuador de la legislatura, elecciones forales, municipales y europeas a la vista, nuevo estatus cociéndose a fuego lento, presupuestos con olor a prórroga que es un primor, y lo que te rondaré, moreno, pero de un tiempo a esta parte, la política del terruño se ha instalado entre la placidez y la calma chicha a la que no estábamos acostumbrados. ¡Y que dure!, hemos de pedir, si de verdad conservamos memoria de aquella crispación que nos atizábamos no hace tanto desyuno, comida, merienda y cena.

De momento, y hasta nueva orden, bendita modorra y bendita previsibilidad del Gobierno, que incluso el lehendakari mentó, entre la retranca y la confesión de parte, en un discurso que contuvo exactamente las sorpresas con las que contábamos: cero. En justa correspondencia, los portavoces de los grupos —y especialmente, los de la oposición— cumplieron hasta la última coma con un guion que, en algún caso, llegó a la autoparodia, cuando no a la antología de la vergüenza ajena. Cómo decirles, cómo contarles, que la cámara, sin necesidad de ser un Templo, no puede parecer tampoco un aula de segundo de BUP.

Y lo demás lo tienen en los titulares, cada cual, incluidos los nuestros, arrimando el ascua a la sardina propia y dopados con hormona del crecimiento, a ver si hay suertecilla y el común de los mortales supera la indecible pereza que le provoca la cuestión.

Pactar (o no) con el PP

De esas cosas que pasan de puntillas por la actualidad porque el foco está puesto en otro sitio. O, bueno, porque hay ciertos asuntos sobre los que es mejor no dar cuartos al pregonero. Hace unos días, EH Bildu y Elkarrekin Podemos sumaron sus votos a los del PP para colocar a Larraitz Ugarte como presidenta de la comisión que investigará en el Parlamento vasco posibles irregularidades en los contratos de los comedores escolares. No mucho después, Elkarrekin Podemos se unió a PSE y PP —esta vez sin conseguir mayoría— para votar en contra de la iniciativa de EH Bildu secundada por el PNV que exige que España respete en su totalidad el nuevo estatuto que se está elaborando en la cámara.

Se puede tomar, al primer bote, como muestra de la rica pluralidad de nuestra política: formaciones que se alían en función de unos objetivos (se supone que) perfectamente legítimos. Todos con todos contra todos. Parlamentarismo maduro funcionando a pleno pulmón. Y sí, como ven, que tire la primera piedra el que esté libre del tremebundo pecado de pactar con el malvado PP del 155, la corrupción hedionda, los mandobles a la libertad de expresión, el chuleo sistemático a los pensionistas o todo lo que no cabe en esta modesta columna.

La moraleja, creo que me pillan, es que en materia de vetos y cordones sanitarios se aplica lo de los principios de Groucho Marx. Vamos, que viene a ser como lo de predicar y dar trigo, lo de la viga y la paja o de la mano derecha y la mano izquierda. Procedería, por tanto, que los campeones de la moralidad bajaran una gota el tono conminatorio y reprobatorio ante ya saben ustedes qué.

‘Plan Urkullu’

Les va la marcha a los papeles volanderos del ultramonte hispanistaní. Hay que tener muy sucia la mente para ver en la propuesta que el PNV ha presentado en la ponencia de autogobierno del Parlamento vasco una hoja de ruta a la catalana. Plan Urkullu lo han bautizado, no les digo más, y hablan de secesiones para pasado mañana. Por fortuna, ya tenemos la mili hecha en estas garitas de la exageración y el exabrupto, así que hasta resulta divertido contemplar el espectáculo de la fachunda anunciando un apocalipsis que solo está en sus calenturientas cabezas. Viven de la bronca, especialmente de la territorial y/o identitaria, y por eso ceban cada gorrinillo que les sale al paso.

Pues aquí van dados los histéricos cavernarios del foro y, con ellos, los restos de serie del PP local que se han amorrado al pilo —no le pega nada el papelón, señor Sémper— de independencias y autodeterminaciones imaginarias. “Ya quisiéramos”, estarán pensando muchos lectores a los que les encantaría romper mañana mismo y por las bravas con España, pero el documento jelzale no va por ahí. Es más, ni siquiera se acerca a tal planteamiento la propuesta de EH Bildu, caracterizada por un posibilismo de la talla XXL, impensable hace solo un par de semanas. ¿Que se habla de capacidad de decisión, de profundización del autogobierno y de blindaje de las herramientas propias? Nos ha jodido mayo, solo faltaría que se renunciara a lo básico.

Es ahí donde les duele a los pescadores de río revuelto. Esperaban una subida al monte y tienen unas propuestas muy razonables con el respaldo de tres cuartas partes del parlamento. Eso da miedo.