Y ahora, a por Duque

No todo el mundo ha nacido para la política. Y menos, para formar parte de un gobierno a la numantina, sometido por tierra, mar y aire a un cerco inmisericorde, donde vale igual como munición la mentira que la verdad entera o a medias. Pregúntenle al ministro Pedro Duque, el cuarto negrito del Gabinete Sánchez (o quinto, si contamos al propio presidente) en ser convertido en pimpampum desde la inopinada llegada a Moncloa hace algo más de tres meses.

El trago que pasó ayer el titular de Ciencia, Innovación y Universidades explicando su presunto chanchullete inmobiliario fue del nueve largo. Nada que ver con las comparecencias de chúpame la punta que estamos acostumbrados a ver en la inmensa mayoría de los últimos pillados con el carrito del helado. Allá donde los anteriores enmarronados se engallaban o montaban el numerito del ofendido, Duque solo fue capaz de sudar la gota gorda, temblando como una gelatina, aferrado a un endeble argumentario que repetía como una letanía ante unos miembros de mi oficio que olieron el miedo y se cebaron con la puya.

Confieso que me faltan datos y conocimiento de leyes para discernir el tamaño del renuncio. Intuitivamente, diría que hizo exactamente lo que la mayoría de los mortales que se hubieran encontrado en sus circunstancias. De boquilla, todos somos muy dignos. ¿Debe dimitir por eso? Ateniéndonos al altísimo nivel ético cacareado por Sánchez, seguramente sí. Y aquí es donde surge otra vez la tremenda paradoja, porque en nombre de una limpieza moral que en el bando de los acosadores ni está ni se la espera, los ciudadanos perderíamos un gestor de lo público muy solvente.

Casi impecable

Vaya, un tanto anticlimático lo de Maxim Huerta en Cultura, cuando la progresión de los anuncios parecía prometer, como poco, a Antonio Banderas o, qué sé yo, a Iniesta. Y más en serio, bajón con interrogante respecto a la elección de Grande-Marlaska para Interior. La bibliografía que tiene presentada el superjuez en lo que nos toca más de cerca no invita a albergar grandes esperanzas respecto a esos cuatro asuntillos —o sea, asuntazos— que tenemos pendientes por aquí arriba. Claro que pasan de media docena las ocasiones en que hemos comprobado que los hechos más audaces han tenido los protagonistas menos esperados. Veremos. Es decir, ojalá veamos.

Por lo demás, comentario puntilloso arriba o abajo sobre Borrell o sobre la ministra Montero, tan poco amiga de Concierto y Convenio, no tengo el menor empacho en reconocer que es el mejor gobierno español que soy capaz de recordar. Y recuerdo todos, ojo, que empecé con pantalón corto a chutarme en vena la farlopa politiquera. Ni de lejos podía imaginar una composición así, y solo puedo quitarme el cráneo ante quienes se la han sacado de la sobaquera en tiempo récord. Toma y vuelve a tomar con el Gobierno Frankenstein.

En la cita anterior es donde nos encontramos con un PP en pánico y con Albert Rivera al borde del llanto incontrolable. Él, que ya tocaba con la yema de los dedos el pelo monclovita, se ha quedado con el molde y, de propina, con la angustia de pensar que a lo peor se queda para vestir santos. En cuanto a Pablo Iglesias, también cabe imaginarlo rascándose la cabeza y barruntando lo que casi todos, que aquí el más tonto hace relojes.