Cachorros desatados

Hay pandemias que no se pasan. La de los ataques totalitarios a los señalados como enemigos del pueblo es una de las más resistentes en este trocito del mapa. Es imposible llevar la cuenta de las olas y los rebrotes. Ahora mismo estamos en la enésima andanada de paredes pintarrajeadas con las pedestres amenazas y bravuconadas de siempre. La novedad, si cabe, es que al spray se le ha unido como elemento de atrezzo el depósito de bozales. Y para que no quepan dudas, con firma, e incluso grabación en vídeo para su distribución como gran hazaña en las redes sociales.

Ernai, es decir, las juventudes de Sortu, es el nombre que aparece en la rúbrica. De entrada, es una muestra del sentimiento de impunidad de quien perpetra semejantes comportamientos. En el escalón siguiente está la falta de la menor reprobación por parte de sus mayores. “No estamos de acuerdo con las pintadas”, es todo lo más que ha llegado a salir de labios de algún representante de EH Bildu. Callan hasta los que presumían de llevar limpia la muda ética. Ojalá fuera sorprendente, pero tan solo es la triste constatación de lo que ya sabemos. Los que presentan un cutis más fino frente al fascismo rampante hacen la estatua —si es que no aplauden y jalean ardorosamente— ante las actitudes fascistas de manual de los cachorros de la manada.

Otra pintada miserable

Nuestros fantasmas del pasado son insistentes y persistentes. Unos auténticos pelmazos, en realidad. Y claro, tienen nostálgicos amorales con mucho mando en plaza y cero empatía que les echan pienso ideológico cada dos por tres. Qué hazaña, no sé si de un puñado de cachorros o de una reata de viejas glorias jatorras, la pintada que ayer apareció en el obelisco monumental del puente de Maria Cristina junto al que el pasado 30 de diciembre cayó al Urumea un coche de la Ertzaintza con dos agentes, uno de los cuales no pudo salir del agua. “Urteko salto onena” (“El mejor salto del año”), rezaba el graffiti hecho con esprai negro tirando de plantilla.

Debería ser difícil imaginarse un alma lo suficientemente miserable como para evacuar semejante atrocidad. Por desgracia, conocemos de sobra el paisaje y el paisanaje como para que tal actitud ni siquiera nos sorprenda. Ese tipo de seres despiadados que celebran la muerte de los señalados como enemigos del pueblo con profusión de regüeldos como si tuviera una gracia del copón es una parte no pequeña —tampoco mayoritaria, ojo— de nuestros conciudadanos. Y si se conducen por la vida así es, lisa y llanamente, porque pueden. Al fin y al cabo, no son más que escribas al dictado de lo que proclaman sin el menor atisbo de pudor sus amados líderes políticos.

Milonga de la acetona

Escucho en Radio Euskadi al secretario general de Sortu, partido ampliamente mayoritario de EH Bildu, decir que las pintadas en sedes de partidos, principalmente batzokis y casas del pueblo, se quitan con acetona pero que nadie va a devolver la vida a Fulano, Mengano y Zutano, miembros de una organización criminal, autores y/o coautores de un quintal de asesinatos e incontables vulneraciones de los Derechos Humanos. En el primer bote, la frase resulta insuperable como melonada, pero más aun como autorretrato moral (o sea, inmoral) de quien —insisto— lidera la formación troncal de la segunda fuerza política de este país.

Por lo demás, las desahogadas palabras de Arkaitz Rodríguez Torres podrían ser un buen principio para que el individuo siga profundizando en su propia pregunta. ¿Quién, por ejemplo, devolverá la vida a Tomás Caballero, vilmente asesinado por el preso de ETA que está sirviendo de banderín de enganche a los ataques de estos días? O quién resucitará a Juan Mari Jáuregui, Miguel Ángel Blanco, Isaías Carrasco, Gregorio Ordóñez, Manuel Zamarreño, el niño Fabio Moreno, José Mari Korta, Fernando Buesa, Jorge Díez Elorza, Juan Priede, Froilán Elexpe, José María Ryan, Fernando Múgica, Enrique Casas, Fermín Monasterio, Yoyes, Ernest Lluch y los otros casi mil que no caben en estas líneas. ¿Quién?

Diario del covid-19 (51)

“¡La sociedad vasca no está para elecciones!”, barritan al unísono los integrantes del equipo paramédico habitual. Sin embargo, parece ser que algunos de los más aguerridos de esa misma sociedad sí están para ir jodiendo la marrana en esta o aquella sede de los malvados partidos opresores, entre los que ya se incluye, qué despiporre, a Podemos. Desde que se abrió la veda de los tontos del culo con esprai, ha perdido uno la cuenta de los ataques perpetrados con nocturnidad y cobardía por memos ambulantes partidarios del asesinato que tienen las pelotas de llamar asesinos a los demás. Cierto, como determinada individua cuyo certificado de penales incluye la colaboración probada con una banda criminal. Sí, esa que, disfrazada de lagarterana con mascarilla y sin haber puesto una tirita en su pajolera vida, se dejó ver el otro día desgañitándose en un hospital.

Tan clamoroso como esos berridos es el silencio de los que ustedes y yo sabemos. Claro que también es verdad que resultan aun más vomitivos y autorretratantes los “pero es que…” añadidos a reprobacioncillas de tres al cuarto. Lo que está mal está mal. Se rechaza sin lugar a dudas. Ocurre, por desgracia, que nos conocemos lo suficiente y, como no nos chupamos el dedo, tenemos muy claro que esto va de reparto de tareas y de caretas. Y no cuela.

Fascistas de brocha gorda

Otsoportillo, la sima de la vergüenza, pudridero durante décadas de seres humanos arrojados por las manos impunes de los vencedores de la Santa Cruzada. Por segunda vez, los orgullosos herederos de los asesinos mancillan la escultura de José Ramón Anda que clama contra el olvido y la barbarie junto al infame agujero de la sierra de Urbasa. En la parte izquierda de la pieza de hierro oxidado, el yugo y las flechas. En la derecha, escrita con caligrafía y ortografía manifiestamente mejorables, la chulesca amenaza: “Aún hay sitio para más”. Llueve sobre mojado. No hace ni tres semanas que otro monumento que reivindica la memoria de quienes murieron luchando por la libertad sufrió un ataque prácticamente idéntico. Tan siniestro como extemporáneo, el símbolo de la Falange apareció pintarrajeado en La Huella, erigida por el artista Juan José Novella en el bilbaino monte Artxanda.

La parte positiva es que, en ambos casos, la denuncia ha sido, además de inmediata, prácticamente unánime y con una contundencia en la que no se ha dejado el menor lugar a la reserva. Como no podía ser de otra manera, una acción absolutamente intolerable se ha rechazado con la proporcionalidad discursiva que correspondía. Nadie ha puesto en duda la gravedad de los hechos ni ha caído en la tentación de justificarlos, contextualizarlos ni, desde luego, minimizarlos. Tampoco se ha tachado de exagerados y amarillos a los medios que han otorgado relieve informativo a las agresiones. Y creo que procede señalarlo porque una de las mil y pico similitudes que tienen los fascistas de cualquier camada es la querencia por la pintura.

Dime con quién andas

Pedazo de fascistas manipuladores que estamos hechos. Solo a nosotros, vergonzosos esbirros del capital y del unionismo español que un día habremos de pagar por nuestros desmanes, se nos ocurre convertir en noticia el redecorado gratuito de los exteriores de una docena de batzokis. Además, con tiernos coranzocitos rojigualdos en lugar de las bastas dianas de antaño. ¿Quién se puede molestar por algo así? Si no aguantan una broma, que se marchen del pueblo, diría Gila.

Por desgracia, ironizo lo justo. En las últimas horas he escuchado o leído mendrugadas muy similares. Pasen las aventadas por los cenutrios de aluvión que añoran los buenos tiempos en que estas cosas se arreglaban con unas dosis de plomo o goma 2. Más preocupantes y reveladoras, cuando las letanías salen de labios de individuos con un papel relevante en la vida pública. Alguno, y no sé si reírme o echar el lagrimón, de los que anteayer daban catequesis sobre la deslegitimación de la violencia. Y claro, luego está el definitivo comodín justificatorio: peor que unas inocentes pintadas es pactar con el partido más corrupto de Europa unos recortes que esto, lo otro y lo de más allá.

Lamentos inútiles aparte, termino llamando la atención sobre la frase que la alegre muchachada estampó en varias de las paredes pintarrajeadas: Dime con quién andas y te diré quién eres. Sí, un refrán españolísimo y castizo. También una muestra de la vaciedad ideológica e intelectual de los garrapateadores. Imposible pasar por alto la tremenda confesión de parte que encierran tanto el aforismo en sí como su elección.

Efectivamente, sabemos con quiénes andan.