‘Pluralidad masculina’

No hay récord de la memez que no sea pulverizado. La última plusmarca hasta el instante de teclear estas líneas la ostenta el muy progresí equipo de gobierno municipal de Zaragoza. Y casi sería anécdota que el asunto se quedara en eso, en chorrada, tontuna o majadería. Pero me temo que se han batido más registros o, expresado en el lenguaje que tanto gusta, se han traspasado unas cuantas líneas rojas. La de la libertad más básica, por citar lo que personalmente me parece más grave.

La cosa va, como probablemente sepan, de la orden de paralizar la edición del ya tradicional calendario de los bomberos de la capital aragonesa, ese almanaque (juraría yo que nacido en Bilbao) en que se exhiben los cuerpos más lozanos del cuerpo, si me perdonan el juego de palabras facilón.

A buenas horas nos escandalizamos de lo que en su día fue celebrado —para mi, incomprensiblemente— como un gran avance en materia de igualdad. Eso, de entrada, porque lo más abracadabrante es el motivo de la censura que alegan los supertacañones de la franquicia maña de Podemos y allegados. Sostienen, se lo juro, que las imágenes “no reflejan la pluralidad masculina”, sino que responden (cuidado, que quizá nos pongamos pilongos leyendo lo que sigue) “a un modelo específico de hombre musculado en posición de vigor”.

Lo triste es que los responsables del calendario han bajado la testuz y anuncian una versión acorde con las directrices de los guardianes de la neomoral y las actuales buenas costumbres. Todo sea por la subvención y por no atentar contra los rancios valores retroprogres. Puritanismo caspuriento de tomo y lomo. Es decir, fascismo.

Sobre el nuevo estatuto

Mi sueño más húmedo últimamente consiste en entrar a un bar y encontrarme a dos o tres paisanos discutiendo con fruición sobre el proyecto de nuevo estatuto vasco. O estatus, que, la verdad, no tengo ni idea de cómo he de llamarlo. Me valdría como fantasía, por supuesto, que la conversación animada tuviera lugar en la cola de la caja del súper, en la parada del autobús o a la salida del colegio de los churumbeles. Pero, nada, no hay manera. Cuando pongo la antena en uno de esos sitios, la cháchara va, en el mejor casos, del chaletón de la pareja mandarina de Podemos. Y si soy yo el que saco el tema, no se imaginan las miradas de estupor. Conclusión: la peña (por lo menos, la de los ecosistemas que servidor frecuenta, pasa un kilo y medio de la elaboración del compendio de principios y normas que regirá sus vidas para bien, para mal o para regular.

Palabra que no lo anoto para que agarren una llantina las y los entusiastas representantes de la ciudadanía que llevan estas últimas semanas en una especie de Bizancio, aplicando lupa de cien aumentos a cada palabra o, sin más, tirando de bocachanclada —¿eh, Sémper?— solo con el preámbulo. Simplemente, lo dejo caer porque podrían aprovechar que casi nadie mira para desterrar las zarandajas partidistas y dejar a las próximas generaciones un texto solvente que, con todo lo incompleto que seguramente será, facilite la convivencia de una sociedad que, por lo demás, tiene probada una enorme sensatez. A estas alturas, solo a una minoría le va a escandalizar la inclusión de determinadas palabras o conceptos. Nación o derecho a decidir, por poner dos ejemplos.