Las cuentas del cambio

A los 150 kilómetros de rigor, observo con cierta ansiedad la campaña en Navarra. Cenizo por naturaleza, me pregunto si el nombre de este mes o del que viene lo diremos también en aumentativo. ¿Habrá mayazo o juniazo? Siento mentar la bicha. Ya sé que desentono en medio de la desbordante euforia anticipatoria que confirman prácticamente todas las encuestas.

Un momento… ¿Lo confirman realmente? Pasando por alto el larguísimo historial certificado de pifias demoscópicas y los extravangantes resultados que señalan algunos sondeos, ¿se ha parado alguien a contar las fuerzas que harían falta para desbancar al llamado régimen? En general, con tres siglas no llega. Serían necesarias cuatro o, según las circunstancias, cinco, siendo el caso que el tal quinto para bingo debería ser el PSN, lo cual resulta entre irónico y lacrimógeno a la vista de los antecedentes y de las intenciones declaradas. Sola y en compañía de Pedro Sánchez, María Chivite ha dejado claro una docena de veces con quién no está dispuesta a sumar.

¿Y los demás? No parecen invitar al optimismo las zigzagueantes posiciones de Podemos y, en particular, que se haya acogido al comodín de la exigencia de condena de ETA a EH Bildu como contrapartida de su apoyo. Por más imaginación que le eche, soy incapaz de visualizar a los parlamentarios de la coalición soberanista pasando por ese aro.
Diría, resumiendo, que por mal que le vayan las cosas a Javier Esparza y sus navarrísimos mariachis —que ya veremos si es para tanto—, no debe descartarse que el domingo por la noche o en las jornadas siguientes las cuentas del cambio no terminen de cuadrar.

Ahora el miedo es naranja

Qué cabrito es el miedo, todo el rato cambiando de bando. De un tiempo acá, se diría que ha vuelto al lugar de costumbre tras una breve incursión turística al otro lado de la linea imaginaria. Sé que las consecuencias de esto tienen su punto trágico, pero como tantas veces me ha ocurrido en un funeral, no puedo evitar que me entre cierta risa floja al asistir a determinadas reacciones. Hasta anteayer no más, cualquiera que aventase la menor crítica sobre Podemos, además de recibir una hermosa colección de collejas dialécticas de a kilo —“¡Inda, eres un Inda!”, “¡Marhuenda, más que Marhuenda!”—, era acusado de estar acojonado ante el inminente fin del régimen-del-78. “Su odio, nuestra sonrisa”, salmodiaban los believers de la porra (que no son todos, ni siquiera la mayoría, seamos justos) en lo que sonaba a copia pobretona de la célebre frase de Arnaldo Otegi.

Es gracioso que en este minuto del partido, quien podría tatuarse tal bravuconada en la frente es el maniquí venido a más que atiende por Albert Rivera. Y con él, su creciente séquito de harekrisnas o, con mayor motivo, los tiburones del Ibex 35 cuya mano mece la cuna —a mi no me cabe ni media duda— del suflé naranja. Si, tal y como aseguraban los centuriones de Iglesias Turrión, los ataques en los medios y en las redes sociales dan la medida del canguelo que se provoca en los contrarios, ahora mismo el Freddy Krueger de la política hispanistaní es Ciudadanos. Generalmente con buenos motivos, pero también porque sí, nadie está recibiendo tanta estopa, con tanta mala hostia y desde flancos tan amplios, como el partido del figurín. Curioso.

El relato de Carmena

Probablemente, lo que cuenta (Santa) Manuela Carmena sobre la empresa de su marido sea cierto. Al primer bote, desde luego, suena a una de tantísimas desgraciadas historias que han ocurrido al calor —es decir, al frío polar— de las vacas flacas. La compañía número ene que después de haber ido viento en popa se da de morros con la realidad y cae en picado sin que los heroicos esfuerzos de sus propietarios logren impedirlo. Al final del final, la decisión más dolorosa, la que se trataba de evitar a toda costa: el despido de los trabajadores y las trabajadoras… de acuerdo con las condiciones que establece la legalidad vigente. En este caso, ¡ay!, la perversa reforma laboral del Partido Popular. Pero qué se le va a hacer. Como cantaba Gardel, contra el destino nadie la talla.

Queda por encajar en el relato lo de las contrataciones mercantiles en lugar de laborales, con lo mal vista que está tal práctica entre los que los guardianes de la ortodoxia que nos amenizan las mañanitas. Dejando ese detalle —y otra media docena— al margen, insisto en que estamos ante la narración verosímil y hasta humanamente comprensible de una fatalidad que las mejores intenciones no han podido evitar por más que se luchara con uñas y dientes.

Llama la atención, eso sí, lo poco que se parece la reacción indulgente y justificatoria a la que nos encontramos en casos prácticamente idénticos. Esta vez se han dado la vuelta los papeles. Allá donde suele haber un empresario sin alma que se quita de encima a los trabajadores como si fueran chinches, tenemos un bondadoso empleador y unos pérfidos currelas. Curioso, ¿no creen?

Andalucía, vieja política

Aclaro de saque que tengo la peor de las opiniones sobre Susana Díaz. Basta escuchar su cháchara ramplona durante cuarenta segundos para estar seguro de que no tiene ni pajolera idea de prácticamente nada. Su errático y pinturero discurso da, siendo generosos, para animar una de esas excursiones en autobús que en realidad son un cebo para vender baterías de cocina o apartamentos en multipropiedad. Pero por esas cosas de la llamada democracia que es casi mejor no pararse ni a analizar, ganó las elecciones del pasado 22 de marzo con una holgura considerable. Su partido, el PSOE, le sacó 14 escaños al PP, 32 a Podemos, 38 a Ciudadanos y 42 a la desbaratada Izquierda Unida. Una sucesión de palizas inapelables. Cabe, en efecto, argumentar que las formaciones perdedoras reúnen en conjunto mayor representación, pero hay que tener pelendengues para hacerlo en serio, sabiendo que estamos hablando de aquella famosa suma de Ana Botella de peras, manzanas… y hasta algún níspero.

Esas fuerzas no van a construir, bajo ninguna circunstancia, una alternativa de gobierno. Por tanto, impedir que se nombre presidenta a la candidata de la lista sobradamente más votada, aun cuando lo permita un reglamento chapucero, es literalmente joder por joder. Vestirlo con presuntas nobles intenciones como la lucha contra la corrupción es, además de una triquiñuela burda, un sarcasmo. De propina, también es una muestra de la vieja y rancia política que dos de los partidos que mantienen el bloqueo —Podemos y Ciudadanos— dicen combatir. Y lo peor es que dentro de unos días, uno, otro o los dos darán marcha atrás. Apuesten algo.

Calimero Monedero

A medio camino entre la severa (auto)disciplina y el capricho diletante, me he tragado entera la conversación entre Fernando Berlín y Juan Carlos Monedero que a la larga (en realidad, a la corta) provocó el sacrificio más o menos ritual de este último. Medidos desde el saludo a la despedida, son apenas quince minutos. Lo apunto mostrando mi dedo corazón enhiesto a todos los lamelibranquios que ante los entrecomillados del diálogo que han reflejado los medios, sostienen que son mentira y que para comprobarlo “basta escuchar los 43 minutos” de la charla. Como ellos no lo han hecho, no saben los osados gañanes que el archivo que está circulando incluye otros contenidos del programa La cafetera. No es una anécdota, sino de nuevo, una categoría. Es el modus operandi habitual: la trola es la forma más efectiva de denunciar a los troleros. Lo peor es que cuela.

¿Pero decía o no decía lo que fue a los escandalosos titulares? Hombre, que algunas cabeceras aprovecharon para forzar la literalidad parece evidente. Pero no crean que tanto. Y hay un hecho difícilmente rebatible: si la cosa terminó en dimisión cinco horas después de haber porfiado que la adhesión seguía intacta, algo gordo vería alguien en la rajada.

Más allá de los lamentos y las cargas de profundidad a sus conmilitones, yo me quedo con las partes de la entrevista en que Monedero la coge llorona —¡Ay, Calimero incomprendido!— por la lluvia de bofetadas recibidas por estar en la primera línea de un partido. Con tono munillesco asegura que eso no se lo esperaba. Lo dice alguien, hay que joderse, al que le pagan millonadas como asesor político.

¿Se desinflan?

Por estos lares se entierra tan rápido como se encumbra. Muchos de los mismos que no hace ni nueve meses nos pronosticaban que Podemos se llevaría por delante el supuesto viejo orden han comenzado a pregonar el principio del fin de la supernova. “Se desinflan”, aseguran los adivinos de lance copiándose unos a otros la fórmula y apoyando sus sentencias en encuestas tan creíbles o increíbles como las que —insisto— apenas anteayer anunciaban el famoso asalto a los cielos.

Es innegable que en no pocas ocasiones, las profecías tienden a cumplirse a sí mismas. Máxime, si ello depende de un cierto número de seres humanos que se dejan acarrear de arre a so y de so a arre con despreocupación ovina y en la paradójica creencia, manda pelotas, de que están tomando las riendas de la Historia. Puesto que el milagro morado ha ido creciendo, no totalmente pero sí en buena medida, a partir de estas personalidades volubles y gregarias que van donde va Vicente, habrá que ver cuántos de los que se apuntaron alegremente se desapuntan con idéntica ligereza. En este sentido, parece cierto, y no deja de resultar divertido, que una cantidad reseñable de los primeros adeptos se han pasado a la nueva formación emergente, es decir, Ciudadanos. Y la prueba es que Iglesias Turrión ha empezado a atizar a Rivera con la parte gorda del zurriago.

Entonces, ¿eso es que, en efecto, se desinflan? Francamente, no me precipitaría con el augurio. Quizá el fenómeno haya perdido algo de fuelle, pero el 24 de mayo está a medio tiro de piedra. Bastará un par de campanadas (nada descabelladas) para que vuelvan a cambiar las apuestas.

Los nuevos jacobinos

Noticias frescas: el figurín Albert Rivera está a favor de eliminar el Concierto vasco y el Convenio navarro. Manda pelotas que una obviedad de cajón de madera de alcornoque se destaque en los titulares como si fuera el descubrimiento de un nuevo sistema solar. ¿Tan floja memoria tenemos que no recordamos que la hoy segunda formación emergente fue parida en la disolvente Catalunya para enarbolar la bandera de la indivisibilidad de la patria y que una de sus martingalas de cuna es la denuncia de los supuestos privilegios de los que llaman (insultando) reinos de taifas? Lo sorprendente habría sido que el nuevo niño mimado —ya veremos por cuánto tiempo— del Poniente y el Levante mediático español saliera cantando las bondades de la foralidad y los derechos históricos.

Si somos honestos, no hay nada que reprochar a Ciudadanos en esta cuestión, pues en ningún momento han ocultado sus cartas. Al contrario, quizá debamos agradecer a los pujantes naranjas que su coherencia esté provocando que Podemos, que venía jugando a sí, a no y a ya veremos, se esté retratando como el partido centralista y jacobino que sospechábamos los peor pensados. Ahora que se ha visto claro que los de los círculos compiten por el mismo electorado —oh, sí, así de triste— que los de Rivera, los del politburó sacan a paseo los discursos más rancios. Tras Monedero hablando de sueños irreales, disparates y aventuras comunes de 500 años, Iñigo Errejón acaba de rematar alertando contra la “fragmentación y regionalización extrema” y anunciando una ofensiva para “romper la dinámica cantonalista”. A ver quién les paga la próxima Fanta.