La política y el factor humano

Como ya se han hecho todos los análisis políticos sobre el revolcón de Pedro Sánchez a su gobierno, déjenme que me quede con el factor humano. O, en este caso, inhumano. Al presidente no le ha temblado el pulso en fumigar a sus más fieles servidores, las y los que han puesto la cara en incontables ocasiones para recibir los bofetones que iban dirigidos a él. Alguno, como el extitular de Justicia, Juan Carlos Campo, que volverá a su plaza en la Audiencia Nacional, ha comprometido su crédito profesional avalando decisiones jurídicamente muy cuestionables. Qué decir de Iván Redondo, aquel que hace un mes dijo (plagiando, por cierto, a un personaje de El ala oeste de la Casa Blanca) que su cargo implicaba tirarse al barranco con su presidente si era preciso. Pues ahí está, despeñado solo y sin una palabra de reconocimiento de su amo. Lo de Carmen Calvo, Celaá, González Laya, ídem de lienzo: tristísimas historias de estajanovistas sumisos siempre a la orden que han acabado recibiendo la patada de quien seguramente consideraban, además de su jefe, su amigo o, como poco, su compañero de fatigas. Claro que si hay alguien que tiene especiales motivos para sentirse abandonado como un perro, ese es José Luis Ábalos, que en las jornadas previas al cambio había estado aconsejando a Sánchez sin saber que él era uno de los sacrificados. Comprende uno que en el ejercicio del poder haya que prescindir más de una vez de los sentimentalismos. Pero no se me ocurre de qué acero glacial hay que tener forjado el corazón para actuar como lo ha hecho quien seguirá durmiendo en La Moncloa. Que tomen nota los relevos.

Ayuso y los despistados

Confieso mi fascinación por Isabel Díaz Ayuso. No como persona, ojo, sino como personaje. O si afino más, como fenómeno. Un fenónemo que, por demás, ha construido prácticamente ella sola. Y sí, ya sé que tiene como consejero áulico al inefable Miguel Ángel Rodríguez, tipo con acreditada falta de escrúpulos al que se atribuye la conversión de Aznar de mindundi en líder carismático de la derecha. Sin embargo, no creo que el influjo del pretendido gurú en el carrerón de la supernova madrileña vaya más allá de cuatro toquecitos de manual de asesoría política. Otra cosa es que el pelo de la dehesa machista haga ver incluso a los que van de feministas del copón que tras los logros de una mujer solo puede haber un hombre.

Ahí damos, precisamente, con una de las claves del éxito de Ayuso. Es tratada como tonta y loca por los más progresistas del lugar y ella consigue revertir los ataques a su favor como el judoca que aprovecha la fuerza del rival para derribarlo. En ese sentido, podríamos considerar que —¡toma paradoja!— sigue uno de los principios básicos del marxismo: pone al enemigo frente a sus contradicciones. Así es como va consiguiendo ganarse el favor no solo de ricachos sino de camareros con sueldos insultantes. Pero los que aspiran a derrotarla en las urnas el 4 de mayo parece que no se enteran.

Negociar, sin más

Déjenme que ejerza de adivino. En lo sucesivo, cada vez que un portavoz de la autoproclamada izquierda soberanista tire del sobadísimo repertorio para despotricar del Tren de Alta Velocidad, alguien del PNV le recordará con media sonrisa que EH Bildu respaldó en el Congreso de los Diputados una inversión de una porrada de millones para el supuestamente malvado ingenio. Valdría también la vaina, por cierto, para los aquí aguerridos ecocínicos de Elkarrekin Podemos, cuyos mayores en Madriz han dado carta de naturaleza al mismo pastizal para el TAV, al no impuesto al diésel y, ya si nos ponemos, a las partidas destinadas a sufragar el caspuriento ejército español, la Corona borbonesa, el CNI, las cloacas de Interior y me llevo una.

“¡Igual que los de Sabin Etxea!”, estarán clamando ahora algunos de mis más biliosos odiadores. Y no diré lo contrario. Mencionaré tan solo que hasta la fecha no recuerdo a ninguno de los representantes jeltzales que han propiciado la aprobación de los presupuestos de diversos gobiernos españoles justificando sus votos en nombre de la futura república vasca o de la destrucción del régimen. Menudas risas, si Anasagasti, Erkoreka o el propio Esteban hubieran salido por semejante petenera en lugar de explicar lisa y llanamente que esto de la política va de negociar. Sin más.

Diario del covid-19 (42)

Como señaló certeramente mi compañero Juan Carlos Etxeberria, ayer en el panel de votaciones del Congreso de los Diputados se dio un curiosísimo Tetris ideológico. Ocurrió que PSOE, PNV y Ciudadanos coincidieron en el sí, mientras que PP y EH Bildu se abstuvieron al unísono y… ¡tachán!… en el marcador se sumaron los noes de Vox, Junts per Cat y ERC. Evidentemente, se trata de una casualidad que probablemente tardará en darse de nuevo o de la golondrina solitaria que no hace verano. Sin embargo, también es un retrato del momento político actual donde literalmente puede ocurrir cualquier cosa, como que se acuesten en la misma cama, aunque sea para un polvo rápido y sin amor las formaciones que les he citado arriba.

Bien es es cierto que igual cabría remedar aquel tópico sobre el fútbol y Alemania. Esta vez se puede decir que la política española es una cosa en la que juegan todos contra todos y siempre ganan el PNV y Pedro Sánchez. Respecto a la victoria jeltzale, esperemos que no sea pírrica y solo para la estadística. Es decir, que el Napoleón monclovita suelte el juguete del mando único y lo comparta de verdad con quienes debe. Permítanme que sea escéptico. Ya les digo que el hombre está de dulce y se la bufa un kilo cumplir los compromisos porque todo le sale bien. ¡Esta vez hasta se ha cargado a Girauta!

Diario del covid-19 (34)

Hubo un tiempo nada lejano en que yo también solo veía virtudes infinitas en Fernando Simón. Mil veces lo puse como ejemplo de comunicación en la gestión de crisis peliagudas. Me parecía sinceramente un tipo que sabía transmitir confianza y calma en situaciones de zozobra, cuando el común de los mortales, o sea, servidor, empezaba a acongojarse ante lo que ya se iba dibujando como un episodio de alta gravedad. Y por ahí empezaré el desmontaje del mito. Hoy es el día en que está documentado que, en el caso más favorable para él, no sabía tanto como aparentaba. En los archivos está su declaración categórica, el 23 de febrero pasado, de que el virus no había entrado en el Estado español, cuando para esas fechas, según el informe del Instituto Carlos III, ya campaba a sus anchas en, por lo menos, una quincena de focos.

Nadie venga con la soplagaitez del Capitán A Posteriori, que ya en esos días había voces —y no únicamente de tertulieros fachuzos— alertando de la posibilidad que Simón negó no solo con contundencia sino con displicencia. Y así, en un sinfin de ocasiones en estas semanas tremendas en las que hemos podido comprobar que en numerosas ocasiones no son los datos técnicos y científicos los que basan las decisiones políticas, sino al revés. La ciencia sirve de coartada a la política.