‘Plan Urkullu’

Les va la marcha a los papeles volanderos del ultramonte hispanistaní. Hay que tener muy sucia la mente para ver en la propuesta que el PNV ha presentado en la ponencia de autogobierno del Parlamento vasco una hoja de ruta a la catalana. Plan Urkullu lo han bautizado, no les digo más, y hablan de secesiones para pasado mañana. Por fortuna, ya tenemos la mili hecha en estas garitas de la exageración y el exabrupto, así que hasta resulta divertido contemplar el espectáculo de la fachunda anunciando un apocalipsis que solo está en sus calenturientas cabezas. Viven de la bronca, especialmente de la territorial y/o identitaria, y por eso ceban cada gorrinillo que les sale al paso.

Pues aquí van dados los histéricos cavernarios del foro y, con ellos, los restos de serie del PP local que se han amorrado al pilo —no le pega nada el papelón, señor Sémper— de independencias y autodeterminaciones imaginarias. “Ya quisiéramos”, estarán pensando muchos lectores a los que les encantaría romper mañana mismo y por las bravas con España, pero el documento jelzale no va por ahí. Es más, ni siquiera se acerca a tal planteamiento la propuesta de EH Bildu, caracterizada por un posibilismo de la talla XXL, impensable hace solo un par de semanas. ¿Que se habla de capacidad de decisión, de profundización del autogobierno y de blindaje de las herramientas propias? Nos ha jodido mayo, solo faltaría que se renunciara a lo básico.

Es ahí donde les duele a los pescadores de río revuelto. Esperaban una subida al monte y tienen unas propuestas muy razonables con el respaldo de tres cuartas partes del parlamento. Eso da miedo.

Aquí, un posibilista

Sé que desde Jamaica mi añoradísimo Javier Ortiz me presta gustoso el copyright del título que le acabo de birlar y —menudo morro— tunear para que encaje en mi humilde persona. “Perdonen: aquí, un radical”, se presentaba en su inolvidable columna de estreno en el último medio para el que escribió. En ella asumía, entre la claudicación y la reivindicación, lo que se decía de él, con brillantes anotaciones sobre lo que es y deja de ser la palabra del encabezado. Me corporizo en estas líneas para hacer lo propio, no como radical, que también lo soy en ratos perdidos por más que nadie me crea, sino como posibilista. ¿Demasiado cobarde para luchar y demasiado gordo para salir corriendo, como decía Hubbard en una frase que ya les he citado alguna vez? No confundan, eso se refería al conservadurismo, punto de la evolución que todavía no he alcanzado… aunque ya veo a los que me quieren regular terciando que todo se andará o, [snif], que ya se ha andado.

Dejémoslo, pues, en posibilista, que es algo que tiene igualmente una pésima fama en estos tiempos —o sea, en cualquier tiempo— donde lo que mola son los extremos, mayormente de piquito y exentos de acompañamiento práctico. Hoy, no hace falta que me lo digan, lo que goza de un prestigio social del quince y un glamour del cuarenta es ser utópico. ¿Y qué hay de malo en soñar con Arcadias, Ítacas o Jaujas? Nada, salvo que buena parte de los que diseñan mundos perfectos no están dispuestos a mover el culo por mejorar el imperfecto en el que, quieran o no, nacen, crecen, se reproducen (esto es optativo) y mueren. Lo quieren todo, ya, y caído del cielo porque, además, tienen teorizado que es un derecho natural. Es este pensamiento literalmente totalitario el que les hace, manda huevos, escaquearse de la lucha por parciales.

Los posibilistas, como aquí su seguro servidor, creemos que para recorrer un millón de kilómetros es preciso dar el primer paso.