De mentiras y crédulos

Como dice mi querido psiquiatra de cabecera, qué culpa tendré yo si las veo venir. Cuando me llegó la especie de que una dicharachera reportera de Televisión Española había celebrado en vivo y con gran aparataje histriónico-emotivo que le había tocado el gordo de Navidad, supe que era mentira. No fue un pálpito ni una sospecha de eterno malpensado, qué va: tuve la absoluta certidumbre de que la enviada especial al jolgorio se había pasado de frenada. Y dado que conozco algo el paño de los directos, donde la marcha atrás no suele ser una opción viable, comprendí inmediatamente que la atribulada plumilla se había metido en un follón de tres pares de narices.

A diferencia de la inmensa cantidad de trolas con las que se estercola la avidez de falsedades del personal, esta era una de relativamente fácil comprobación. En el mejor de los casos, se habría tardado días en verificar que la mujer seguía tan a dos velas como antes de tener la pésima idea de buscar su minuto de gloria con una fantasía así de endeble. Finalmente, como ya sabrán, tuvo que ser ella la que compareciera en su cuenta de Twitter a confesar el pecado. Ahí pasó de festejada heroína a villana vilipendiada sin piedad.

Se concluirá que la peña no soporta que le mientan, pero por desgracia, la vaina no va por ahí. Lo que no toleran los que han sido engañados como panchitos porque están dispuestos a creerse lo que les viertan en sus cocorotas es que les revelen lo fácil que ha sido metérsela doblada. Ojalá la compañera aprenda de esto que sale caro ceder a según qué tentaciones. Y ojalá los que dan por bueno lo que sea empiecen a no ser tan cándidos.

Trolas de ayer y hoy

Ni un par de días antes, la ortodoxia progresí repicaba con denuedo la última gran frase de San Noam Chomski, que a punto de cumplir los 90, parece haber descubierto la pólvora. “La gente ya no cree en los hechos”, pontificaba el gurú en el suplemento megaguay del diario a veces megaguay y a veces no tanto, bien es cierto que forzado por un entrevistador genuflexo y succionador. ¿Ya no cree? ¿Es que alguna vez ha sido de otro modo? En la propia obra anterior de un pensador tan longevo está esa misma idea referida a diversos acontecimientos de los que ha sido contemporáneo.

Llama la atención que justo ahora nos parezca una novedad que el personal se trague sin rechistar las trolas más toscas. Y aquí vuelvo al comienzo, porque muchos de esos mismos que asentían al borde de la fractura cervical mordieron como panchitos el burdo cebo que tiró alguien en esa gran charca que son las redes sociales. El trampantojo en cuestión consistía en una fotografía de Abascal, la sensación del momento, besando la tumba de Franco. No les sé decir si era un tuneo con photoshop o un pavo que se parecía al de Amurrio, pero sí que cantaba a montaje cutre a mil millas. Eso no evitó que la instantánea chungalí se tomase por cierta, dando paso a todo tipo de cagüentales, que no cesaron cuando llegaron los desmentidos acompañados de pruebas. Los más moderados porfiaban que la imagen podría haber sido cierta. Los demás seguían insistiendo en que seguramente lo es, y puedo apostarles que en el futuro continuará rulando por ahí como la del falso Albert Rivera vestido de falangista. Pero luego daremos lecciones sobre bulos y rumores.

Lavapiés blues (2)

Vuelvo a Lavapiés. Incluso aunque la barredora informativa haya mandado la noticia al quinto pino de la actualidad (o al cuarto, por lo menos) en apenas tres días, creo que lo que ha ocurrido en el castizo barrio madrileño es un compendio de muchas de las cuestiones más candentes ahora mismo. En el primer texto me ocupé especialmente de los bulos, los contrabulos, las Fake News, la Posverdad o como quieran ustedes llamar a las mentiras lanzadas para intoxicar que ya conocían las primeras civilizaciones de las que tenemos constancia. Da para tesis del asunto el desparpajo de quienes siguen insistiendo en la versión embustera sobre la muerte del mantero por encima de todaa evidencia. Puede que el ciudadano fallecido participara en alguna persecución, pero no en el desgraciado momento en que se desplomó sobre el asfalto.

Otro punto de abordaje es la inmensa muestra de hipocresía. Como ya anoté, la falsedad sirvió de coartada para unos tremendos actos de vandalismo contra bienes de personas que tienen lo justo para vivir, si es que llegan. Ni una palabra de condena ni de solidaridad de los denunciadores compulsivos de injusticias y primerafilistas de cualquier buena causa. Y ya que los menciono, abundando en la caradura de estos ventajistas, les animo a ir un paso más allá de su martingala favorita. Al señalamiento del capitalismo culpable debería seguir la denuncia de las tramas mafiosas que trafican con seres humanos, se adueñan de ellos, los distribuyen por actividades según su voluntad y les obligan a suministrarse en exclusiva de productos fabricados mediante trabajo esclavo. A que no hay…