El portazo de Aznar

Qué oportunidad para Rajoy, soltarle a un ramillete de alcachofas que lo bueno del PP es que se puede debatir en abierto con su amigo José María. Si a Errejón le cuela con Iglesias Turrión (y viceversa), por qué no a él. Y con la carrerilla cogida, embarcarse en un intercambio epistolar entre lo empalagoso, lo impúdico y lo desleal. Visto con egoísmo de oficio, sería un chollazo alternar el folletón morado con la pimpinelada gaviotil. La de tertulias y columnas que tendríamos resueltas. Pero mucho me temo que los protagonistas de este lance no son de esos. Cuando el de las Azores se enfurruña, se enfurruña de verdad y no hay marcha atrás. Lo divertido es que al Tancredo de Pontevedra, plín. A buenas horas va a derramar una lágrima por su antiguo jefe. ¿Que ya no quieres ser presidente de honor de mi partido? Favor que me haces.

El portazo resentido y destemplado de Aznar tiene como destino el inventario de gestos inútiles. Da quizá para escribir un tango cutre, o mejor una milonga, pero no mucho más. O vaya, sí, un manual de psicopatología con extensos capítulos sobre el narcisismo, la intolerancia a la frustración y el resquemor.

Habría que dejar, eso sí, páginas en blanco. Me da a la nariz que este no va ser el último numerito. Aún habrá de darnos jornadas de gloria (o sea, de infamia) el antiguo señor de Moncloa. Por fortuna, con escasa capacidad para hacer ni una milésima del daño que ha hecho. Bastante será si logra indignarnos. Estadísticamente, es más probable que se limite a divertirnos o, si nos pilla en el día tonto, a provocarnos lástima. Ya no le van quedando ni perros que le ladren.