Abusar, violar, matar

Había que superar la milonga de la acetona y no defraudó el gran repentizador que atiende por Arkaitz Rodríguez. Con el pie que le brindaba una pregunta sobre el enésimo guateque a mayor gloria de alguien que había participado en vaya usted a saber cuántos crímenes, el secretario general de Sortu enhebró otra seguidilla para las antologías: “Los presos políticos no son violadores ni pederastas y tienen el respaldo de parte del pueblo”. Hay que tomar aire, contar hasta mil y darse a la gimnasia ayurvédica para no responder con un mecagontodo a la altura. Pero es que ni siquiera merece la pena. Quien no esté definitivamente envenenado de fanatismo ciego encuentra a la primera la réplica: ¿acaso llevarse por delante la vida de seres humanos es menos grave que abusar de menores o que violar?

Lo terrible llega al pensar que uno sabe con absoluta seguridad que, más allá del propio individuo que soltó semejante desatino, unas cuantas decenas de miles de nuestros convecinos creen sin lugar a dudas que determinados asesinatos fueron una minucia que solo nos emperramos en recordar los enemigos de la paz. Lástima, como anoté hace no demasiado, que yo no tenga la intención de comulgar con tal rueda de molino. Pero lástima mayor, albergar la terrible certeza de que ahora mismo formo parte de una minoría.

Homenajes o así

Lo que son las asociaciones mentales… Llevo un par de días alternando el tarareo de una canción de Pablo Milanés que me trae muy buenos recuerdos con el martilleo de esa rima de dos de mosqueo que termina hablando de unos cataplines que se van de viaje. La culpa es de una palabra que se repite mucho últimamente y que ha dado pie al enésimo debate semántico-jurídico: homenaje. La bronca jesuítica versa, como estarán al corriente, sobre si el término citado es equivalente a recibimiento, acogida (“incluso calurosa”, como matizó Josu Erkoreka), enaltecimiento —del terrorismo, se entiende— o, en la parte más alta del pentagrama, exaltación.

Curado de varias modalidades de espanto y, por narices, acostumbrado a nuestra querencia por sacarle punta a las bolas de billar para clavarlas en el costillar del de enfrente, opto una vez más por mi proverbial equidistancia, que no es ni proverbial ni equidistancia. Vamos, que en lugar de por un bando (ni siquiera por ese que algunos malvados me atribuirían), me decanto por la contemplación de la refriega. Ustedes, yo, Grande Marlaska, Fernández Díaz, Beltrán de Heredia, Permach y hasta el otero que me denunció el lunes pasado sabemos perfectamente qué son y qué dejan de ser los actos a los que nos estamos refiriendo. Otra cosa es que todos los mencionados tengamos también una sardina a la que arrimar el ascua, una parroquia a la que dirigir el sermón, unos intereses creados y otros por crear y, vaya, sí, hasta una ideología o similar. Eso es lo que complica la cosa, es decir, lo que la simplifica: cada cual ve lo que quiere ver o, si somos aun más precisos, lo que necesita ver. ¿Fue de roja directa lo de Iturraspe sobre Neymar el otro día en San Mamés? No contesten, era una pregunta retórica. Y en el caso que nos ocupa, exactamente igual, con el agravante de que aquí se juegan algo más que tres puntos. Espero que haya terminado de confundirlos.