Razones para un festivo

Gernika, Casa de Juntas, 7 de octubre de 1936. No muy lejos resonaban los bombardeos asesinos de quienes todavía no han sido repudiados por muchos que se dicen demócratas. Mientras la sinrazón avanzaba, desgraciadamente imparable, bajo el árbol que a partir de esa fecha tendría un simbolismo aun mayor, once hombres comenzaban a escribir una de las páginas más heroicas —y desde luego, más hermosas— de nuestra Historia. Contemplado el episodio desde estos días de pandemia de canallas, cobardes e interesados, emociona la generosidad de aquellas personas tan distintas en lo vital y en lo ideológico que se disponían a entregarse a una causa que sería la de toda su vida. Muy pronto, de hecho, alguno pagó con ella.

Al frente del grupo irrepetible, José Antonio Agirre Lekube, un tipo bueno en el sentido machadiano, juraba “en pie sobre la tierra vasca” desempeñar fielmente su cargo. Los hechos dan fe de que lo hizo largamente. En medio de una guerra, asediado por un enemigo implacable y ventajista que tuvo la ayuda de grandes matarifes, el primer Gobierno vasco fue capaz de levantar los cimientos de un país en los apenas ocho meses que tardó en llegar la amarga derrota.
Luego, en el largo exilio, la mayoría de sus componentes —¡de nada menos que seis partidos que hacía muy poco se habían llegado a sacar las pistolas!— se mantuvieron inquebrantablemente leales entre sí y al pueblo que representaban. 80 años de semiolvido después, exactamente hoy, el calendario oficial de la demarcación autonómica celebra su gesta. Lástima que muchos no sepan que les debemos bastante más que un fin de semana prolongado.

Aguirre vive

Pensé que era el tuit de un bromista o el de uno de tantos malintencionados que se divierten provocando: “EH Bildu reivindica el legado del lehendakari José Antonio Aguirre”. Luego llegó una segunda versión, una tercera y, finalmente, poco más o menos la misma frase lanzada al aire desde la cuenta oficial de la coalición. Ya para ese momento, las agencias y los periódicos digitales contenían más datos del acto donde se habían pronunciado esas palabras, incluyendo el que terminó de despedazarme los esquemas: el marco de la inusitada declaración fue el hotel Carlton de Bilbao, sede de aquel gobierno nacido en las duras y que jamás conocería las maduras. Simbolismo cuidado hasta el último detalle.

¿Qué ha pasado para que la izquierda abertzale rehabilite al “tibio” Aguirre —“más que chocolatero, fue un pastelero ideológico”, llegué a escuchar sobre él a un historiador de esa tendencia—, al hombre al que colgaron el baldón de “traidor de Santoña”, además de meapilas, amigo de los nazis, chivato de la CIA y tan españolazo que pudo ser presidente de la República en el exilio? La interpretación que más he leído en estas horas es que se trata de una estratagema electoral para levantarle un puñado de votos al PNV. Es verosímil, aunque a mi me gustaría pensar que esta especie de caída del caballo camino de Damasco tendrá más recorrido.

Si fuera así, estaríamos ante una gran noticia. Recuérdese que hace un año, en la conmemoración del 75 aniversario del primer Gobierno vasco, Patxi López y notables dirigentes del PSE también propusieron a Aguirre como ejemplo a seguir, pasando por alto que fue su partido quien tiró las mayores zancadillas a aquel ejecutivo. Sumemos —ya sé que es lo que se nos da peor— y tendremos que las tres fuerzas que representan la abrumadora mayoría vasca están de acuerdo, con sus matices, en que debemos aprovechar y seguir esa lección del pasado. Ojalá sepamos hacerlo.

Los abrazos de López

Siempre se ha dicho que para dedicarse al arte de afanar lo ajeno hay que tener un morro de aquí a Lima y actuar con sangre fría y pasmosa naturalidad. Hace unos años, un par de tipos enfundados en un buzo entraron en pleno día a una gran superficie comercial, caminaron con decisión hacia una motocicleta expuesta, sacaron unas llaves inglesas y unos destornilladores para liberarla del expositor y se la llevaron tan ricamente sin que nadie sospechara que aquello era un robo. Una escena similar se repitió el pasado viernes en la Casa de Juntas de Gernika, cuando un individuo de gafas vestido con traje azul arrampló a la vista de todo el mundo, notabilísimos y venerables personajes incluidos, con 75 años años de autogobierno vasco.

Patxi López, cuentan que se llama el autor de la sisa con luz y taquígrafos. Hacen falta nervios de acero y, sobre todo, rostro de alabastro, para que quien lleva dos y años medio ciscándose con los hechos en la memoria de los que dieron aquel primer paso venga ahora a apropiarse de sus espíritus. Previamente vaciados de su esencia, claro. Los Aguirre, Nardiz, Aznar, Espinosa o Astigarrabia nombrados en vano por el inquilino incidental de Ajuria Enea no son realmente los que un día se jugaron la vida por un ideal y miles de sus conciudadanos, sino una versión falsificada a beneficio de obra por los que le escriben los discursos a López.

Los discursos… y las colaboraciones en prensa, que el día de autos apareció también un artículo con su firma en el mismo diario que saludó con vítores la entrada del bando nacional y la fuga —“como ratas”, se escribió— del Gobierno que anteayer se reivindicaba. El Cyrano que tecleaba por el portugalujo pretendía convertir en símbolos los abrazos de José Antonio Aguirre e Indalecio Prieto en 1936 y de Carlos Garaikoetxea y Ramón Rubial en 1977. Se omitía, casualidad, el abrazo del ínclito López con Basagoiti en 2009.