Y ahora, pucherazo

Pasan las horas desde el baño de puñetera realidad de las urnas, y no deja de asombrarme la nula capacidad para asumirlo y mirar hacia adelante. Hay que joderse con la intolerancia a la frustración que gasta el personal. Lo penúltimo, para bochorno y al tiempo autorretrato, plañideras insinuaciones de pucherazo programado a gran escala. Muchos de los que se despatarraban con razón de los conspiranoicos del 11-M andan ahora berreando por las esquinas que la mortificante victoria del PP obedece a turbias maniobras de las cloacas del Estado. No faltan diarios comprometidos que difunden las especies, y hasta se ha puesto en marcha una petición de firmas en internet para que —cito textualmente— “las autoridades españolas y europeas” hagan una auditoría sobre las elecciones ante el hecho de que “los resultados no se corresponden en absoluto con ninguna de todas las encuestas”. Pueden creer que a la hora de escribir estas líneas se habían sobrepasado las 140.000 adhesiones y seguía subiendo la cosa.

Que sí, que conocemos cómo las gastan determinados responsables del orden y la ley. También son palmarios los casos de carretadas de ancianos —ojo, asimismo amorosos abuelitos llevados de a uno por sus nietos alternativos— a ejercer determinado voto inducido. Todo eso merece su denuncia, su investigación y, aunque esto ya es esperar peras del olmo judicial español, su castigo. Sin embargo, roza el patetismo indecible convertirlo en fraude sistemático para explicar una pura y dura bofetada electoral que tiene un origen bastante más probable. Por ejemplo, una estrategia equivocada sostenida contra viento y marea.

El pucherazo, en su punto

Pardillo de mi, como si no guardara memoria de los escupitajos que le ha largado el PP a la mínima decencia, pensaba que esta vez iban de farol porque necesitaban una cortina de humo para tapar el cagarro de su gestión económica. O que era una piruleta para tener engatusados por un rato al frente cavernario y a los golfos apandadores que han hecho del victimeo un oficio muy bien remunerado. No es que creyera que habían cambiado —el que nace lechón muere gorrino—, pero sí que habían aprendido a disimular lo justo, que a ellos mismos les convenía trocar la mano de hierro por el guante blanco y empezar a usar un desodorante que no cantase tanto a testiculina.

El planteamiento es, además, tan burdo, tan grosero, tan de Romanones y Hassan II, que a cualquiera con media gota de pudor no le entraba en la cabeza que pudiera ir al BOE. ¿Engordar los censos de la CAV y Navarra con parroquianos afectos de las taifas hispanas donde hay excedente de palmeros gaviotiles? ¿Nada menos que entre 200 y 400.000? ¿Poner como único requisito para tal desafuero haber estado avencidado, aunque fuera un ratito, en el territorio colonizable a distancia y jurar por Snoopy que ETA les había hecho las maletas? Nótese que esos certificados los van a expedir los mismos que aspiran a convertirlos en votos contantes y sonantes. Suena tan ridículo que se antojaría imposible que nadie en su sano juicio se atreviera a defenderlo y menos a llevarlo a cabo. Pues deberíamos haber mirado el lema que rodea las torres de Hércules (con o sin aguilucho) en el escudo español: Semper plus ultra.

Adelantaba ayer La Razón, órgano oficioso de la falange mariana y la centuria basagoítida, que el pucherazo está en su punto, listo para servirse en las elecciones que López se resiste a convocar. La semana que viene, Dios y los rescatadores europeos mediante, nos darán los pelos y las señales. Vuelvo a preguntar: ¿cuándo nos vamos?

Peor que un pucherazo

Tienen razón los basagoítidos al ofenderse por la acusación de pucherazo a su plan para cuadrar el círculo electoral vascongado. Al lado de lo que pretenden y de cómo lo están pergeñando, un pucherazo de los de toda la vida es algo casi decente. Cuando los veinte nigromantes del derecho terminen sus alquimias ponzoñosas para sacar toneladas de oro de unos kilos de plomo, habrá que convocar otro sanedrín de eruditos del lenguaje para que busquen nombre a la obra. La palabra más gruesa de los diccionarios vigentes se quedará corta para definir el engendro que resulte de los manejos del escuadrón de matarifes a los que Fernández Díaz ha encargado que conviertan en morcillas los cuatro cochinos de la legalidad que se habían salvado de las últimas matanzas.

Hay quien sostiene que este chabacano tejemaneje es una entretenedera o un teatrillo para aplacar a los talibanes del victimeo haciéndoles creer que se está trabajando para conseguir algo que se sabe imposible. Como para fiarse y no correr. Uno, que tiene memoria y la ejercita, recuerda perfectamente que lo mismo se decía hace doce años, cuando comenzaron los primeros escarceos sobre la ilegalización. Aquello que los más confiados decían que jamás pasaría acabó pasando, vaya que sí.

Con todo, incluso si esta vez la cosa se queda en amago, el espectáculo al que estamos asistiendo no dejaría ser digno del sulfuro que voy gastando en esta columna. Sólo en un lugar donde la ley, lo legítimo y lo moral valen menos que el cuesco de un mono se pueden tomar en serio las paridas de un presunto jurista-de-reconocido-prestigio para justificar el tocomocho. Como la repugnante trola de los chopecientos mil exiliados canta la Traviatta, la luminaria que atiende por Fabio Pasqua saca la manga pastelera más ancha de la galaxia y convierte en fugitivo de ETA a todo quisque que un día estuvo censado por aquí arriba y ya no lo está. Así cualquiera.

Pucherazo a la vista

El Gobierno español del Partido Popular está preparando un pucherazo electoral. Otro, en realidad. A diferencia del anterior, perpetrado en comandita con el PSOE y cuyas consecuencias aún padecemos, en esta ocasión el truco no va a consistir en neutralizar a una parte del censo, sino en inflarlo como el hígado de una oca a punto de foie. La intención es liarse a regalar derechos al voto en los comicios vascos como quien reparte balones de playa con propaganda. Entre 200.000 y 300.000 ciudadanos —nótese el pequeño margen de error— son susceptibles de beneficiarse por esta promoción del multi-sufragio gaviotero. El único requisito es haber dejado de residir en la pecaminosa Vasconia en los últimos treinta años y declarar, que no acreditar, que el motivo de la marcha fue la presión de ETA. Menudo chollo, ¿eh?

Lo tremendo es que esta zafia operación, que en cualquier latitud con medio gramo de sentido democrático nadie se atrevería siquiera a sugerir, se está llevando a cabo a plena luz del día y mentón en alto, en nombre de la memoria, la reparación y, ¡toma ya!, la justicia. Sin atisbo de rubor por el cutre modo de engordarse la buchaca con papeletas falsificadas, se nos cuenta que se trata de resarcir el atropello que sufrieron quienes tuvieron que abandonar su tierra por culpa de la violencia terrorista. Aparte de que es un método un tanto peculiar de compensación, lo que no cuela ni para unas tragaderas tan ensanchadas como las nuestras es la cifra.

Aunque se repita desayuno, comida y cena siguiendo el patrón goebbelsiano, la mentira de los 300.000 “exiliados” no se va a convertir en verdad. Hasta los que están montando este brutal tocomocho saben perfectamente que las estimaciones medianamente fidedignas no alcanzan ni a la décima parte. Y eso, tirando por lo alto. No parece, sin embargo, que eso los vaya a detener. Una vez más, todo apunta a que el pucherazo está servido.