Amenazas y represalias

Pecho hinchado, mentón en alto, gesto de desafío y a modo de chincha y rabia, una frasecita que manda pelotas en según qué labios y con qué bibliografía presentada: “que la realidad no te estropee un buen titular, ¿eh?”. Como prueba del tremebundo delito, una nota firmada por el alcalde de Oñati y un miembro (¡uno!) de la ya extinta plataforma contra la implantación del puerta a puerta en la localidad en la que se desmentía que la disolución obedeciera, como se había publicado, a la existencia de amenazas. Tras un par de cagüentales sobre la insidiosa manipulación interesada, se exhortaba a los malmetedores medios que habían difundido la especie —entre ellos, este— a ceñirse a la carta de despedida del grupo. Hagámoslo.

Verdad y requeteverdad, en la misiva no se mencionaba amenaza alguna. Se hablaba —bah, detallito menor— de represalias contantes y sonantes. En estos términos exactos: “Represalias estas que hemos vivido en nuestras propias carnes con ciertas pintadas, pancartas alusivas y frases dolorosas por alguna persona cuya actitud no es precisamente ni la más ejemplar ni democrática a estas alturas”. Si el cofirmante de la nota (puesta en circulación desde la página oficial de EH Bildu, por cierto) representa a toda la plataforma ya disuelta, nos encontramos con un autodesmentido en toda regla. Pongámonos bizantinos si queremos, pero en el mus de la coacción una represalia ganará siempre a una amenaza. Eso, aceptando por no discutir que una pintada en el portal con el lema Errausketarik ez no sea técnicamente una intimidación.

Esto no va de si es mejor recoger selectivamente la basura o quemarla. Ni de las siglas que se inclinan por lo uno o por lo otro. Ni siquiera de los intereses oscuros, medias verdades o trolas apabullantes que pueda haber tras las tomas de postura. Lo que se dilucida es infinitamente más primario: el derecho a defender lo que cada cual estime oportuno.

Un basura de debate

Aunque le llames “planta de valorización energética de residuos sólidos urbanos”, una incineradora sigue siendo una incineradora. Un vertedero tampoco deja de ser un vertedero por rebautizarlo “depósito controlado de balas de residuos estabilizados para la restauración y recuperación de espacios degradados”. Utilizado como envoltorio o disfraz, el lenguaje puede ser más dañino que el porexpan, que no hay hijo de madre que lo recicle ni gusanitos mágicos que lo biodegraden. No estaría mal, en consecuencia, que ya que la cosa va de lo que va, tirios y troyanos renunciasen al uso de armamento verbal contaminante en su refriega de los detritus.

Sí, refriega, bronca, cristo, trifulca, reyerta. Cualquier cosa menos debate, porque nos hemos caído de los suficientes robles en este país para tener la convicción de que esto no va de poner argumentos sobre la mesa, reflexionar, analizar, ponderar y, sin perder de vista la realidad, decidir. Desde el primer asalto el asunto se ha planteado a nuestro viejo estilo: si no estás conmigo, estás contra mi. Por supuesto, cualquier adhesión inferior al cien por ciento es considerada una traición. O eliges bando o eres más enemigo que el enemigo.

De acuerdo, lo asumo. Soy un equidistante lixiviado, la peor de entre todas las escorias, la que no llega ni a fracción-resto. Unos querrán valorizarme por achicharramiento y los otros, tras recogerme en el puerta a puerta de los jueves, me llevarán a inertizar entre pañales usados, colillas y escombros. Aun desde esos terribles destinos metafóricos seguiré gritando que ninguna de las dos propuestas es buena del todo ni absolutamente mala, que es cuestión de hablarlo a siglas y terquedades quitadas y de diferenciar lo ideal de lo factible, lo deseable de lo impepinable, lo que se puede hoy de lo que se podrá mañana. Vano intento, ya lo sé. Este debate de la basura es, en realidad, una basura de debate.