¡Pobres errejonistas!

O César o nada. Vistalegre era el Rubicón. Y claro, fue César por humillante goleada ante quien había tenido la desfachatez de desafiarle y subírsele a la coleta. Gran error de cálculo, pequeño saltamontes vallecano con gafas de pasta. ¿Qué hacemos ahora contigo? Juan Carlos Monedero, Reina Roja de ocasión y malmetedor con varios doctorados, exigía en el programa de Ana Pastor el mismo domingo por la noche que le corten la cabeza al traidor.

No llegará la sangre al río. Ni siquiera a pie de cadalso. Estamos en el momento del pelo Pantene, la unidad y la humildad. ¿Humil-qué? Bueno, dejémoslo en clemencia y magnanimidad, que también son características solo al alcance de los verdaderamente poderosos. No hay modo más certero ni más denigrante de demostrar la superioridad que perdonar la vida al ofensor, convertido para siempre jamás en deudor.

De esta, Errejón, parece que te has librado. Tap, tap, tap, buen chico. Pero quizá llegue el día, y no tardando demasiado, en que te arrepientas. Los usos y costumbres de los partidos —del tuyo, que es como cualquiera, y de los demás— marcan que, en ocasiones, las venganzas se cobren en la carne de los próximos. Vayan elevando al cielo sus oraciones laicas las y los valientes que se han retratado contigo en la intolerable osadía de rebelarse frente a la cúpula del trueno.

La extraña moraleja es que tal vez la mezcla de compasión y mano dura sea la solución a todos los males exhibidos impúdicamente en las semanas precedentes. Como dejó dicho el ilustre manejador de aparatos, el miedo a no salir en la foto es la mejor argamasa para un partido. Miren el PP.

Las purgas de Pablo

Fíjense que con todo lo crítico que me he mostrado con Podemos, siempre había opinado que la identificación de la formación morada con el estalinismo era una caricatura grosera. Para mi sorpresa —solo relativa, tampoco exageremos—, es el propio mandarín en jefe de la cosa quien parece empeñado en retratarse como la versión vallecana del padrecito. Miren si no, cómo siguiendo la macabra broma clásica, le ha hecho la autocrítica a su número tres, Sergio Pascual. Con alevosía, nocturnidad y, cómo no, el sambenito de rigor, es decir, la acusación de haber perpetrado una gestión deficiente que ha resultado perjudicial para la (santa) causa. Abundando en el paralelismo con los usos y costumbres del bigotón, como recordó ayer Oskar Matute en Euskadi Hoy de Onda Vasca, el ahora laminado fue enviado como comisario a la campaña electoral andaluza para marcar a Teresa Rodríguez, sospechosa de desviada de la ortodoxia pablista. Igual que en lo más crudo del invierno soviético de don José, los mayores evangelizadores acabaron fusilados por traición, prácticamente sin excepciones, Pascual ha sido el purgador purgado.

En el inventario de parecidos razonables, se puede citar la alucinógena carta de Iglesias en la que proclama que cuando se trata de “defender la belleza” —les juro que esa es la expresión— no caben “corrientes o facciones que compitan por el control de los aparatos”, telita. Con todo, la mayor de las semejanzas con el infausto régimen es el atronador silencio de los corderos. Y aun peor —ya lo verán en las respuestas a esta misma columna—, el bilioso ataque a quien ponga en solfa tal proceder.

Una purga

Como el lenguaje jurídico ha de ser mesurado, la sentencia del juzgado de lo social número 10 de Bilbao que declara nulo el despido de Jasone Aretxabaleta del ente público SPRI dice que la rescisión unilateral del contrato atenta contra la libertad ideológica y vulnera un derecho fundamental recogido en la Constitución. Eso es lo suficientemente claro, pero se puede traducir de una forma más llana si cabe: fue una purga política de tomo y lomo. Anótensela en la faltriquera de Bernabé Unda, el semiclandestino consejero de Industria del Gobierno López, actuando según el catecismo del cambio, que señala que Nueva Ajuria Enea no paga traidores. Para conversos y arrepentidos, sin embargo, hay tarifa doble y hasta una escudilla para comer junto al jefe de la porra.

Invito a los lectores a repasar los ilustrativos detalles sobre el fallo que traían los periódicos ayer. Les vale lo que publicó este, pero si albergan algún recelo, pueden acudir al de la acera de enfrente, que contó más o menos lo mismo con el consabido excipiente. El modus operandi fue de manual. Tras haber cesado como cargo intermedio del Gobierno anterior -ahí estaba su delito-, Aretxabaleta regresó como currita a la plaza que tenía en la SPRI. Poco tardó en recibir una carta donde se le informaba del descontento de sus superiores con su trabajo. Un mes y unos cuantos encontronazos después, se le comunicaba el despido, acompañado del cebo de rigor, a saber, la indemnización legal máxima.

Con más de uno y por aquello del pájaro en mano y los ciento volando, ese arreglo coló. Con Jasone, no. Fue a los tribunales a reclamar lo que entendía que era suyo, y ahora le han dado la razón en primera instancia, subrayando en fosforito que se trataba de una represalia. Queda el partido de vuelta en el Superior de Justicia del País Vasco. De momento, hay una sentencia que dice negro sobre blanco que el Gobierno López ha practicado una purga.