El escriba del rey

Qué joío, el fulano que redacta las paridas que firma el Borbón. Tenía huevo y medio de metáforas y alegorías tan o más chorras que las que espolvoreó en su última creación, y se le ocurre poner lo de las quimeras. ¿A qué venía la alusión a un monstruo con cola de dragón, vientre de cabra y cabeza de león que vomita fuego? Ya, los catalanes y tal, que les tira la sangre de Sant Jordi y se dedican a cazarlos en pleno siglo XXI. Sí, eso tiene buena venta y por ahí se lo ha tomado todo el mundo, pero a mi me da que allá en el fondo había una carga de profundidad contra su jefe. Aparte de los grabados a cuatricomía, el hábitat natural de esos bichos son los efluvios etílicos. Cuanto más cerca del delirium tremens, más reales —uy, perdón— se aparecen, y se cuenta que hay quien huyendo de ellos entre la neblina del licor llegó a desgraciarse una cadera. Toma indirecta. Si al chófer le arreó un hostión por saltarse su orden de aparcar donde le salía de su regia entrepierna, a este lo ensarta en una picota o se lo regala a Froilán para sus prácticas de tiro.

Y todavía sería precio de amigo para los méritos del amanuense, que se cubrió de gloria con su epístola psicotrópica. Pase lo del “remar todos en la misma dirección”, que es un topicazo tan manido y ramplón que ya solo se atreve a utizarlo Patxi López. A regañadientes y achicharrándose por dentro del bochorno, se puede correr un tupido velo sobre la gilipuertez decimonónica de los galgos y los podencos. Lo mismo, con la vaciedad estomagante del “No soy el primero y con seguridad no seré el último de los españoles que bla, bla, bla”. Pero lo que es de fusilamiento con balas de tinta al amanecer es la melonuda expresión “escudriñar las esencias”. Eso roza la tentativa de magnicidio. Le salva que el texto era para la web. Llega a ser para un discurso, y el mataelefantes se queda seco frente al atril con el verbo atravesado en la glotis.