Tras Margaret Keenan

Ahí tienen un nombre para la Historia: Margaret Keenan. Esta mujer británica de 90 años ha sido la primera persona del mundo —vale, para que se no enfaden los tiquismiquis ñiñi— tras unos centenares o miles de voluntarios que ha recibido la vacuna contra el covid-19. En concreto, la de la farmacéutica Pfizer. Tras ella ha llegado, y esperemos que no sea presagio de un drama, un ciudadano llamado William Shakespeare, se lo juro. El resto de los que fueron pinchados ayer en el Reino Unido quedarán, si cabe, como glorias locales o, los menos suertudos, como apuntes para la estadística. Será fantástico que resulten los primeros de una lista muy gruesa de seres humanos inmunizados —ojalá por mucho tiempo— frente a una enfermedad que ya no tendrá la capacidad destructiva que ha mostrado en este fatídico año.

Aguardo con cierta ansiedad mi turno. Es verdad que también con unas migajas de recelo. Porque yo soy de los que no tiene dudas de que va a vacunarse, sin por ello dejar de entender a quienes albergan mil y un miedos. Ni de lejos caeré en la simpleza fácil de descalificarlos como conspiranoicos, magufos o patanes, que es lo que veo que sí practican determinados tipos superiormente morales. Comprendo, puesto que no les faltan, los motivos para su desconfianza. Y aun así, les animo a superarla.

Brexit… o no

Llámenme frívolo, pero no puedo evitar que me resulte enormemente divertido el pifostio que tienen montado en (la) Gran Bretaña a cuenta del referéndum para salir o permanecer en la Unión Europea. Tal vez porque no he sabido comprender qué es lo que realmente está en juego, sigo el asunto más como una novelita por entregas que como algo que podría tener las gravísimas consecuencias que algunos andan aventando.

Aunque el argumento se parece lo suyo al psicodrama de la consulta escocesa, la tensión narrativa está muy conseguida. Nadie, empezando por quienes convocaron la cosa, esperaba que a una semana vista del Día D la mayoría de las encuestas vaticinasen la victoria de los partidarios de darse el piro. Se suponía que todo lo que se pretendía era dar un susto a los pagafantas continentales para que fueran todavía más condescendientes y, en el mismo viaje, hacer ver a los gruñones antieuropeos que iban a poder pronunciarse en una urna.

¿Que podía salir mal? Pues en lo primero, en el acojone de los socios de Bruselas, nada; ahí están Juncker, Dijsselbloem, Tusk y Draghi con la camisa que no les llega al cuerpo, prometiendo a los britones que serán tratados como marajás. La cantada estuvo al calcular el número de súbditos de Su Graciosa Majestad dispuestos a mandar al guano la cofradía de la bandera azul con las estrellitas doradas. Resulta que han salido de debajo de las piedras y en el momento de escribir estas líneas superan a los que —sin gran entusiasmo, por cierto— piensan votar a favor de quedarse. Solo la escasa (tirando a nula) fiabilidad de los sondeos británicos puede desfacer el entuerto.

Escocia, del no al quizá

En apenas tres meses, los contrarios a la independencia de Escocia han perdido más de veinte puntos. De la goleada de época a un empate que, con razón, ha puesto a un tris de la ebullición la proverbial flema británica. El mismo Cameron debe de estar ciscándose por lo bajini en ese profundo sentido de la democracia que tanto le hemos alabado los que algún día quisiéramos votar sobre lo mismo en nuestro país.

Se me queda muy corta la explicación de los eruditos basada en la pésima campaña y el exceso de confianza de los unionistas. Me valdría si lo que se dilucidara el próximo jueves fuera el tamaño de las señales de tráfico o, por citar algo que nos suene familiar, la opción entre el puerta a puerta y la incineradora. Entiendo que en tales cuestiones la comunicación y/o la propaganda puedan inclinar la balanza. No me entra en la cabeza, sin embargo, que sean capaces de hacer variar (y además en esa proporción) lo que uno suponía que debería ser una convicción hondamente arraigada. Quiero decir que alguien no se hace independentista (casi) de la noche a la mañana. ¿O sí? A la vista de los sondeos, que ya no son uno ni dos, habrá que concluir que tal posibilidad existe.

Lo anoto como uno de los muchísimos aprendizajes que le debemos a la convocatoria de este referéndum. Dado que soy un cenizo impenitente, pese al arreón del sí —con el que simpatizo por motivos obvios—, tengo malas vibraciones respecto al resultado final. Ojalá esté equivocado, pero aun no estándolo, tras el berrinche correspondiente, celebraré haber podido ser testigo de este momento histórico. Algún día nos tocará a nosotros.

Contraelogio de la Dama

Recuerdo, como hice el día en que Manuel Fraga dejó de respirar, que la muerte no nos convierte en buenas personas si no lo fuimos en vida. Creo, basándome en hechos públicos y notorios, que Margaret Thatcher no lo fue en absoluto. Es más, estoy seguro de que mientras conservó el uso de razón no le dedicó ni medio segundo a tal cuestión. Como demostró largamente, su moral era ciento por ciento utilitarista, la de los fines más perversos que justifican los peores medios sin provocar el menor cargo de conciencia. ¿Un terrorista? Dispáresele a matar sin contemplaciones. ¿Una huelga? Muéranse de hambre todos los que la secundan y que vayan escarmentando en carne ajena aquellos a los que les ronde la idea de sacar la uña del redil.

Es curioso y a la vez ilustrativo que alguien que se ha distinguido por su falta de compasión y humanidad llegue a la condición de icono y tenga un lugar asegurado —que nadie le niega— en la Historia. Sonreí por no llorar cuando, unos minutos después del fallecimiento de la llamada Dama de hierro, Esperanza Aguirre tuiteó: “Margaret Thatcher y Winston Churchill han sido los políticos europeos que más han hecho por la libertad en el siglo XX”. Se referiría, digo yo, a la libertad entendida como la ley del más fuerte o la consagración del hijoputismo social.

Si hoy estamos pasando las de Caín es en muy buena medida por culpa de la doctrina venenosa que espolvorearon a ambos lados del Atlántico Thatcher y Ronald Reagan, el otro gran ídolo de Aguirre. Siguiendo el dictado de la talibanada montaraz de Chicago, ambos abrieron el portón de la bestia o, dicho en términos académicos, desregularon los mercados que habían estado medianamente contenidos desde la Gran Depresión de 1929. Resultado, el que sufrimos y continuaremos sufriendo a saber durante cuánto tiempo. Anótese, pues, en el inmenso y letal debe de la finada. Por lo demás, que descanse en paz… si puede.