Memoria compartida

El Instituto Gogora ha dado un paso adelante para ver si somos capaces de ir aprobando nuestra eterna asignatura pendiente. Durante los próximos meses, tres reconocidas y reconocibles víctimas de diferentes violencias y tres historiadores tratarán de consensuar las bases compartidas para la reconstrucción social de la memoria en Euskadi. Lo harán con la ayuda de una veintena de personas de diferentes ámbitos y con diversas señas de identidad que tienen acreditada experiencia en labores como la que se acomete.

Puesto que, después de años y años, no solo no nos hemos acercado al objetivo, sino que se diría incluso que nos hemos alejado, a nadie se le escapa la enorme complejidad del empeño que se aborda. Pero había que hacerlo. La otra alternativa, por la que en realidad muchos parecen haber optado, era arrojar la toalla y cerrar en falso nuestro pasado imperfecto. Nadie pide, por otro lado, el mitificado relato único, sino, como reza el enunciado, encontrar unas bases que sean compartibles por cualquiera con la suficiente categoría humana y honestidad moral como para ver a través de los ojos de los demás.

Contengo la respiración a la espera de las reacciones de la iniciativa. Doy por descontada la descalificación de Vox, y sería un triunfo que el PP no se apunte al ruido. Me interesa mucho más lo que digan las formaciones que suponen el 85 por ciento restante de la representación parlamentaria. Si somos capaces de sumar al proyecto la complicidad, siquiera al inicio, de la amplia mayoría social, estaríamos ante un camino seguramente muy difícil pero también muy ilusionante.

De héroes y asesinos múltiples

Jamás me alegrará la muerte de nadie. Otra cosa es que no lamente todas con la misma intensidad. Exactamente como cualquier persona. No creo ser único en esto. En cualquier caso, en lo que sistemáticamente no caigo es en la creencia estúpida de que irse al otro barrio convierte a alguien en buena persona. Quizá, con el cadáver caliente, proceda morderse la lengua en una actitud que es no tanto de respeto como de renuncia voluntaria a decir en voz alta lo que cualquiera debería saber sobre el finado. Total, ya qué más da.

Y ese principio apliqué el pasado viernes al tener conocimiento del fallecimiento de José Antonio Troitiño, autor, que se sepa, de 22 asesinatos a cada cual más despiadado y de los que jamás expresó nada remotamente parecido al arrepentimiento. El mero enunciado de lo que acabo de escribir hace innecesario cualquier otro añadido. Pensé tan sincera como ingenuamente que ese silencio de los que no queremos embarrar el campo tendría su correspondencia entre los prójimos de militancia del difunto. Poco tardé en comprobar mi fallida apreciación. Por brutal que pueda parecer (en realidad simplemente es ilustrativo), los más destacados portavoces de la segunda formación política de la CAV y sus mariachis mediáticos corrieron a convertir semejante trayectoria sanguinaria en objeto de glosa heroica. Se habló sin tapujos de su sonrisa, de su luz, de su ejemplo, de su contribución a la lucha del pueblo vasco y se acusó de óbito a la “política penitenciaria asesina”. Qué palabra, esa última, para escribirla y pronunciarla junto al nombre de alguien que se ha llevado por delante veintipico vidas.

Un nuevo paso atrás

Cada vez resulta más duro predicar en el desierto, pero alguien tiene que hacerlo. Me consta, de entrada, que el común de mis convecinos no tiene ni pajolera idea de lo que es Gogora, es decir, el Instituto Vasco de la Memoria, la Convivencia y los Derechos Humanos, con todas esas mayúsculas iniciales que, por desgracia, no se corresponden con la importancia que en la calle se le otorga a cada uno de los conceptos. Pronto conmemoraremos a todo a trapo los diez años del comunicado en que ETA anunció con su inveterada querencia por los eufemismos el “cese definitivo de su actividad armada” y haremos como que no vemos que al personal se la trae al pairo todo lo relacionado con un tiempo que da por amortizado. Esa pachorra general es el nutriente básico de quienes no solo no están dispuestos a dar pasos adelante sino que los dan hacia atrás.

Lo estamos viendo, en su versión más hiriente, en el modo en que el despiadado ejecutor de 39 asesinatos se ha convertido en bandera de la defensa de los Derechos Humanos. Y en una versión a escala, lo hemos vuelto a ver en el voto en contra de EH Bildu al plan de actuación de Gogora. Para que se hagan una idea del alcance de ese posicionamiento, sepan que el PP, que también está en el consejo de dirección del instituto, solo llegó a abstenerse. La coalición soberanista se quedó sola, pues, frente al resto de las formaciones políticas (excluida Vox), representantes de las Diputaciones y Eudel y tres personas fuera de toda duda como los hijos de víctimas de ETA María Jauregi y Josu Elespe y el forense Paco Etxeberria. Y luego, que si los relatos inclusivos. Hay que joderse.

El 15-M no fue en vano

Diez años del 15-M. Como manda la costumbre de arrimar el ascua a la sardina ideológica propia, los recuerdos del episodio que vemos y oímos estos días oscilan entre la idealización superlativa y el desdén más absoluto. A riesgo de ser señalado una vez más como cansino equidistante, me atrevo a sugerir que lo que ocurrió hace ahora un decenio no fue ni la Revolución de los claveles ni una pérdida de tiempo de la chusma ociosa con ganas de jugar a cambiar el mundo. Ni éxito arrollador ni fracaso estrepitoso, por tanto, pero lo que es innegable, salvo que se padezca de ceguera voluntaria, es que aquellas movilizaciones masivas llenas de entusiasmo han tenido consecuencias de muchísimo calado en el tablero político general.

Es cierto que el llamado régimen del 78 sigue en pie, incluidas sus instituciones más rancias. También lo es que los poderes económicos mantienen su vigor si es que no lo han aumentado. Pero el susto no se lo quita nadie. Aunque en el balance global no sea demasiado porque siguen llevando las riendas, han tenido que enterrar ciertas malas prácticas y han debido acostumbrarse a compartir mesa con personas a las que despreciaban. También han visto cómo los votos de la gente normal les expulsaban de instituciones de primera línea. Todo eso ni lo imaginábamos cuando empezó el baile.

Urkullu, no; Chivite, sí

Celebro, no saben ustedes cuánto, el preacuerdo para aprobar los presupuestos de Nafarroa que han alcanzado el Gobierno de María Chivite y EH Bildu. Por la parte maliciosa, por la bilis que —imagino con delectación— empezarán a supurar las huestes cavernarias en cuanto sepan de la noticia. Confirmarán con los ojos fuera de las órbitas y expeliendo espumarajos por las fauces que Sánchez ha vendido la sacrosanta Comunidad foral a la ETA, así, con artículo, que es como les gusta pronunciar el nombre de su bicha favorita.

Será divertido. Pero más allá de eso, el pacto también me provoca una sonrisa socarrona al pensar que las cuentas que va a apoyar la coalición soberanista —la llamo así porque un día puse abertzale y me lo afearon algunos integrantes de la formación— no creo que sean muy diferentes de las que desdeñó con cajas destempladas en la demarcación autonómica. Y sí, ya se conoce uno la película del relato y los adornos sobre los compromisos megamaxisociales que se dirá que se le ha arrancado a la contraparte. Pero no me cuela. O sea, me cuela en la misma medida que hice como que me tragué las aleyuyas de Podemos en la CAV, pretendiendo que gracias a ellos, los presupuestos son requetefeministas, requeteverdes y me llevo una.

Allá cada cual con los autoengaños al solitario y, sobre todo, con lo que se vende a la parroquia. Bienvenidos los pactos, que no dejan de ser males menores porque a la fuerza ahorcan o estrategias del rato que toca. Como digo más arriba, este en concreto lo aplaudo, como aplaudí la abstención con sabor a sí en la investidura de Sánchez. Lo que no se me escapa es el contraste.

Herenegun, reflexionemos

Nos conocemos desde hace mucho. Es evidente que el PP y las asociaciones monopolistas del dolor no van a aceptar jamás ningún intento de aproximarse a nuestra larga noche de plomo que no sea su —por otra parte, legítima— versión de blancos y negros sin lugar para cualquier tono de gris. Es más, aunque a las aulas llegara un material que se pareciera a ese trazo grueso, no dejarían pasar la oportunidad de montar una barrila. Y vuelvo a la primera línea de este texto: por brutal que parezca, a estas alturas ya no nos asusta el aprovechamiento infame de la violencia de ETA… incluso por parte de quienes la han padecido. Resumiendo: su rasgado de vestiduras ante los contenidos del programa Herenegun estaba, por desgracia, amortizado.

Sin embargo —y aquí viene lo sustancial de lo que quiero expresar—, no podemos decir lo mismo ni del PSE, ni de otros colectivos, ni de las víctimas a título personal que también están manifestando su disgusto por el contenido de los vídeos que forman parte de las unidades didácticas en cuestión. Yo mismo, que espero no ser sospechoso del vicio del relato obligatorio, me he sentido bastante incómodo viendo algunos fragmentos. Probablemente sea un asunto más de forma que de fondo, o de medio que de mensaje. Algo tan terrible como lo que nos ocurrió, cuyas consecuencias todavía arrastramos, no se puede contar —menos, si está destinado a chavales y chavalas— entre risas ni como batallitas del abuelo Cebolleta.

Sobran, por supuesto, las postureras peticiones de dimisión. Esto se arregla de un modo más sencillo, sin dramatizar. Basta una nueva revisión con ojos y espíritus más abiertos.

Pues agur

Por más que ensayo ante el espejo, no me sale la cara de solemnidad que, según el manual, requiere el momento. Llego a algo parecido a una jeta de sota, pero enseguida me viene este o aquel tic, y derroto por la risa floja, el rictus de úlcera duodenal, la pedorreta, la lágrima amarga pensando en los que no están o, para qué engañarles, el gesto de la más absoluta de las indiferencias. Todo mezclado, claro, con la sensación de estupor y despiporre infinitos al asistir a la chapuza ceremonial. He perdido la cuenta de los comunicados, cartas, mensajes, proclamas y/o partes para anunciar el sanseacabó a los diferentes públicos. Y nosotros, los cuentacosas, que somos unos benditos y nos va la marcha (bueno, y que necesitamos rellenar nuestros blablás), venga dar pábulo a cada una de las chapas, como si fueran algo más que los esfuerzos postreros de la decrépita prima donna por llamar la atención.

A ver si es verdad —empiezo a dudarlo— que el festejo aguachirlado de Kanbo es el definitivo. Qué papelón, siento escribirlo aunque me consta que los aludidos son conscientes de ello, el de los que van por el qué dirán o porque a estas alturas qué más da. Ojalá sea, copiando mal a Neruda, el último sofoco que ETA les causa, y esta, la última Fanta que les pagan a los entusiastas de la bicha y a los profesionales de la conflictología parda.

Y sí, estoy seguro de que serán muy bonitos los discursos apelando al empuje de la sociedad y a no sé qué futuro que se abre. Como si no tuviéramos la certidumbre de que esto no ha sido más que una liquidación por cese de negocio. Tardía, además. Dicen que se van. Pues agur.