Gernika, condena y algo más

A nadie se le ha escapado que este aniversario, el 85 ya, del bombardeo de Gernika no ha sido uno más. La despiadada invasión rusa de Ucrania y las tremendas imágenes que llevamos viendo desde hace dos meses le han dado otra dimensión, otro significado. El propio presidente Zelenski contribuyó a ello cuando, en su comparecencia en las cortes españolas, escogió la destrucción de la villa foral como término de comparación con lo que estaban sufriendo sus conciudadanos en Mariúpol, Bucha, Irpin o tantos otros lugares arrasados por la soldadesca rusa, que se lleva cobradas miles de vidas.

Es altamente probable que esa mención del dirigente ucraniano haya sido el impulso definitivo para que por primera vez un gobierno español legítimo haya condenado expresamente la agresión de las huestes franquistas ejecutada por la Legión Cóndor. Con buen tino, se añade en la declaración que Gernika se ha convertido en símbolo internacional contra la barbarie por lo que tuvo de ataque contra personas indefensas. Por descontado, se trata de un gesto meritorio por parte del Ejecutivo de Sánchez que, en cualquier caso, demuestra que quienes venían reclamándolo hasta ahora no estaban subiéndose a los cuernos de la luna. Es un buen comienzo que muy bien podría tener continuidad en algo que incluso trascendiera lo simbólico y se reflejara en un compromiso práctico para la reparación efectiva de las víctimas. Desde luego, no sería nada que fuera contra la vocación tantas veces manifestada por este mismo gabinete de mantener viva la llama de la memoria histórica, no por espíritu de revancha sino de pura justicia.

Contra todas las impunidades

No se me escapa que en la trastienda hay un impulso político, o sea, politiquero. O, hablando más en plata, incluso el eterno uso a beneficio de obra de la violencia terrorista. Pero es muy justo y muy necesario que por una mayoría considerable la Comisión de Peticiones del Parlamento Europeo se haya pronunciado a favor de solicitar a “las instituciones competentes” (expresión literal) que busquen el modo de considerar los asesinatos de ETA como crímenes contra la humanidad. Lo que se pretende es algo muy simple: que no prescriban, de modo que el paso del tiempo no sea obstáculo para que vayan al olvido los 379 atentados mortales de la banda todavía por esclarecer.

Frente a un enunciado tan básico, quedamos retratados todos. Se está reclamando exactamente lo mismo que reclamamos para los crímenes del franquismo y del postfranquismo, igual la matanza del 3 de marzo en Gasteiz que las ejecuciones de Jose Arregi o Lasa y Zabala, entre muchísimas otras. Si estamos de acuerdo con lo uno, no podemos arrugar el morro ante lo otro. Y viceversa. La impunidad no debería ir por parciales. Así que, o nos acogemos a la mandanga del “hay que pasar página” o demostramos que creemos siempre en la verdad, la reparación y la justicia.

Escribo esto, no se lo niego, con una melancolía infinita porque es de sobra conocida la bibliografía presentada por nuestros tirios y nuestros troyanos, incapacitados voluntariamente para distinguir vigas de pajas, según el ojo. Duele pensar que en la inmensa mayoría de los crímenes sin esclarecer, los de ETA y los otros, sería extraordinariamente fácil determinar las responsabilidades.

Desmemoriados vocacionales

Con toda la razón del mundo, llevamos agarrados dos o tres cabreos siderales con el ministro Grande-Marlaska y sus ganas de echar pelillos a la mar en el caso de Mikel Zabalza. Que bueno, que sí, que qué pena, pero que en un Estado de Derecho hay que confiar en las instituciones y no buscar el rédito político de unos hechos desgraciados, viene a decir el juez en excedencia para encorajinarnos más. No es muy diferente de la respuesta de manual del PP cuando se le pide que reprueben los crímenes del franquismo y el postfranquismo, da igual los paseíllos con empujón a fosa común que los asesinatos del 3 de marzo en Gasteiz. Inevitablemente, la reacción es torcer el morro y acusar a quien le insta a algo tan básico de guerracivilismo, de negarse a cerrar heridas y, cómo no, de búsqueda de rédito político.

Y miren por dónde, que exactamente ese es el comodín que emplea EH Bildu para anunciar que votará en contra de las mociones que PNV y PSE presentarán en los ayuntamientos vascos para pedir que se evite recibir como héroes a asesinos o cómplices de asesinatos. Que esa es la agenda de Vox y del PP, sostienen quienes ya nos dijeron que matar estaba bien o mal según el relato. Félix González, sustituto de Miren Larrion en el ayuntamiento de Gasteiz se estrenará mañana defendiendo eso. Curioso.

3 de marzo, 45 años

Sin desdeñar ninguno, de los aniversarios que se nos han venido y se nos vienen encima estos días, me quedo con el de hoy. 45 años de la matanza de Gasteiz. Por fortuna, a diferencia de muchísimos otros casos, esta vez sí se ha conseguido mantener vivo el recuerdo de lo que el propio patrullero que hablaba por radio con sus jefes calificó como masacre. Desde el primer minuto, prácticamente desde el conmovedor e indescriptible funeral por los cinco asesinados, los supervivientes, las familias, el movimiento obrero, la mayoría de los partidos políticos y una parte no pequeña de los vecinos de la capital alavesa se conjuraron contra el olvido. Y con los años entrarían también las instituciones, aunque no todas: las gobernadas por el PP siempre evitaron no ya la condena, sino una mínima reprobación.

Esa cerrilidad con aroma culpable no ha impedido, como digo, que en Gasteiz —y diría que en cualquier lugar del Estado— se tenga una conciencia muy nítida de la injusticia todavía sin reparar que cometieron hace tres decenios y medio personas cuya responsabilidad tampoco ha sido señalada por los órganos supuestamente competentes. Ese debería ser el siguiente paso. Sin ánimo de venganza, y aunque ni siquiera acarree consecuencias penales, es necesario que quede claro quiénes fueron los culpables.

¿Salvar qué democracia?

A cuenta de los cuatro decenios del 23-F, llevamos varios días echándonos las manos a la cabeza porque los jóvenes —ojo, que hablamos de los que tienen de cuarenta para abajo— no saben quiénes fueron el golpista Tejero, el héroe tardío Adolfo Suárez y no digamos ya el (como poco) oscuro Santiago Carrillo. Y sí, no digo yo que no vendría bien una gotita de barniz cultural para desasnar a las nuevas y no tan nuevas generaciones que pasan un kilo y pico de la sacrosanta y falsaria Transición española. Tanto o más me duele, fíjense ustedes, que a los de treinta y casi cincuenta tacos les resulten desconocidos los nombres de José Barrionuevo, José Luis Corcuera, Rafael Vera, José Amedo Fouce o del reciente finado por coronavirus que atendía por Enrique Rodríguez Galindo, conde Drácula de Intxaurrondo.

Claro que lo que verdaderamente me hiere es la desmemoria respecto a las víctimas de los recién citados. Hablo de Mikel Zabalza, muerto en el potro de tortura benemérito, o de Joxi Zabala y Joxean Lasa, que además de haber corrido el mismo infortunio que el anterior, tuvieron que cavar su propia tumba, como acabamos de saber. O de Joxe Arregi, también asesinado a manos de sus torturadores apenas diez días antes de que el hoy celebrado rey emérito salvara lo que aún tienen el cuajo de llamar democracia.

Caso Ellacuría: faltan culpables

Nos han puesto fácil el juego de palabras. Al final, Inocente era culpable. Muy pero que muy culpable. Como me consta que hablo de una de esas noticias que, pese a su importancia, pasan desapercibidas para el común de los mortales, me apresuro a aclarar que hablo de una escoria humana llamada Inocente Orlando Montano. La Audiencia Nacional acaba de condenar a este tipejo, excoronel del ejército salvadoreño, por el vil asesinato del jesuita portugalujo Ignacio Ellacuría, junto a otros cuatro religiosos, una cocinera y su hija en la Universidad Católica del país centroamericano en noviembre de 1989. Le han caído 133 años de cárcel como instigador de ese brutal crimen que marcó a los de mi generación y que representa la reproducción a escala de una época terrorífica en toda América Latina.

Se supone que la condena, más de cuatro decenios después, debe aliviarnos o, incluso, alegrarnos. He leído varios testimonios de muy buena gente en este sentido. Sin embargo, reconociendo que es un paso, me temo que no alcanza para reparar ni para aclarar ni en una millonésima parte aquella atrocidad. El tal Montano apenas era un apéndice de un siniestro aparato justiciero montado por los gobiernos salvadoreños y diferentes administraciones estadounidenses… ante el silencio cómplice de, entre otros, Juan Pablo II.

Víctimas de cuarta

Para quien, como este humilde rellenador de columnas, tiene un recuerdo bastante vívido del momento en que un representante de HB echó una bolsa de cal viva en el escaño vacío del socialista Ramón Júregui, lo del otro día en el Parlamento Vasco es apenas la enésima muestra de que hay asignaturas pendientes que jamás se aprobarán. Y ni siquiera me refiero expresamente a la bronca que ocurrió en la cámara, sino a las palabras de justificación y aplauso que se sucedieron después. Creo que me conocen lo suficiente para imaginar que hablo de todos los protagonistas del encontronazo y de sus respectivas hinchadas. Nazi, pues tú más nazi, grandiosas argumentaciones, comparaciones de parvulario, y como síntesis, la certidumbre de que, como canta Aute, tirios y troyanos son tal para cual. Cuidado con tocarles a sus asesinos o sus torturadores, que se ponen como basiliscos.

Lo triste en que bajo esa polvareda no se ve la ley que se debatía y salió finalmente aprobada de un modo que también supone un doloroso retrato de nuestra realidad. Votaron a favor PNV y PSE, sabiendo que su intento para reparar a las víctimas de abusos policiales no llegaba hasta donde debería llegar. La abstención de EH Bildu y Podemos propició la aprobación como mal menor. Mientras, el PP de Alonso, que es el de Casado, votó en contra con su representación residual, pero blandiendo su gran comodín: el recurso al su primo de Zumosol, también llamado Tribunal Constitucional. Es previsible que las cuatro cuestiones mínimas que contiene la norma vuelvan a ser agua de borrajas porque, como también sabemos, hay víctimas que no tienen derecho a nada.